Usted
decide montar una obra de teatro. Piensa en un conflicto intimista como las de Antón
Chéjov, o en una que explore lo ilógico de la existencia como las de Harold
Pinter, o en un drama de denuncia social como las de Arthur Miller, o en una
bufonada contra el gobierno como las de Dario Fo. Quizá prefiera el teatro
mexicano, así que montará un melodrama como El
Gesticulador, de Rodolfo Usigili, o Te
juro Juana que tengo ganas de Emilio Carballido. Cuenta con un local comercial
en regla, así que lo usará como espacio escénico. Obvio, tendrá que cubrir
diversos gastos que no le serán redituables: el teatro no es buena inversión;
no sacará ni para pagar el recibo de agua.
Y peor:
¿Sabe qué? Se arriesga a infringir la Ley. Si no da aviso a las autoridades, si
no solicita el permiso burocrático correspondiente, cometerá un ilícito. Es
decir, se convertirá en un delincuente. Deberá pagar al gobierno una sanción
por el delito de difundir la cultura. Claro, puede que lo pesquen, puede que
no.
Le advierto
que un hombre enjuto, encorvado, vagamente parecido a la Parca, podría
aparecerse en mitad de la representación escénica. Es domingo, pero vestirá de
manera formal, aderezado con una ridícula corbata. De un maletín de cuero
gastado sacará no una notificación, ni una demanda, sino un documento más
amenazador: su credencial que lo acredita como inspector. Le dirá que usted es
merecedor de una grave sanción por difundir la cultura, es decir por montar una
obra de Rodolfo Usigli y para enfatizar sus acusaciones usará un lenguaje enredado
y más manoseado que el nudo de su corbata.
De nada
servirá que usted intente persuadirlo, o pretenda refutarlo: la cabeza de este
burócrata supura reglamentos, expedientes, multas y mil cosas más, menos
valoración por la cultura y por el arte. No habrá explicación que valga: la Ley
es la Ley y punto. A menos que quiera montar una obra teatral camuflajeada; levantar
la escenografía en la clandestinidad; que los actores interpreten sus papeles discretamente,
como no queriendo, y todo a media luz, como dice el tango.
Comprenderá
que este pobre sujeto encorbatado es la esencia de la burocracia más ignorante
y vulgar. O llegará a pensar que tal personaje casi teatral puede tener razón.
Y que por el bien del país, de la sociedad, de usted mismo y de su familia, es
mejor no montar obras de teatro que lo expongan a ser tipificado por los
políticos como delincuente potencial. Así que no malgaste su salud mental: mejor
váyase a su casa, encienda su televisor, y enchúfese al primer reality show. Aprenda de una vez por
todas que ver las babosadas de Laura Bozzo no genera impuestos y en cambio,
montar una obra de Usigli sí. ¿Qué prefiere usted?
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