18 abril 2017

El diablo se viste de Odebrecht

 
El diablo es conocido en México como chamuco. Los bisabuelos solían verlo algunas noches como un aparecido, a veces vestido de charro negro, montado en un caballo alazán de montura reluciente. 

Por el sombrero le asomaban los cuernos, blancos como marfil, la boca esquinada en gesto burlón, la cola saliendo del cinto piteado y descalzo, sin botas, con sus patas amarillentas recubiertas de escamas, apoyadas en los estribos.

Desde hace dos años, el infierno tiene una sucursal llamada Odebrecht, una empresa brasileña de construcción a gran escala. Y un demonio mayor que lleva por nombre Marcelo Odebrecht, condenado a 20 años de cárcel. Por décadas, esta industria diabólica corrompió políticos tan afamados como Lula da Silva y a presidentes como Mauricio Macri de Argentina. 

Tenía un departamento especializado en corromper a servidores públicos de decenas de países. En el organigrama interno lo bautizaron como “Sector de Relaciones Estratégicas”, mejor conocido como la “Caja B”. 

Hasta que Odebrecht fue descubierta y se abrió una trama de corrupción, sobornos, transas, moches, coimas, chayotes, y lo que desde el siglo XVIII se conoce en España como el “unto mexicano”.

El chamuco ofrece dinero a sus víctimas. Los seduce con monedas de oro. El transa toma el dinero y se deja llevar a unas cuevas malolientes, sentado en una carretilla. Ahí desaparece, literalmente, como también pasó en la realidad con el caso Odebrecht. Al menos en México. 

Aquí pagó 10.5 millones de dólares a un alto ejecutivo de Pemex, para que la empresa brasileña ganara contratos millonarios, como construir el gasoducto Los Ramones y la refinería de Tula, Hidalgo. 

Eran los años de la Reforma Energética, cuando Emilio Lozoya encabezaba esa paraestatal. Entonces el Presidente Peña Nieto lo sacó del fuego, justo cuando tronaba mundialmente el caso Odebrecht.

En México se distingue al bandido del vil ladrón. El primero es un alma justiciera, puede violar la ley, pero no delinque en beneficio propio. También es conocido como bandolero generoso, que a su manera, busca el bien común. 

El vil ladrón, en cambio, como los que negociaron con Odebrecht, no son bandidos: son el propio diablo. No los carga un demonio para llevarlos a una cueva. Ellos son el demonio que se cargan al país entero a la cueva maternal. 

Visionario, Ramón López Velarde escribió en ¨La Suave Patria”: el Niño Dios te escrituró un establo y los veneros del petróleo, el diablo”. 

Quítele los zapatos Manhattan, de Louis Vuitton, a Emilio Lozoya: le verá las patas amarillentas, recubiertas de escamas.

01 junio 2016

Ciudades soberanas: un remedio a la pobreza


El problema de la pobreza es no solo falta de inversión. Se trata de un problema de malas leyes. Las reglas equivocadas propician que los pobres se queden en donde están, que no tengan movilidad. ¿Y hacia donde podrían moverse? A otro país. Los pobres de África del Norte migran a Francia o España; los de México a EUA. Este desplazamiento suele ser mortal: los inmigrantes ilegales mueren en el tránsito de su país de origen al nuevo. O son deportados apenas pisan suelo ajeno.

¿Y qué tal si en sus países de origen estos migrantes contaran con la opción de ciudades chárter? ¿Ciudades emergentes con administración independiente? ¿Si se convirtieran no en extranjeros mal vistos sino en residentes formales? ¿Si vivieran en ciudades-Estado con estatutos especiales y autónomos que promuevan la inmigración y la inversión? ¿A qué me refiero? A nada que sea una utopía. Es un experimento del que varios países, antes ahogados en la miseria, han resultado beneficiados.

