Predecía un fracaso el 13 Festival Internacional de Cine de Morelia. El huracán Patricia disolvería en agua la afición cinéfila que se ha vuelto mítica en un Estado donde llueven balas y se rafaguean tormentas. Pero nada pasó en Michoacán: como el Próspero de Shakespeare, que invocaba tifones para luego desaparecerlos con el conjuro de su voz anciana, el huracán se volvió llovizna. La alfombra roja apenas humedecida con los tacones de las estrellas, algunas, como Guillermo del Toro, brillando por su ausencia.
Me siento en una butaca con Brenda, justo debajo de Peter Greenaway, uno de los grandes directores de cine. La sala atestada de cinéfilos y funcionarios públicos que se delatan fuera de lugar. Los discursos dislocados del gobernador y del alcalde: pobres los dos burócratas. Greenaway es una imagen que muere sola, diría Shakespeare en su soneto; usa una camisa azul eléctrico y un saco negro, deslavado. Es altísimo, melancólico y genial. Posa sin molestia para las cámaras pero a mí me da pena pedirle un selfie.
Vemos el estreno de “La Cumbre Escarlata”. Su autor, un Guillermo del Toro con la sabiduría y los tics que lo marcan, en plenitud plástica. Fantaseo con lo que editaría Greenaway de ese melodrama gótico. Hubiera desarmado el artefacto fílmico completo. ¿Mejorado? No lo se: del Toro filma para perturbar a sus fans; Greenaway para afianzar sus perturbaciones íntimas: es un esteta que quiere morir solo, porque augura que el cine morirá pronto. Viene a Morelia a exhibir su “Einsenstein en Guanajuato”, que documenta su fracaso. Rezuman pesimismo, autor y obra, al mismo tiempo.
Alejandro Ramírez, dueño y CEO de Cinépolis, nos cuenta, muy en confianza, que Guillermo no pudo venir al FICM, no por miedo a la tempestad de Patricia, sino por padecimientos de su obesidad, que lo ata a sí mismo y lo paraliza días enteros. Alejandro, en cambio, es un hombre de negocios ágil, fácil de palabra y de buen humor permanente. Se siente cómodo en su empaque de joven eterno: una variante empresarial del hombre de cine, cuyo éxito no está detrás de una cámara, sino detrás de un proyector, multiplicado por decenas, cientos, distribuidos por todo el país, enfrentando los huracanes Patricia de Netflix y Roku.
Concluye “La Cumbre Escarlata” no en un frenesí de espectros, sino de nieve alba y sangre bermeja. Los fantasmas me atrapan con su barroquismo tecnológico, pero me dejan frío como creyente de lo atávico. Greenaway se debate en un sentimiento dual: por un lado, la seducción de la estética, marca de la casa; por otro lado, las concesiones finales, en una pieza original que se antojaba un tour de force a las películas de terror, pero enseña de más la carpintería del oficio. El film se queda a medio camino entre la obra de arte y el cine palomero: ya se sabe que del Toro es un artista monumental de la lente, atento a los vulgares vericuetos de lo comercial.
Me enfoco mejor en Greenaway. Le digo que sólo un vanidoso como él podía enmendarle la plana al propio Shakespeare. “Prospero´s Books” no es un homenaje al Cisne de Avon, sino la recreación de un genio egocéntrico que opera con los restos (pecios, como se dice en lenguaje marítimo) de “La Tempestad”, reventándole la trama: con los personajes-símbolos deShakespeare, Greenaway diseña metáforasvivientes. Arde la lengua en el dramaturgo. Arde la imagen en el cineasta. Tánatos fotografiado. “Mas si prefieres pasar sin memoria / muere solo y tu imagen morirá” canta Shakespeare para la eternidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario