01 junio 2016

Ciudades soberanas: un remedio a la pobreza


El problema de la pobreza es no solo falta de inversión. Se trata de un problema de malas leyes. Las reglas equivocadas propician que los pobres se queden en donde están, que no tengan movilidad. ¿Y hacia donde podrían moverse? A otro país. Los pobres de África del Norte migran a Francia o España; los de México a EUA. Este desplazamiento suele ser mortal: los inmigrantes ilegales mueren en el tránsito de su país de origen al nuevo. O son deportados apenas pisan suelo ajeno.

¿Y qué tal si en sus países de origen estos migrantes contaran con la opción de ciudades chárter? ¿Ciudades emergentes con administración independiente? ¿Si se convirtieran no en extranjeros mal vistos sino en residentes formales? ¿Si vivieran en ciudades-Estado con estatutos especiales y autónomos que promuevan la inmigración y la inversión? ¿A qué me refiero? A nada que sea una utopía. Es un experimento del que varios países, antes ahogados en la miseria, han resultado beneficiados.

El proyecto en papel es muy simple: en zonas deshabitadas, por ejemplo, la costa de África subsahariana, o el desierto de Sonora, o las regiones más apartadas de Nuevo León, se implantarían urbanizaciones patrocinadas por países de Primer Mundo, generando oportunidades económicas, inversión extranjera, empresas globales con tecnología de punta, viviendas seguras de bajo costo y, sobre todo, puestos de trabajo. El Estado huésped acepta que esas regiones bajo su soberanía se gobiernen en condiciones especiales, sin aranceles, con leyes diferenciadas al del resto de su territorio y otros derechos de propiedad. ¿Una nueva variable de colonización? No: una nueva opción de desarrollo económico.

No se trata de una utopía. Ya es una realidad. La Isla Mauricio, Singapur o Hong Kong se gobiernan bajo estas reglas económicas diferenciadas que las definen como zonas económicas libres o francas. Han recurrido al Consejo Privado Británico (British Privy Council) como tribunal de última instancia en su sistema judicial especial. Quienes trabajan ahí, lo hacen con libertad, seguridad y plena elección personal. Y ganan dinero para vivir holgadamente.

Las empresas extranjeras se instalan en Mauricio, Singapur y Hong Kong sin trámites engorrosos y sin restricciones comerciales. Incluso hay ejemplos más secretos pero igualmente ventajosos: Cuba, país anfitrión, dio a EUA el derecho de instalar no sólo una base militar sino un entorno empresarial en Guantánamo, una región más próspera que el resto de la Isla. En suma, todos salen ganando. ¿Otro ejemplo que refleja prosperidad? Dubai, que se gobierna al margen del emirato o Masdar City, ciudad de negocios ubicada en Abu Dhabi, planeada y trazada por el mítico arquitecto Norman Foster que recurrirá exclusivamente a las energías renovables.    

Incluso la apertura comercial de Hong Kong, propició que China valorara a escala las ventajas de abrirse al libre comercio. De ese pequeño laboratorio, el gobierno chino, desde la era Deng Xiaoping, aprendió a vivir bajo una mezcla de autoritarismo político pero con plena apertura comercial. Por eso ahora son una potencia que compite de tú a tú con EUA; por eso replicó las condiciones de estatuto especial en otro centro comercial: Shenzen, cerca de Hong Kong. Por su parte, Corea del Sur ha cedido seis kilómetros cuadrados que ahora son poblados por rascacielos y es considerado un distrito de negocios internacional, denominado Songdo City.

Por supuesto, en un país tan ensimismado como México, donde su vecino del Norte le robó la mitad del territorio nacional, abrir zonas de estatuto especial es un tema sensible. Sería como volver a ceder una parte de su soberanía nacional. Se podría abrir la “herida supurante” como la denominó melodramáticamente Carlos Fuentes.


Pero no podemos vivir encadenados a nuestra historia. Es mejor ponderar las ventajas competitivas de zonas de libre acceso, que no pongan dique al flujo migratorio de trabajadores en busca de mejores condiciones de vida, que huyen de Estados fallidos como el mexicano, sin garantía de puestos de trabajo ni la mínima seguridad para sus ciudadanos. Este modelo de ciudad es el remedio a la pobreza como destino de muchos ciudadanos de segunda, que viven en condiciones que solo prometen el peor de los destinos.

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