El diablo es conocido en México como chamuco. Los bisabuelos solían verlo algunas noches como un aparecido, a veces vestido de charro negro, montado en un caballo alazán de montura reluciente.
Por el sombrero le asomaban los cuernos, blancos como marfil, la boca esquinada en gesto burlón, la cola saliendo del cinto piteado y descalzo, sin botas, con sus patas amarillentas recubiertas de escamas, apoyadas en los estribos.
Desde hace dos años, el infierno tiene una sucursal llamada Odebrecht, una empresa brasileña de construcción a gran escala. Y un demonio mayor que lleva por nombre Marcelo Odebrecht, condenado a 20 años de cárcel. Por décadas, esta industria diabólica corrompió políticos tan afamados como Lula da Silva y a presidentes como Mauricio Macri de Argentina.
Tenía un departamento especializado en corromper a servidores públicos de decenas de países. En el organigrama interno lo bautizaron como “Sector de Relaciones Estratégicas”, mejor conocido como la “Caja B”.
Hasta que Odebrecht fue descubierta y se abrió una trama de corrupción, sobornos, transas, moches, coimas, chayotes, y lo que desde el siglo XVIII se conoce en España como el “unto mexicano”.
El chamuco ofrece dinero a sus víctimas. Los seduce con monedas de oro. El transa toma el dinero y se deja llevar a unas cuevas malolientes, sentado en una carretilla. Ahí desaparece, literalmente, como también pasó en la realidad con el caso Odebrecht. Al menos en México.
Aquí pagó 10.5 millones de dólares a un alto ejecutivo de Pemex, para que la empresa brasileña ganara contratos millonarios, como construir el gasoducto Los Ramones y la refinería de Tula, Hidalgo.
Eran los años de la Reforma Energética, cuando Emilio Lozoya encabezaba esa paraestatal. Entonces el Presidente Peña Nieto lo sacó del fuego, justo cuando tronaba mundialmente el caso Odebrecht.
En México se distingue al bandido del vil ladrón. El primero es un alma justiciera, puede violar la ley, pero no delinque en beneficio propio. También es conocido como bandolero generoso, que a su manera, busca el bien común.
El vil ladrón, en cambio, como los que negociaron con Odebrecht, no son bandidos: son el propio diablo. No los carga un demonio para llevarlos a una cueva. Ellos son el demonio que se cargan al país entero a la cueva maternal.
Visionario, Ramón López Velarde escribió en ¨La Suave Patria”: el Niño Dios te escrituró un establo y los veneros del petróleo, el diablo”.
Quítele los zapatos Manhattan, de Louis Vuitton, a Emilio Lozoya: le verá las patas amarillentas, recubiertas de escamas.