26 noviembre 2013

RAMÓN ALBERTO GARZA Y LOS MAGNATES FILANTRÓPICOS

--Es que salvando honrosas excepciones, el empresario mexicano se compromete cada vez menos para cualquier cosa que no sean sus negocios, sus utilidades.

Ramón Alberto Garza, director de Reporte Índigo y uno de los periodistas más acuciosos de México planteó esa crítica mientras comíamos en La Embajada. Era una tarde plácida pero repleta de novedades políticas. Me había compartido una exclusiva sobre empresarios lavadores de dinero en Guadalajara, en complicidad con el gobierno de ese Estado. Luego vería publicado lo que en aquella comida me comentó: “Y el nuevo altruismo empresarial sólo tiene validez para ser desplegado en un incestuoso desfile de rostros y marcas, en las páginas de Quién, Hola! o en los suplementos sociales”.

--Coincido – responde el magnate a su subordinado Frederick T. Gates, esta mañana lluviosa de 1913 en Nueva York --. Mi colega Andrew Carnegie también hace obras de caridad, igual que yo, pero su motivación es la autopropaganda.

Frederick T. Gates no quiere contradecir a su jefe, pero se ve obligado a abrir su informe con un comparativo en cifras: mientras el magnate ha destinado a la filantropía en las últimas dos décadas 134 millones de dólares, Carnegie ha donado 179 millones de dólares. La diferencia no es menor.

--¡No hice mi dinero firmado cheques! – le replica el magnate.
La verdad es que Frederick T. Gates se sabe la única persona capaz de pedirle donativos a un tacaño como lo es el magnate, que para algunos gastos cree ganar los 3.5 dólares que recibía como joven jornalero de Cleveland (“¿cuantos han empezado con menos dinero que yo?” se pregunta frecuentemente).

--Es que está secuestrado por sus intereses, silenciado por sus complicidades. – sentenció Ramón Alberto Garza. Atendí en silencio sus palabras y le di la razón. Sin embargo, también es cierto que la filantropía se ha incrementado últimamente en innumerables esfuerzos mundiales. Y está más vigilada que antes en casi todos los países. Claro, menos en México, donde impera el versículo I de san Pedro: “la caridad puede ocultar muchos pecados”.

Gates había salido en punto de las diez de la mañana de ese frío febrero de 1913, de las oficinas de Broadway número 26, sede de Standard Oil, con su informe bajo el brazo y había viajado en coche hasta la finca de Pocantino Hills, cercana a Nueva York. Ahora tenía media hora en la mansión georgiana de siete pisos, que según su propio dueño, “es un ejemplo de lo que habría hecho Dios si tuviera dinero”.

Frente a él está el hombre más rico del mundo.

John D. Rockefeller lee el informe de Gates y luego firma a disgusto el cheque sosteniendo una pluma de ganso con sus dedos largos y huesudos. Mientras espera, Gates medita en la progresiva decrepitud de su jefe: es un esqueleto encorvado, de piernas largas, obligado a alimentarse sólo con pan y leche porque su aparato digestivo quedó atrofiado de por vida.

-- La filantropía de usted es más sincera -- se permite opinar Gates--. Nos ha costado mucho pero el Instituto Rockefeller para la Investigación Médica es ya el primero en su tipo. En el anexo le señalo la obtención de la vacuna contra la fiebre amarilla y avances sobre parálisis infantil y neumonía. El problema es que Dios escribe derecho sobre renglones torcidos y no avanzamos como quisiéramos.

--Por eso yo solo creo en mi médico naturista y no en los supuestos avances científicos.

Ramón Alberto Garza tampoco es optimista sobre gran parte de la clase empresarial: “Desde mediados de los 90, cuando la crisis financiera obligó a muchos empresarios a extender la mano para pedir caridad y la salvación del gobierno, el perfil empresarial de México viene a la baja”.

Rockefeller deja que su interlocutor se explaye: calcula cada cifra que escucha, mide cada argumento y luego lo mira sin parpadear:

-- Pero dígame, Señor Gates, ¿hay alguna enfermedad que afecte a un gran número de personas, de la que mi Instituto conozca todos los detalles y pueda curar, no en un 50 u 80 por ciento de los casos, sino al 100 por ciento?

Frederick T. Gates permanece mudo, sin saber qué responder. El silencio se prolonga casi un minuto, hasta que el propio Rockefeller, con una sonrisa cortés, zanja el bochorno creciente de su interlocutor:

--No se preocupe: no me puede decir lo que no sabe.

Tomé el último café con Ramón Alberto Garza en La Embajada antes de salir a caminar por el corredor de restaurantes del Main Entrance. Lo acompañé hasta su camioneta donde lo esperaba su chofer. La pregunta pragmática de John D. Rockefeller no la supo responder Frederick T. Gates en aquella mañana de 1913.

Lleva 100 años sin responderse: no perdamos la fe.

1 comentario:

Unknown dijo...


Como siempre Eloy, una lectura amena, ligera y reflexiva, muy interesante ver como en la historia se repiten tanto los momentos, solo cambian los nombres. Pero bueno, solo un comentario sobre la fundacion Rockefeller, en las ultimas decadas ha salvado a mucha gente de la hambruna, una iniciativa que comenzo en Mexico para ese proposito fue el de investigar como mejorar la resistencia y la productivdad del maiz y posteriormente del trigo para que mucha gente no perdiera sus cosechas, el dia de hoy es el CIMMYT, con base en Texcoco, pero que esta en muchos paises y sigue vigente y ayuda a mucha gente a tener mejores rendimientos y por lo tanto mas alimento. Centro Internacional de mejoramiento del Maiz y Trigo. Es impresionante la labor tan importante que hacen y tan discreta su presencia.
Solo una anecdota que me sorprendio cuando supe su origen.
Saludos y un abrazo Eloy!!
Said Mohamed