05 marzo 2013

UNA MUJER DESNUDA Y ENCANTADORAMENTE VIRTUAL



 La mujer morena está desnuda, se sacude el cabello suelto, camina sin parar de un extremo al otro y sus ojos sin vida buscan un resquicio por donde escapar de su jaula vitalicia. El espacio asfixiante y el entorno tan estrecho le avivan la ansiedad hasta crisparle los nervios lastimados por la sensación de soledad.

Yo la miraba con la curiosidad científica de un entomólogo estudiando una mariposa. Y entonces, como imantados por mi presencia, sus ojos se fijaron en mi rostro. Dejó de caminar de un lado al otro. Copió uno a uno, simultáneamente, mis gestos, mis ademanes, mis movimientos. De improviso se convirtió en mi espejo. O quizá yo era su espejo.

Mi amiga dio un clic al mouse y la mujer desnuda se esfumó como por arte de magia: el monitor quedó en blanco. No le importó mi decepción por despertarme tan abruptamente del encanto digital. Es una desarrolladora de videojuegos, oriunda de Monterrey pero residente en EUA desde hace una década, y este tipo de milagros los repite un día sí y otro también como parte de sus pruebas de trabajo. Comenzó programando en lenguaje Java pero participa desde hace años en un sistema open source para diseños inteligentes de software.

Le confesé que lo suyo es algo más que ingeniería: era arte puro. Se quedó pensativa un rato. Presentó su modelo en la Bienal Internacional de Arte Contemporáneo de Sevilla, como una especie de instalación digital, pero pasó desapercibida. No recibió ninguna crítica negativa, pero tampoco favorable.

Tuvo mejor acogida en el NabShow de Las Vegas hace tres años, una feria de artículos tecnológicos y no una exposición de arte. Ahí, cierto distribuidor de software quiso recomendarla en Starlight Runner Entretainment, productora de proyectos transmedia que participó en los efectos especiales de “Piratas del Caribe”, pero mi amiga se negó indignada: su “Mujer Virtual” no era producto de marketing.

“Tu repudio del entretenimiento es un desprecio a la vida” le reclamé en su departamento de San Antonio, frente al tercer café con Splenda que se tomaba esa noche. “No tienes amigos porque todos somos frívolos; apenas tienes novio porque para ti el amor es una tragedia griega; no tienes roce social porque te interrumpen tus meditaciones metafísicas. Y aparte no crees en Dios que es el mejor remedio para la gente aburrida”. No duré muchos minutos más en su departamento. Luego comprendí que fui imprudente porque estaba a punto de romper con el novio tras 7 años de relación tortuosa.   
    
Un año después fui con mi hermano Oscar al NabShow de Las Vegas. En el último stand de la zona oriente, a un lado de los baños, me topé con el monitor de mi amiga: la misma mujer digital, desnuda, ahora rubia, se  desplazaba de un extremo al otro de la pantalla. Juro que ahora la vi más entusiasta y hermosa.

Mi hermano no entendió el truco del software, hasta que, casi por instinto, miré fijamente los ojos sin vida de la muchacha virtual. Entonces renació la antigua magia: la modelo levantó al mismo tiempo que yo su brazo izquierdo, negó como yo con su cabeza y asintió conmigo tres veces en coordinación perfecta. Luego, como remate agradecido, le planté un beso a la pantalla que la mujer virtual me respondió con el mismo impulso frenético de sus desquiciados bites a falta de hormonas. 

-- Es una metáfora del amor -- sentencié inapelable -- El amante es libre de ansiedades cuando está frente a su pareja: vive prendido de su enamoramiento.     

-- O de su programación -- me respondió mi hermano, que sabe más de tecnología que yo.

Hace un par de meses volví al departamento de mi amiga en San Antonio. Me contaron que ya no salía de su cuarto, que había abandonado el trabajo y cualquier contacto directo con la gente. Semanas antes cortó con el novio y ahora vivía sola, sin roomates, ni perros, ni gatos. La encontré demacrada, caminando sin parar por el cuarto y tomando un café tras otro. No se alteró siquiera cuando la felicité por su “Mujer Virtual”, versión rubia, en el NabShow de Las Vegas.

-- No es mí proyecto — me respondió –. Es una imitación pirata; me robaron el código de programación. Ahora lo están comercializando por todo el mundo.

Era cierto: su mujer virtual seguía desnuda y morena en el monitor de siempre; pero ahora no caminaba de un extremo al otro, sino que estaba acuclillada, con la cabeza en las rodillas y susurrando mecánicamente un rezo. Parecía una mariposa en reposo. Cuando mi amiga se acercó por fin a la pantalla (yo no me atreví a hacerlo), la mujer virtual se levantó, comenzó a danzar lentamente, como ensayando una rutina, y mi amiga repitió cada gesto, cada ademán, cada movimiento suyo, en coordinación perfecta.

Pretexté una cita próxima y salí apresurado del departamento. Quise meditar sin testigos en la banca de un parque cercano, sobre los estragos que la combinación de café y desamor provocan sin medida ni remedio en una mujer que alguna vez fue un ser inteligente y ahora es una entelequia virtual, de ojos sin vida y definitivamente sola.  
   

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