El proyecto en papel es muy simple: en zonas deshabitadas, por ejemplo, la costa de África subsahariana, o el desierto de Sonora, o las regiones más apartadas de Nuevo León, se implantarían urbanizaciones patrocinadas por países de Primer Mundo, generando oportunidades económicas, inversión extranjera, empresas globales con tecnología de punta, viviendas seguras de bajo costo y, sobre todo, puestos de trabajo. El Estado huésped acepta que esas regiones bajo su soberanía se gobiernen en condiciones especiales, sin aranceles, con leyes diferenciadas al del resto de su territorio y otros derechos de propiedad. ¿Una nueva variable de colonización? No: una nueva opción de desarrollo económico.

No se trata de una utopía. Ya es una realidad. La Isla Mauricio, Singapur o Hong Kong se gobiernan bajo estas reglas económicas diferenciadas que las definen como zonas económicas libres o francas. Han recurrido al Consejo Privado Británico (British Privy Council) como tribunal de última instancia en su sistema judicial especial. Quienes trabajan ahí, lo hacen con libertad, seguridad y plena elección personal. Y ganan dinero para vivir holgadamente.

Las empresas extranjeras se instalan en Mauricio, Singapur y Hong Kong sin trámites engorrosos y sin restricciones comerciales. Incluso hay ejemplos más secretos pero igualmente ventajosos: Cuba, país anfitrión, dio a EUA el derecho de instalar no sólo una base militar sino un entorno empresarial en Guantánamo, una región más próspera que el resto de la Isla. En suma, todos salen ganando. ¿Otro ejemplo que refleja prosperidad? Dubai, que se gobierna al margen del emirato o Masdar City, ciudad de negocios ubicada en Abu Dhabi, planeada y trazada por el mítico arquitecto Norman Foster que recurrirá exclusivamente a las energías renovables.    

Incluso la apertura comercial de Hong Kong, propició que China valorara a escala las ventajas de abrirse al libre comercio. De ese pequeño laboratorio, el gobierno chino, desde la era Deng Xiaoping, aprendió a vivir bajo una mezcla de autoritarismo político pero con plena apertura comercial. Por eso ahora son una potencia que compite de tú a tú con EUA; por eso replicó las condiciones de estatuto especial en otro centro comercial: Shenzen, cerca de Hong Kong. Por su parte, Corea del Sur ha cedido seis kilómetros cuadrados que ahora son poblados por rascacielos y es considerado un distrito de negocios internacional, denominado Songdo City.

Por supuesto, en un país tan ensimismado como México, donde su vecino del Norte le robó la mitad del territorio nacional, abrir zonas de estatuto especial es un tema sensible. Sería como volver a ceder una parte de su soberanía nacional. Se podría abrir la “herida supurante” como la denominó melodramáticamente Carlos Fuentes.


Pero no podemos vivir encadenados a nuestra historia. Es mejor ponderar las ventajas competitivas de zonas de libre acceso, que no pongan dique al flujo migratorio de trabajadores en busca de mejores condiciones de vida, que huyen de Estados fallidos como el mexicano, sin garantía de puestos de trabajo ni la mínima seguridad para sus ciudadanos. Este modelo de ciudad es el remedio a la pobreza como destino de muchos ciudadanos de segunda, que viven en condiciones que solo prometen el peor de los destinos.

21 diciembre 2015

El Cártel


Me sorprende que la novela más cautivante del 2015 no aparezca en ninguna lista de votación de los mejores libros publicados este año. Se trata de “El Cártel” del novelista norteamericano, Don Winslow (1953). Sus lectores ya habíamos quedado magnetizados por “El Poder del Perro” (2009), una obra que hurga en los inicios de la actual descomposición social, a partir de la eclosión del crimen organizado en los años ochenta.

En “El Cártel” regresa el mismo agente de la DEA, Art Keller, una especie de anarquista benévolo, refugiado en una vida ascética en un monasterio de Nuevo México, dedicado a la apicultura. ¿Se esconde de sus enemigos o expía sus culpas? Serán cientos de páginas las que respondan esta interrogante. Y la respuesta se despliega con una prosa eficaz, con los pensamientos y emociones de los protagonistas señalados entre comillas, con economía de adjetivos y abundancia de verbos.

