08 marzo 2013

DEPRESIÓN ES NOMBRE DE MUJER



Cuando arrecia el insomnio nada mejor que salir a caminar a Calzada San Pedro. Lo ideal es invitar a una amiga al recorrido nocturno pero a veces uno se equivoca de prospecto. Me pasó hace días con mi amiga de siempre: Sufre (dice ella) la peor crisis emocional de su vida. Funjo en esos momentos como psicólogo debutante o sacerdote diletante o terapeuta aficionado. Y sin cobrar honorarios.

-- ¿Y para cuando el suicidio: hoy por la noche o mañana en la mañana?

Suena lúgubre su voz:

--No tengo fuerzas ni para sostener un arma, menos para celebrarte un chiste.

Sigo sus quejas por mi iPhone. Me dice que lee un poco y revisa mails en el iPad. En el fondo cualquier depresión es una variable del egoísmo: cuentan que el deprimido no es aquel que se humilla y se flagela; al contrario, para él, tan atento de sí, tan cuidadoso de sus lamentos, la única persona por la que vale la pena estar pendiente es él mismo. Las demás personas somos simples decorado o atrezo.

Mi amiga me cuenta que ha leído a San Juan de la Cruz. Dice el Doctor Místico que su alma salió una noche sin ser notada, estando ya su casa sosegada. Pero el caso de mi amiga es el opuesto: su casa es un lío y ella perdió su voluntad. La noche oscura del alma es noche oscura de lobos. No un ascenso sino un descenso. Es el negro sol de la melancolía. Recuerda al novelista uruguayo Juan Carlos Onetti que vivió sus últimos años sin levantarse de la cama, sin pararse siquiera a orinar. Nunca se imaginó mi amiga que también pasaría por eso. El pánico a despertar cada mañana la impulsa a esconderse entre sábanas.

--¿Sabes que es lo que más me duele? – dice – que estoy viviendo ya la vida de mi padre. Siempre le temí a eso.

Por decisión propia, mi amiga no ha visto a su padre desde hace nueve años. Y él, desde que partió de casa, no la recuerda con ternura ni nostalgia. Viven a menos de seis cuadras. Ensimismado, el padre de mi amiga se precipita en la nada: mora en un reino aparte, fuera de este mundo; fuera de cualquier mundo, donde él es el único Dios y demiurgo. Hay días en que, para que el otro Dios (el de la iglesia), no se encele, el padre de mi amiga asiste a misa. Comulga y se arrodilla para orar. Pero en silencio se reza a sí mismo. Un Dios que sólo se pide y se ruega para él mismo. Nadie más. En su religión no se concede espacio a otros Dioses. Y más que el padre de mi amiga es egoísta. Y egocéntrico. Y bipolar.

--No creo en el Dios de mi padre – me dice mi amiga, mientras subo por el Paseo de los Duendes – Y tampoco puedo seguir sus pasos a la nada. Iré a misa en cuanto tenga fuerzas: me falta mi cucharada de vida eterna.

--No seas cursi – le respondo a mi amiga -- La tierra sufre calentamiento global y el cielo calentamiento sideral como para usarlos como fuente de inspiración; ya no dan ni un gramo de poesía. Hoy, Neruda sería actor de televisión o coach empresarial.

Ella prefiere llamar tristeza a su depresión. O utilizar el termino clásico de melancolía. Depresión es un término tan freudiano que le resta a la palabra precisión poética. Quiere mi amiga convocar una convención de médicos para informarles que por su libre decisión nombrará tristeza a su depresión mental. Y le van a hacer caso porque ella en verdad no está deprimida sino triste.

--O hagamos un trato: cuando el enfermo tenga un romance mal digerido, o un padre sin remedio, bauticémoslo como triste. Al resto de los desanimados se les denominará deprimidos. ¿Estamos?

Mi amiga, que ha llevado una vida tan intelectual y pulcra, resiente un desorden vital. Se le dificulta encuadrarse en cualquier corriente al uso. Ha tocado fondo. Me recita por teléfono un poema de Paul Eluard: "La noche nunca está completa/Siempre hay/Se los digo/Se los aseguro/Al final de la pena/una ventana abierta/Una ventana iluminada/Hay siempre un sueño despierto/Deseo vacío/hambre insatisfecha/Un corazón generoso/Una mano tendida/Una mano abierta/Unos ojos atentos/Una vida/ La vida/ para ser compartida".

Termina mi amiga su lectura poética y sigue al teléfono:

--…Y de pronto, mientras leía este poema, me llamaste: ¡Qué alivio! Al fin alguien me quiere y se preocupa por mí. Gracias a tu llamada tengo una vida para ser compartida.

-- Espera, yo sólo te hablé para invitarte a caminar.

-- … tu llamada es la trascendencia que yo buscaba, mi cucharada de vida eterna: la amistad, tu amistad.

Le colgué para regresar lo más rápido que pude a casa: son éstas pocas veces cuando uno prefiere dormir a caminar por Calzada. Y no volver a leer poesía por un mes. 

1 comentario:

Marcela Cinta dijo...

Me gusta mucho leerte!

Saludos!