Dime cuantas preguntas me
harás para saber cuántas mentiras te contestaré. A las amantes de los poderosos,
las que no toman whisky porque no aprecian el reposo de la buena plática, les
gusta mentir y que les mientan. No se crea que por maldad o saña (que también);
lo hacen para afirmarse la mentira que es la vida que llevan. Fingen su edad,
falsean sus horarios y rutinas; exageran las horas de pilates, ocultan cosas a
su amante; meten en el closet al amor prohibido. Dicen que toman whisky pero
añoran el ron.
Ella acepta mi entrevista
en el sushi bar para contarme su ascenso social; comenzó sus éxitos cuando
sorprendió a su primera pareja con otra. La engañó en su propia casa, sobre el
colchón de su alcoba, tomando un whisky que les supo a lujuria, aunque nada más
veían televisión. Desde entonces ella dice que toma whisky pero añora el ron.
Enciendo la grabadora y me
cuenta sus relaciones sentimentales (es un decir) con docenas de amantes
fortuitos. No por venganza sino por el prurito de saber a qué sabe la ambición.
Le proveen la bolsa Louis Vuitton, los aretes Carolina Herrera, el reloj
Cartier, la mascada Hermes, la imagen coja de vampiresa que a veces se le
chorrea junto con el tinte del cabello las tardes de lluvia.
Su travesía por el
desierto duro lo que un parpadeo: gracias a su amante político montó su primer
negocio. Esto no me lo dijo; lo intuí en sus ojos y en sus ademanes de nueva
rica.
--¿Puedo preguntarte algo
muy personal?
--Dime cuántas preguntas
me harás, para saber cuántas mentiras te contestaré.
Juguetea con el vaso
whiskero. Paladea sus alcances comerciales. El regusto a profesionista exitosa
se le disuelve en cada hielo que mordisquea.
--¿Cuánto has avanzado con
tu nuevo amante?
--Me expando por mí misma,
no gracias a nadie. Me estoy comiendo el mundo.
-- Más bien a sus
habitantes, sector masculino.
La imagino publicando
libros motivacionales contando su verdad: “comencé a triunfar cuando sorprendí
a mi pareja viendo televisión con su amante. ¡Venganza es el nombre del juego!
Sea vengativo, lector de este libro de superación personal, y el coraje será la
adrenalina que lo empuje a actuar, el litio que le de cordura, las feromonas
que lo tornen sexy, el veneno que lo mate al final”. ¿Conoces tú las
propiedades de la venganza? Son infinitas, como la arena del desierto.
--A ver: ¿cuántos años
tengo?
Calculo treinta y dos.
Mido los surcos de su rostro, la incipiente papada y la ansiedad que padecen
algunas mujeres por aparentar menos edad. Reviso sus manos y aventuro la cifra.
Se le inflaman los mofletes de indignación. Añado, en desagravio suyo, que
ganar un sitio en los negocios le redujo el vientre, le alisó la frente rugosa,
le puso los senos en su lugar.
--Soy una profesionista
exitosa.
--Lo se y te doy mi
pésame.
A lo largo de su vida, la
entrevistada ha logrado tres veces lo que en el póquer se conoce como Royal
Flush o Escalera Real, una jugada casi imposible: deben salir los cinco naipes
más altos del mismo palo. La primera jugada milagrosa le salió al rebelarse
contra el acostón televisivo de su pareja. La segunda al conocer a su amante
político. La tercera cuando inició su negocio. Royal Flush: gancho al hígado
con cinco naipes.
--Me gusta tu metáfora.
Toma un sorbito de whisky
que en realidad no le agrada porque prefiere el ron. Se vanagloria de cómo
subió cada peldaño de la Escalera Real. Igual la admirará algún lector. Bien
instalada en la cresta de la sociedad, como adoptando poses de ejecutiva, a la
moda sport los domingos por la tarde, pantalón a la cadera True Religion y
blusa Juicy Culture. Pero a la postre sus amantes la habrán abandonado.
--Yo los perdono a todos.
--Mejor perdónate a tí
misma.
--¿Qué me perdono? ¿Ser
exitosa? ¿Atraer a los políticos? ¿Cuál de mis tres Royal Flush me perdono para
que estés contento?
Dime cuantas preguntas me
harás para saber cuantas mentiras te contestaré. De entrada, podría perdonarse
sus neurosis de amante porque los remordimientos no la dejarán dormir.
--Yo duermo muy bien.
--Cualquiera, con un Tafil.
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