Que ningún lector espere literatura de altos vuelos en las aventuras de Art Keller en contra de los cárteles mexicanos de la droga. Tampoco verá en esta novela propaganda en favor de la DEA o la CIA. Winslow es un autor políticamente incorrecto. Lo mismo muestra que las agencias del gobierno de EUA están anulados para luchar en contra de los capos o de cualquier otro enemigo público de su país, como confirma que el crimen organizado ha corrompido a los más encumbrados funcionarios de Los Pinos. Incluyendo al Presidente de la República.

Pero el verdadero protagonista de esta novela es el poderoso líder de La Federación. Un personaje profundo, controvertido, dueño de una moral que lo induce a respetar acuerdos y lealtades y a no caer en violencia gratuita, pero que en otras épocas ha ordenado la muerte de menores de edad, sin el mínimo titubeo. Adán Barrera es un hombre de apariencia anodina, cuidadoso en las formas, sutil en sus buenos momentos pero despiadado en su intento por arrasar con todo lo que obstruya su negocio de venta de drogas. Y tiene como principal meta aniquilar a su peor enemigo: Art Keller.

Los dos comienzan su persecución mutua en la reclusión: uno desde un monasterio, otro desde la prisión de Puente Grande. Los grados de tensión y dramatismo crecerán con cada capítulo y se saldrán de control en paralelo a los hechos históricos recientes de México. A veces la trama se convierte en un juego de ajedrez, a veces en una carnicería. Será fácil para cualquier lector mexicano identificar los verdaderos nombres detrás de los políticos, narcotraficantes y policías de ficción que pueblan la novela de Winslow.

Y lo mejor de la obra es que se trata de una novela de tesis. En medio de tanta crueldad, de injusticias enormes y ataques contra inocentes; entre tantos asesinatos, corrupción, actos heroicos y decisiones sanguinarias, el trasfondo de la novela de Winslow es cristalino como el agua: el Cártel no lo forma un grupo determinado del crimen organizado. El Cártel lo integran el gobierno de México, las bandas del narcotráfico, la DEA, la CIA, los medios masivos y el silencio cómplice de una sociedad corrompida hasta los huesos.

Frente a ella, una constelación de ciudadanos heroicos, principalmente periodistas, intelectuales y mujeres que participan como activistas sociales en Ciudad Juárez, siembran día a día la semilla de la dignidad, y le dan valor a cada vida humana, en un entorno donde los asesinatos ya no son noticia, porque “noticia sería que no los hubiera”. 

Es curioso que frente a estos inocentes que alzan la voz y arriesgan su seguridad personal, Adán Barrera quede disminuido con todo su imperio personal de sangre y su ranking en la lista de Forbes de los hombres más poderosos del mundo. Y que Art Keller, uno de los contados policías honestos que recorren la novela, les tribute el reconocimiento de su amor y respeto. Ojalá esa parte de la novela también se base en la realidad; única prueba concreta de que entre nosotros existe la esperanza. 

25 noviembre 2015

El piano ha estado tomando (no yo)

Estoy en el rincón de una cantina y bebo con un buen amigo un vaso de whisky derecho. Mi amigo que toma un Etiqueta Negra me pregunta, nada más por curiosear, cual sería la mejor canción para rendirle homenaje al alcohol y yo le respondo sin dudarlo: “The piano has been drinking (not me)” del tipo más desparpajado y valemadrista que haya parido mujer alguna: Tom Waits. Este eminente cantante, que se duerme con el traje puesto noches antes de sus conciertos para no sufrir la urgencia de vestirse el mero día de su presentación, compuso el mejor tributo al alcohol de toda la historia de la música. No diría que el suyo es un homenaje, porque este acto sólo se rinde a héroes patrios como Miguel Hidalgo, Benito Juárez, etcétera. Pero la canción de Waits es toda una proeza: su letra es surrealismo puro y la compuso quién sabe en cual bar de la frontera México-EUA, donde lo alcanzó el amanecer en una de sus tantas salidas de juerga.     

