07 julio 2015

¿A qué le tiras cuando sueñas innovador mexicano?


A raíz de los artículos que publiqué sobe Uber, muchos lectores me han preguntado si la innovación mexicana no da para diseñar una plataforma similar. Traigo a colación una frase inspiradora del gran escritor mexicano Daniel Sada: “Quizá entienda en la otra vida; en esta sólo imagino”. De manera que primero plantearé el escenario ideal y después la circunstancia real.

Sería ideal que en México inventáramos un Uber para usuarios que no contaran con tarjeta de crédito. O sea, que pudieran pagar también con monedero electrónico, cuenta de nómina o paypal. No estaría mal que las tarifas de este Uber para el pueblo fueran las de los ecotaxis, lo que marcara el taxímetro más una comisión por el servicio. Obvio, los carros serían menos elegantes, no últimos modelos, pero tan funcionales como los que circulan ahora en las calles y las avenidas. En este escenario ideal, todos saldrían ganando: usuarios, choferes, permisionarios, sindicatos y gobierno.

Pero, como suele pasar en estos casos, se nos atraviesa la terca circunstancia real. Lo que públicamente vemos y usamos de Uber es apenas la punta del iceberg, digamos que 5 por ciento de la plataforma completa. Lo que no vemos es la infraestructura para almacenar el gigantesco big data necesario, el encriptamiento que proteja el mal uso de millones de tarjetas de crédito, cuentas personales de los choferes, papelería de los automóviles, datos personales de los involucrados. Y hasta aquí no nos hemos salido del campo del almacenamiento.

Falta considerar el cruce y procesamiento de esta montaña de datos, cien veces más grande que el Everest. Toda esta información obliga a diseñar un dispatcher para recibir y transmitir mensajes, monitoreo de usuarios, de vehículos y millones de cuentas bancarias en cuestión de segundos. Este back office sólo para operarse en una ciudad como Monterrey costaría la módica cantidad de 20 millones de dólares y más de un año para desarrollarse. De otra manera, ¿se imaginan que se cayera el sistema justo cuando hubiera 10 mil usuarios abordando un taxi en ese mismo momento?

Ahora bien, si esta infraestructura es tan cara, ¿por qué Uber sí la tiene? Porque es una empresa global, que cotiza en bolsa, y cuyos sponsors son empresas como Amazon, Google y el propio dueño de Uber, el magnate Travis Kalanick. Por supuesto, si pretendiéramos hacer un simple front end, o sea, una simple aplicación para Android o iOS, similar o incluso con mejoras sustanciales a la de Uber, el costo sería aproximadamente 400 mil pesos, con desarrolladores, eso sí, orgullosamente mexicanos. Pero tendríamos apenas 5 por ciento del Everest de Uber. ¿Por qué? Simple: en el dispatcher está el issue.

Así que lo único que nos queda a los mexicanos es diseñar una aplicación similar a la de Uber, pero con un back end funcionando como call center tradicional de base de taxis, con operadores humanos tecleando frente a un monitor a la antigüita. Por otro lado, tampoco el gobierno brinda las mínimas facilidades para el innovador mexicano en esta ni en ninguna otra materia tecnológica. Uber concentra sus cuentas bancarias maestras en Holanda y desde ese país opera la dispersión de sus recursos económicos, ingresos y egresos. Trate usted de hacer lo mismo con su aplicación made in México y le garantizo un próximo hospedaje en el penal del Topo Chico.

Claro está, la tecnología evoluciona constantemente. Lo que hoy es el último grito de la moda, en un par de años podría estar en el basurero de la historia de las Apps. ¿Tenemos en nuestro smartphone alguna aplicación que no haya cambiado en seis meses sin actualizarse? El futuro de Uber es incierto, más aún por los problemas legales que afronta lo mismo en Berlín que aquí mismo en México. Es posible que otra plataforma novedosa lo releve del mercado en dos o tres años, o por el contrario, que se convierta en el sustituto de nuestro vehículo personal, que es la meta de Uber globalmente. Queda para los sindicatos y el gobierno mexicano la frase del novelista Daniel Sada: quizá lo entiendan en la otra vida; en esta sólo lo imaginan.   

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