El problema
de la pobreza es no solo falta de inversión. Se trata de un problema de
malas leyes. Las reglas equivocadas propician que los pobres se queden en donde
están, que no tengan movilidad. ¿Y hacia donde podrían moverse? A otro país.
Los pobres de África del Norte migran a Francia o España; los de México a EUA.
Este desplazamiento suele ser mortal: los inmigrantes ilegales mueren en el
tránsito de su país de origen al nuevo. O son deportados apenas pisan suelo
ajeno.
¿Y qué tal
si en sus países de origen estos migrantes contaran con la opción de ciudades
chárter? ¿Ciudades emergentes con administración independiente? ¿Si se
convirtieran no en extranjeros mal vistos sino en residentes formales? ¿Si
vivieran en ciudades-Estado con estatutos especiales y autónomos que promuevan
la inmigración y la inversión? ¿A qué me refiero? A
nada que sea una utopía. Es un experimento del que varios países,
antes ahogados en la miseria, han resultado beneficiados.
El proyecto
en papel es muy simple: en zonas deshabitadas, por ejemplo, la costa de África subsahariana,
o el desierto de Sonora, o las regiones más apartadas de Nuevo León, se
implantarían urbanizaciones patrocinadas por países de Primer Mundo, generando
oportunidades económicas, inversión extranjera, empresas globales con
tecnología de punta, viviendas seguras de bajo costo y, sobre todo, puestos de trabajo. El
Estado huésped acepta que esas regiones bajo su soberanía se gobiernen en
condiciones especiales, sin aranceles, con leyes diferenciadas al del resto de
su territorio y otros derechos de propiedad. ¿Una nueva variable de colonización?
No: una nueva opción de desarrollo económico.
No se trata
de una utopía. Ya es una realidad. La Isla Mauricio, Singapur o Hong Kong se
gobiernan bajo estas reglas económicas diferenciadas que las definen como zonas
económicas libres o francas. Han recurrido al Consejo Privado Británico (British Privy Council) como tribunal de
última instancia en su sistema judicial especial. Quienes trabajan ahí, lo
hacen con libertad, seguridad y plena elección personal. Y ganan dinero para
vivir holgadamente.
Las
empresas extranjeras se instalan en Mauricio, Singapur y Hong Kong sin trámites
engorrosos y sin restricciones comerciales. Incluso hay ejemplos más secretos
pero igualmente ventajosos: Cuba, país anfitrión, dio a EUA el derecho de instalar
no sólo una base militar sino un entorno empresarial en Guantánamo, una región
más próspera que el resto de la Isla. En suma, todos salen ganando. ¿Otro
ejemplo que refleja prosperidad? Dubai, que se gobierna al margen del emirato o
Masdar City, ciudad de negocios ubicada en Abu Dhabi, planeada y trazada por el
mítico arquitecto Norman Foster que recurrirá exclusivamente a las energías
renovables.
Incluso la
apertura comercial de Hong Kong, propició que China valorara a escala las
ventajas de abrirse al libre comercio. De ese pequeño laboratorio, el gobierno
chino, desde la era Deng Xiaoping, aprendió a vivir bajo una mezcla de
autoritarismo político pero con plena apertura comercial. Por eso ahora son una
potencia que compite de tú a tú con EUA; por eso replicó las condiciones de
estatuto especial en otro centro comercial: Shenzen, cerca de Hong Kong. Por su
parte, Corea del Sur ha cedido seis kilómetros cuadrados que ahora son poblados
por rascacielos y es considerado un distrito de negocios internacional,
denominado Songdo City.
Por
supuesto, en un país tan ensimismado como México, donde su vecino del Norte le
robó la mitad del territorio nacional, abrir zonas de estatuto especial es un
tema sensible. Sería como volver a ceder una parte de su soberanía nacional. Se
podría abrir la “herida supurante” como la denominó melodramáticamente Carlos
Fuentes.
Pero no
podemos vivir encadenados a nuestra historia. Es mejor ponderar las ventajas
competitivas de zonas de libre acceso, que no pongan dique al flujo migratorio
de trabajadores en busca de mejores condiciones de vida, que huyen de Estados
fallidos como el mexicano, sin garantía de puestos de trabajo ni la mínima
seguridad para sus ciudadanos. Este modelo de ciudad es el remedio a la pobreza
como destino de muchos ciudadanos de segunda, que viven en condiciones que solo
prometen el peor de los destinos.
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