Canto a mi amigo “The piano has been drinking (not me)” y luego le cuento que esta mañana leí en El Universal el peor artículo con el que me haya topado en años: “Marihuana y alcohol”. Me deprime que el autor de este engendro literario sea Christopher Domínguez Michael. Con el mayor descaro escribe que el alcohol es la más letal de las drogas y critica que “corra libre y rauda por lo largo y ancho del planeta”. Pues a Dios gracias le respondo yo. Nunca hubiera pensado que Christopher fuese un fundamentalista. Pero pontifica y dicta sentencia como un fundamentalista. Y esa es mala carta de presentación para un crítico literario. Entiendo la abstinencia de todos mis amigos alcohólicos; hay goces de los que uno debe prescindir en razón de la constitución orgánica que nos tocó en la lotería divina del ADN. Ahora bien, tampoco suscribiría la máxima: “desconfía de los abstemios, porque no guardan buenas intenciones”. Eso es caer en extremismos al estilo Domínguez Michael.

Dice Christopher: “Cuando el pequeño Ayatola que todos llevamos dentro aparece en mi conciencia y fantasea con que todo el alcohol del mundo sea derramado en las alcantarillas universales, aplaudo”. Aparte de que la frase está mal estructurada (no es correcto dejar el verbo al final de la oración), nos mete a todos en el mismo costal. A mí que me esculquen; yo no tengo ningún Ayatola ni terrorista musulmán dentro, ni en la peor de mis pesadillas vería derramar todo el vino tinto, whisky single malt y ron cubano por las alcantarillas universales(sic), a menos que yo estuviera debajo, almacenando en tinas tanto alcohol desperdiciado. Y es que no se vale patear la piedra con la que uno se tropieza, ni mentarle la madre al cocotero porque nos arrojó un coco en la cabeza, ni, como hace Christopher, acusar al alcohol de su alcoholismo.

Mi amigo que bebe un Etiqueta Negra critica a Christopher con la peor de las posturas que un buen catador debe asumir: “¿qué no entiende ese tipo que el alcohol es medicinal y que un buen trago alivia penas y quita el dolor que uno guarda en el corazón?”. Pésimo. Yo cuando enfermo tomo la medicina adecuada y listo. En cambio, el alcohol lo tomo no por sus propiedades curativas o porque me pueda restaurar parte de mi salud averiada. Yo tomo alcohol porque me gusta y punto. Por placer, disfrute o confort sibarita, no por prescripción médica. Si éste fuera el caso, guardaría mi botella de whisky no en mi cava sino en el botiquín de primeros auxilios.

Me aburre discutir con el fantasma de un crítico literario y disentir con un amigo en cuerpo presente que bebe su Etiqueta Negra. Así que mejor sigo cantando “The piano has been drinking (not me)”. Y me pregunto igual que Tom Waits (el alcohol da pie a este tipo de pensamientos profundos), por qué mi corbata esta dormida y la banda se ha ido a Nueva York y la rockola tiene que ir a orinar y la alfombra necesita un corte de pelo y el foco parece la fuga de una prisión y el teléfono no tiene cigarros y la terraza se ha ido a ligar. Y el piano ha estado tomando (no yo).  

23 noviembre 2015

Poderes de la Unión: tres tipo de cuidado

En México los tres Poderes de la Unión se regatean sus funciones. Eso se ve pocas veces en un Estado. Pero como México no hay dos. El Judicial aprobó el uso de la marihuana con fines recreativos, en el caso de cuatro personas que promovieron un amparo, evitando montar mesas de discusión sobre el tema con el Legislativo. Pero por más que los diputados federales han intentado acercarse con los miembros de la Suprema Corte, éstos se hacen de la vista gorda, por motivos inexplicables.

Por su parte, el Ejecutivo federal no se ha quita la maña de querer legislar a su antojo, comprando voluntades en el Congreso de la Unión. Solo así se aprobaron en la pasada legislatura las tristemente célebres Reformas Estructurales, de las cuales ninguna ha gozado del destino esperado: la petrolera la hundió el precio internacional del barril de crudo; la de comunicaciones se desinfló en las leyes secundarias, y la educativa se desdibujó con la intervención de los líderes sindicales: hijos desobedientes de la convicta Elba Esther.   

