No es lo mismo ser ególatra como Hugo Chávez, que
ser egocéntrico como Cristina Fernández, Presidenta de Argentina. La psicología
de Chávez era cuestión de jerarquía: “estoy por encima de los demás”; la de
Cristina es cuestión de eje: “yo soy yo y alrededor de mí giran los demás”. Chávez
se ubicaba desde un plano vertical: “debajo de mí está el resto de la gente”;
Cristina desde un plano horizontal: “en torno a mí orbitan los otros”.
Chávez, ególatra, se pavoneaba con virtudes y
cualidades reales e inventadas. Evo Morales, en cambio, puede no sentirse
virtuoso ni superior, pero es el centro de su mundo. Ser ególatra como lo era
Chávez es, por lo general, un defecto masculino: es el perfil de los tiranos.
El egocentrismo de Cristina o de Evo es, en cambio, una condición femenina, la
connotación marcada de los yoístas: “yo soy así y todos deben verme, atenderme
y escucharme”. ¿Quiénes son peores? Cuestión de enfoque. De ambos caracteres ha
escrito mi amigo Pedro Arturo Aguirre un libro excepcional: “Historia de la
Megalomanía” (pienso regalárselo a Elba Esther ahora que está en prisión).
Hace un par de días, un gobernador de tantos que
hay en México, me comparaba su Estado con otros que le resultaban siempre
mejores, pero que son gobernados por tarados: “perciben más recursos de la
federación, tienen menos deuda y mejor infraestructura, los medios masivos los
joden menos, pero no saben que hacer con este golpe de suerte”. ¿Lo suyo es
egolatría? No: es egocentrismo.
Se dice que la política es el arte de lo posible,
la continuación de la guerra por otros medios, la dicotomía amigo/enemigo y no
se cuantas mafufadas más. Le explico al gobernador que estas definiciones son
frecuentemente falsas: la política es en todo caso la ciencia freudiana de
descubrir al ególatra o al egocéntrico que todos llevamos dentro y que nos
salta a la menor provocación.
Entonces inicié con mi amigo, digamos que por
catarsis, un ejercicio saludable: escribimos juntos una lista de políticos
nacionales que son ególatras y otra de quienes son egocéntricos. Ningún político
de México o América Latina se escapa de ubicarse en uno u otro casillero.
Al cabo de un par de minutos terminamos la
dichosa lista. Le sugerí a mi amigo que la publicáramos en las redes sociales
con todo y su nombre, en su calidad de gobernador, como contribución al sano
esparcimiento público. Extrañamente se negó.
Antes de despedirnos, mi amigo me preguntó si yo
sí me atrevería a publicar esta lista de denuncia psiquiátrica en contra de los
políticos ególatras y egocéntricos. Le he contestado que sí, tanto por valentía
cívica como por una compulsión morbosa que nos inspira a los ciudadanos de a pié
cuando ciertos gobernantes inmortales, ególatras y egocéntricos cuelgan los
tenis, interrumpen por causas de fuerza mayor sus periodos de gobierno y se van
a patear botes al otro barrio. Como Hugo Chávez.
“¿Y esto de publicar listas de
políticos enfermos no será también una egolatría o egocentrismo tuyo?” Entiendo
la pulla de mi amigo que defiende con lealtad a su gremio de gobernante, pero
le contesto que al menos no lo haré con los impuestos de los demás. Y eso
enaltece el alma, como solía decir en sus célebres arengas inmortales mi ególatra
comandante Chávez.
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