La mujer morena está desnuda, se
sacude el cabello suelto, camina sin parar de un extremo al otro y sus ojos sin
vida buscan un resquicio por donde escapar de su jaula vitalicia. El espacio
asfixiante y el entorno tan estrecho le avivan la ansiedad hasta crisparle los
nervios lastimados por la sensación de soledad.
Yo la miraba con la curiosidad
científica de un entomólogo estudiando una mariposa. Y entonces, como imantados
por mi presencia, sus ojos se fijaron en mi rostro. Dejó de caminar de un lado
al otro. Copió uno a uno, simultáneamente, mis gestos, mis ademanes, mis
movimientos. De improviso se convirtió en mi espejo. O quizá yo era su espejo.
Mi amiga dio un clic al mouse y la
mujer desnuda se esfumó como por arte de magia: el monitor quedó en blanco. No
le importó mi decepción por despertarme tan abruptamente del encanto digital.
Es una desarrolladora de videojuegos, oriunda de Monterrey pero residente en
EUA desde hace una década, y este tipo de milagros los repite un día sí y otro
también como parte de sus pruebas de trabajo. Comenzó programando en lenguaje
Java pero participa desde hace años en un sistema open source para diseños
inteligentes de software.
Le confesé que lo suyo es algo más
que ingeniería: era arte puro. Se quedó pensativa un rato. Presentó su modelo
en la Bienal Internacional de Arte Contemporáneo de Sevilla, como una especie
de instalación digital, pero pasó desapercibida. No recibió ninguna crítica
negativa, pero tampoco favorable.
Tuvo mejor acogida en el NabShow
de Las Vegas hace tres años, una feria de artículos tecnológicos y no una
exposición de arte. Ahí, cierto distribuidor de software quiso recomendarla en
Starlight Runner Entretainment, productora de proyectos transmedia que
participó en los efectos especiales de “Piratas del Caribe”, pero mi amiga se negó
indignada: su “Mujer Virtual” no era producto de marketing.
“Tu repudio del entretenimiento es
un desprecio a la vida” le reclamé en su departamento de San Antonio, frente al
tercer café con Splenda que se tomaba esa noche. “No tienes amigos porque todos
somos frívolos; apenas tienes novio porque para ti el amor es una tragedia
griega; no tienes roce social porque te interrumpen tus meditaciones metafísicas.
Y aparte no crees en Dios que es el mejor remedio para la gente aburrida”. No
duré muchos minutos más en su departamento. Luego comprendí que fui imprudente
porque estaba a punto de romper con el novio tras 7 años de relación tortuosa.
Un año después fui con mi hermano
Oscar al NabShow de Las Vegas. En el último stand de la zona oriente, a un lado
de los baños, me topé con el monitor de mi amiga: la misma mujer digital,
desnuda, ahora rubia, se
desplazaba de un extremo al otro de la pantalla. Juro que ahora la vi
más entusiasta y hermosa.
Mi hermano no entendió el truco
del software, hasta que, casi por instinto, miré fijamente los ojos sin vida de
la muchacha virtual. Entonces renació la antigua magia: la modelo levantó al
mismo tiempo que yo su brazo izquierdo, negó como yo con su cabeza y asintió
conmigo tres veces en coordinación perfecta. Luego, como remate agradecido, le
planté un beso a la pantalla que la mujer virtual me respondió con el mismo
impulso frenético de sus desquiciados bites a falta de hormonas.
-- Es una metáfora del amor -- sentencié
inapelable -- El amante es libre de ansiedades cuando está frente a su pareja:
vive prendido de su enamoramiento.
-- O de su programación -- me
respondió mi hermano, que sabe más de tecnología que yo.
Hace un par de meses volví al
departamento de mi amiga en San Antonio. Me contaron que ya no salía de su
cuarto, que había abandonado el trabajo y cualquier contacto directo con la
gente. Semanas antes cortó con el novio y ahora vivía sola, sin roomates, ni
perros, ni gatos. La encontré demacrada, caminando sin parar por el cuarto y tomando
un café tras otro. No se alteró siquiera cuando la felicité por su “Mujer
Virtual”, versión rubia, en el NabShow de Las Vegas.
-- No es mí proyecto — me
respondió –. Es una imitación pirata; me robaron el código de programación. Ahora
lo están comercializando por todo el mundo.
Era cierto: su mujer virtual
seguía desnuda y morena en el monitor de siempre; pero ahora no caminaba de un
extremo al otro, sino que estaba acuclillada, con la cabeza en las rodillas y
susurrando mecánicamente un rezo. Parecía una mariposa en reposo. Cuando mi
amiga se acercó por fin a la pantalla (yo no me atreví a hacerlo), la mujer
virtual se levantó, comenzó a danzar lentamente, como ensayando una rutina, y
mi amiga repitió cada gesto, cada ademán, cada movimiento suyo, en coordinación
perfecta.
Pretexté una cita próxima y salí
apresurado del departamento. Quise meditar sin testigos en la banca de un
parque cercano, sobre los estragos que la combinación de café y desamor
provocan sin medida ni remedio en una mujer que alguna vez fue un ser
inteligente y ahora es una entelequia virtual, de ojos sin vida y
definitivamente sola.
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