Pero el peor traslape de funciones lo opera el Congreso de la Unión. Desde hace un par de legislaturas, los diputados federales han incurrido en la extraña práctica de decidir cuales obras públicas se ejecutarán en cada Estado y municipio y cuales se quedarán sin hacer o a medio hacer. Podrán alegar los legisladores que ellos nada más etiquetan los recursos. Pero en esta práctica aplica bien la famosa máxima: “quien tiene el dinero, manda”, Los alcaldes y gobernadores podrán planear todo lo que quieran, pero finalmente  tendrán que cabildear con los diputados la obra pública, el hospital o la plaza comunitaria. Luego entra el segundo refrán del caso: “el que parte y reparte, se queda con la mejor parte”.

¿Qué hacer para que el Poder Judicial, el Legislativo y el Ejecutivo no se arrebaten sus respectivas atribuciones? Para empezar, denunciándolos. Pero los medios de comunicación se interesan más en darle cobertura a la etiquetación de recursos que a cuestionar tan mala práctica. La prensa se enfocó más a celebrar le resolución de la Suprema Corte sobre el cultivo de la marihuana, que a indagar si el Legislativo merecía participar en ese debate público. Y la opinión pública le dio más relevancia a la dislexia de Peña Nieto (por decir lo menos) que a investigar por qué los ayuntamientos quedaron fuera en el decisión de escoger los proyectos públicos donde gastar, a pesar de que son ellos los que presentaron sus necesidades de infraestructura a la Secretaría de Hacienda. 

En suma, cada uno de los Poderes de la Unión roba atribuciones al otro, y en esta maraña de funciones traslapadas, los únicos que perdemos somos los ciudadanos, sometidos a ver detrás de la barrera la rebatinga del erario público y obligados a cumplir la hazaña de ser expertos en políticas públicas, prácticas parlamentarias y potestades jurisdiccionales, a fin de poder entender, aunque sea un poquito, la magnitud de tamaño desmadre. 

27 octubre 2015

Greenaway en Morelia

Predecía un fracaso el 13 Festival Internacional de Cine de Morelia. El huracán Patricia disolvería en agua la afición cinéfila que se ha vuelto mítica en un Estado donde llueven balas y se rafaguean tormentas. Pero nada pasó en Michoacán: como el Próspero de Shakespeare, que invocaba tifones para luego desaparecerlos con el conjuro de su voz anciana, el huracán se volvió llovizna. La alfombra roja apenas humedecida con los tacones de las estrellas, algunas, como Guillermo del Toro, brillando por su ausencia. 

Me siento en una butaca con Brenda, justo debajo de Peter Greenaway, uno de los grandes directores de cineLa sala atestada de cinéfilos y funcionarios públicos que se delatan fuera de lugar. Los discursos dislocados del gobernador y del alcalde: pobres los dos burócratas. Greenaway es una imagen que muere sola, diría Shakespeare en su soneto; usa una camisa azul eléctrico y un saco negro, deslavado. Es altísimo, melancólico y genial. Posa sin molestia para las cámaras pero a mí me da pena pedirle un selfie

Vemos el estreno de “La Cumbre Escarlata”. Su autor, un Guillermo del Toro con la sabiduría y los tics que lo marcan, en plenitud plástica. Fantaseo con lo que editaría Greenaway de ese melodrama gótico. Hubiera desarmado el artefacto fílmico completo. ¿Mejorado? No lo se: del Toro filma para perturbar a sus fans; Greenaway para afianzar sus perturbaciones íntimas: es un esteta que quiere morir solo, porque augura que el cine morirá pronto. Viene a Morelia a exhibir su Einsenstein en Guanajuato”, que documenta su fracaso. Rezuman pesimismo, autor y obra, al mismo tiempo.  

Alejandro Ramírez, dueño y CEO de Cinépolis, nos cuenta, muy en confianza, que Guillermo no pudo venir al FICM, no por miedo a la tempestad de Patricia, sino por padecimientos de su obesidad, que lo ata a sí mismo y lo paraliza días enteros. Alejandro, en cambio, es un hombre de negocios ágil, fácil de palabra y de buen humor permanente. Se siente cómodo en su empaque de joven eterno: una variante empresarial del hombre de cine, cuyo éxito no está detrás de una cámara, sino detrás de un proyector, multiplicado por decenas, cientos, distribuidos por todo el país, enfrentando los huracanes Patricia de Netflix y Roku.     

