A raíz de los artículos que publiqué sobe Uber, muchos
lectores me han preguntado si la innovación mexicana no da para diseñar una
plataforma similar. Traigo a colación una frase inspiradora del gran escritor
mexicano Daniel Sada: “Quizá entienda en la otra vida; en esta sólo imagino”.
De manera que primero plantearé el escenario ideal y después la circunstancia
real.
Sería ideal que en México inventáramos un Uber para usuarios
que no contaran con tarjeta de crédito. O sea, que pudieran pagar también con
monedero electrónico, cuenta de nómina o paypal. No estaría mal que las tarifas
de este Uber para el pueblo fueran las de los ecotaxis, lo que marcara el
taxímetro más una comisión por el servicio. Obvio, los carros serían menos
elegantes, no últimos modelos, pero tan funcionales como los que circulan ahora
en las calles y las avenidas. En este escenario ideal, todos saldrían ganando:
usuarios, choferes, permisionarios, sindicatos y gobierno.
Pero, como suele pasar en estos casos, se nos atraviesa la
terca circunstancia real. Lo que públicamente vemos y usamos de Uber es apenas
la punta del iceberg, digamos que 5 por ciento de la plataforma completa. Lo
que no vemos es la infraestructura para almacenar el gigantesco big data necesario, el encriptamiento
que proteja el mal uso de millones de tarjetas de crédito, cuentas personales
de los choferes, papelería de los automóviles, datos personales de los
involucrados. Y hasta aquí no nos hemos salido del campo del almacenamiento.
Falta considerar el cruce y procesamiento de esta montaña de
datos, cien veces más grande que el Everest. Toda esta información obliga a
diseñar un dispatcher para recibir y
transmitir mensajes, monitoreo de usuarios, de vehículos y millones de cuentas
bancarias en cuestión de segundos. Este
back office sólo para operarse en una ciudad como Monterrey costaría la
módica cantidad de 20 millones de dólares y más de un año para desarrollarse.
De otra manera, ¿se imaginan que se cayera el sistema justo cuando hubiera 10
mil usuarios abordando un taxi en ese mismo momento?
Ahora bien, si esta infraestructura es tan cara, ¿por qué
Uber sí la tiene? Porque es una empresa global, que cotiza en bolsa, y cuyos sponsors son empresas como Amazon,
Google y el propio dueño de Uber, el magnate Travis Kalanick. Por supuesto, si
pretendiéramos hacer un simple front end,
o sea, una simple aplicación para Android o iOS, similar o incluso con mejoras
sustanciales a la de Uber, el costo sería aproximadamente 400 mil pesos, con
desarrolladores, eso sí, orgullosamente mexicanos. Pero tendríamos apenas 5 por
ciento del Everest de Uber. ¿Por qué? Simple: en el dispatcher está el issue.
Así que lo único que nos queda a los mexicanos es diseñar
una aplicación similar a la de Uber, pero con un back end funcionando como call
center tradicional de base de taxis, con operadores humanos tecleando
frente a un monitor a la antigüita. Por otro lado, tampoco el gobierno brinda
las mínimas facilidades para el innovador mexicano en esta ni en ninguna otra
materia tecnológica. Uber concentra sus cuentas bancarias maestras en Holanda y
desde ese país opera la dispersión de sus recursos económicos, ingresos y
egresos. Trate usted de hacer lo mismo con su aplicación made in México y le garantizo un próximo hospedaje en el penal del
Topo Chico.
Claro está, la tecnología evoluciona constantemente. Lo que
hoy es el último grito de la moda, en un par de años podría estar en el
basurero de la historia de las Apps. ¿Tenemos en nuestro smartphone alguna aplicación que no haya cambiado en seis meses sin
actualizarse? El futuro de Uber es incierto, más aún por los problemas legales
que afronta lo mismo en Berlín que aquí mismo en México. Es posible que otra
plataforma novedosa lo releve del mercado en dos o tres años, o por el
contrario, que se convierta en el sustituto de nuestro vehículo personal, que
es la meta de Uber globalmente. Queda para los sindicatos y el gobierno
mexicano la frase del novelista Daniel Sada: quizá lo entiendan en la otra
vida; en esta sólo lo imaginan.
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