Para
documentar nuestro optimismo: el futuro es más prometedor que nunca. ¿Por qué? El
ser humano se siente bien cuando participa socialmente. El solitario es una excepción,
una anomalía. Aunque ciertos oficios como el escritor, el artista, el
programador, necesitan aislarse para crear, no cortan los puentes con los
demás: se apartan para mejor integrarse y formar parte de su entorno social.
Las personas participan en sociedad porque quieren ser y no nada más existir.
Contra la
opinión de los tecnófobos – aquellos que odian las tecnologías – nunca habíamos
experimentado tantas posibilidades de intervenir en comunidad. Los niños de
cinco años ponen like a un video
animado de YouTube, dicen me gusta, eligen sus apps de entretenimiento en un
smartphone. La falacia “¿vives o tienes página en Facebook?” cae por su propio
peso.
Desde
luego, sería muy bueno que la participación en redes sociales se encauzara
principalmente a asuntos políticos, científicos, educativos: ese sería el mundo
ideal. Pero la oportunidad del ágora virtual no existía en nuestra infancia, es
parte del ADN de las actuales generaciones; esas que tanto condenamos por
perder el tiempo en videojuegos o por diseñar un meme que ya quisiéramos
hacerlo nosotros. Sin embargo, su capacidad motriz, psicológica, se ha
desarrollado mejor que la nuestra. Son dueños de más destrezas y habilidades
varias.
Un joven
menor de 18 años ha escrito más palabras y juntado más oraciones que muchos
viejos escritores profesionales; ha hecho arte –todo lo ramplón que se quiera –
en cantidades industriales. Es verdad: su léxico es pobre, ¿pero es menos
funcional que el de nuestros padres? Es verdad: sus imágenes no son todas
admirables, pero se dan a entender con ingenio y hasta malicia. No nos
engañemos: nuestros hijos hiperconectados tendrán, siendo adultos, más
capacidad, más herramientas para vivir que nosotros, que no somos nativos
digitales.
Los jóvenes
están trabajando con herramientas más potentes que aquellas que pudo haber
utilizado el ingeniero más habilidoso de Fundidora. El muchacho de hoy puede
manipular cuatro o cinco aplicaciones simultáneamente, como nunca pudo hacerlo
un técnico de hace décadas. El cerebro, plástico y moldeable (lo ha comprobado
la neurociencia), está mejor condicionado ahora que antes para operar múltiples
ámbitos al mismo tiempo.
En
cualquier comparación entre nativos digitales y migrantes digitales salimos
perdiendo los adultos. ¿Un ejemplo? Vean el cúmulo de barbaridades y frases que
son lugares comunes de los usuarios de Facebook, en promedio, mayores de 40
años. Post religiosos que son copias de copias, evidencias de qué comimos y con
quién, fotos mal enfocadas, saludos triviales: buenos días, buenas noches, Dios
los bendiga, etcétera.
Vean en
cambio, el muro en Facebook de un joven promedio de 20 años: videos
sarcásticos, montaje de imágenes disímbolas, frases provocadoras, ponderación
de lo subversivo y al mismo tiempo valoración de la privacidad de sí mismos y
de su entorno inmediato. Lo dicho: el futuro es más prometedor que nunca, pero
no para los convencionales adultos. Ya se sabe que la creatividad está en otra
parte.
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