Concluye “La Cumbre Escarlata” no en un frenesí de espectros, sino de nieve alba y sangre bermeja. Los fantasmas me atrapan con su barroquismo tecnológico, pero me dejan frío como creyente de lo atávico. Greenaway se debate en un sentimiento dual: por un lado, la seducción de la estética, marca de la casa; por otro lado, las concesiones finales, en una pieza original que se antojaba un tour de force a las películas de terror, pero enseña de más la carpintería del oficio. El film se queda a medio camino entre la obra de arte y el cine palomero: ya se sabe que del Toro es un artista monumental de la lente, atento a los vulgares vericuetos de lo comercial. 

Me enfoco mejor en Greenaway. Le digo que sólo un vanidoso como él podía enmendarle la plana al propio Shakespeare. “Prospero´s Books” no es un homenaje al Cisne de Avon, sino la recreación de un genio egocéntrico que opera con los restos (pecios, como se dice en lenguaje marítimo) de “La Tempestad”, reventándole la trama: con los personajes-símbolos deShakespeare, Greenaway diseña metáforasvivientes. Arde la lengua en el dramaturgo. Arde la imagen en el cineasta. Tánatos fotografiado“Mas si prefieres pasar sin memoria / muere solo y tu imagen morirá” canta Shakespeare para la eternidad.

11 agosto 2015

Algunas idioteces nacionales

Hace más de un siglo los alemanes inventaron la estufa moderna. La fabricaron de porcelana. Era práctica, sencilla y limpia. No ocupaba personal para alimentarla de leña cada cierto tiempo, ni humeaba la cocina de las casas.  Fue importada a Estados Unidos donde se cocinaba en estufa de leña pero los norteamericanos le voltearon la cara: no quisieron usarla; decidieron seguir cocinando en sus humeantes y sucias estufas de leña. El escritor Mark Twain dio la explicación a semejante desdén: a sus compatriotas no les gustaba la estufa de leña porque no la habían inventado ellos. Así de simple.

No han sido los norteamericanos los únicos en montarse en su macho. Para necios, los mexicanos. En los años cuarenta los norteamericanos inventaron la aspiradora. Fue importada a México, donde las amas de casa de clase media pasaban todo el santo día sacudiendo el polvo de sus domicilios. Sin embargo, los mexicanos le volteamos la cara; no quisimos usar la aspiradora. Decidimos seguir limpiando los pisos, tapetes y alfombras con el mechudo o a cepillo vil. La película “Una familia de tantas” (1948) dio la explicación a semejante desdén: al padre de familia, representado por Fernando Soler, no le gustaba la aspiradora porque no la habíamos inventado nosotros (además de que David Silva se la quería vender a plazos, muy al estilo gringo).

Mark Twain explicó el hecho de no valorar las ideas que no se nos ocurren a nosotros, sino a otros: “la especie humana es lenta en la adopción de ideas valiosas y a veces incluso se empeña en no adoptarlas jamás”. El título de su ensayo es revelador: “Algunas idioteces nacionales”. Estamos más enamorados de nuestras ideas que de nuestras parejas. Estamos más apegados a nuestras ocurrencias que a nuestros bienes materiales. Y lo peor es que, cuando ya adoptamos una idea ajena, lo hacemos con la típica frase “yo ya lo había pensado antes”. Si este defecto mental lo pasamos a la política o a los negocios, se entiende porqué no avanzamos como país: cada Presidente quiere partir de cero. Cada gobernador o alcalde quiere cambiarlo todo. Cada gerente de empresa desacredita a quien lo antecedió en el cargo. Borrón y cuenta nueva.  


Por supuesto, las ideas que explico en este texto las medité yo exclusivamente. Son únicamente mías. Mark Twain las esbozó hace más de cien años, y en realidad a miles y miles de pensadores más se le ocurrieron primero que a mi, pero la mera verdad es que no valían mucho la pena. O como decía Edison de los inventos de Tesla, su mayor rival: “son espléndidos pero completamente impracticables”. Cabe aclarar que Edison se refería los motores de corriente alterna que diseñó Tesla y provocaron la Segunda Revolución Industrial. Nada más y nada menos.