Escena
uno: El ex novio de Silvana es uno de los hijos del ex Presidente Luis
Echeverría. De los hermanos es el más bajo de estatura y el único entre ellos
que de verdad aprecia el arte. Quizá por eso se enamoró de Silvana. Esta rubia,
de origen bretón, es muchos años menor que él y de joven fue su alumna en el
Claustro de Sor Juana.
A
Silvana le dolió hasta el alma romper con su novio y sufrió como sólo saben
hacerlo las francesas: posponiendo su suicidio inminente un día sí y otro
también. La conocí porque quiso venderme dos litografías de Salvador Dalí con
motivos bíblicos, pero no le llegué al precio. Me dijo que las dos obras fueron
el último regalo que le hizo el hijo de Echeverría y que luego, por despecho,
remató.
Ella
me contó esta historia, salpicándola adrede con frases en francés y me pidió
que la hiciera pública, porque los franceses guardan normas de etiqueta pero no
de pudor. Comenzó a asistir a los mítines conmemorativos del dos de octubre
desde que se enteró que su ex suegro fue uno de los involucrados.
Escena
dos: En una glorieta de la avenida Obregón, cerca de Casa Lamm, Silvana vendía
obras de arte, como los Dalí bíblicos. Me mostró un collage suyo: enmarcado en
terciopelo, pegó un corazón bordado con hilos gruesos, acribillado por
alfileres con cabeza de distinto color, para representar las veces que cada ex
novio la lastimaba. Los de cabeza azul representaban al hijo de Echeverría y
eran los más abundantes: uno por cada herida que le causó. “Aquí, en una
orillita del corazón – me dijo coqueta- hay espacio para los alfileres tuyos”.
Yo no le respondí. Se notaba que no era feliz.
Escena
tres: Nunca me aclaró Silvana hasta donde sabía el hijo de Echeverría la
complicidad de su padre en la matanza estudiantil. Pero llegó a acompañarla a
algunos mítines. Me dijo que en el atrio de la iglesia de Tlatelolco incluso lloraron
los dos. Ningún hijo es culpable de los pecados que comete su padre. Pero él
bien pudo preguntarle al suyo. Y no lo hizo. O lo calló. Silvana me contaba
estas cosas mezclando francés y español. Se reía pero no era feliz.
Escena
cuatro: Desde entonces comencé a investigar el origen de los grabados bíblicos
de Dalí que vendía Silvana. Fui con expertos y dealers de arte. Por fin me
reveló el misterio el hijo de Carlos Payán, dueño de un taller de grabados a
espaldas de Plaza Loreto, en la ciudad de México. Se trataba de ilustraciones
arrancadas de una Biblia adornada con un centenar de litografías de Dalí;
edición limitada a cien ejemplares de la editorial Rizzoli, en Milán, y que
regaló el rey Juan Carlos (entonces príncipe) a don Luis Echeverría. Yo le
conté todo a Silvana. Para entonces, ella ya se había ido a susurrar palabras
en francés a otro pretendiente.
Escena cinco: A Silvana la perdí de vista y se llevó su corazón
acribillado con alfileres, sin espacio para ensartar los míos. No supe más.
Hasta que cierta mañana llegó a mi casa un paquete con su nombre de remitente.
Presentí que sería una de las litografías bíblicas de Dalí. ¡Cuánta amabilidad!
Abrí la caja: era el mismo corazón enmarcado en terciopelo, acribillado con
alfileres, pero ahora con una frase bordada en francés que a duras penas pude
leer: “Ya soy feliz”.
(Publicado en Milenio.com)
1 comentario:
A partir de hoy soy fan de éste blog. Que bonito esta!.
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