19 marzo 2015

Little Green

-- No me gustó que te contrataran para escribir la biografía no autorizada de ese cantante. Me parece un oficio falaz. Pero también fue mezquino que te quitaran tu sueldo como crítico musical en el periódico, a la vuelta de veinte años.

Mi amigo toma una taza de café. Yo no tomo nada. Viene a pedirme consejo. En todo caso, el borrador de su libro ya lo terminó y está a un paso de publicarlo en una editorial amarillista. Le juro que no lo leeré nunca, que no cuente conmigo como lector. Nada más despreciable que vilipendiar la reputación de un hombre cuya profesión no es la de ser político, ni manejar dinero público. Un cantante es, a su manera, un comerciante: vende su voz como mercancía, como servicio. Merece respeto.

--¿Y qué me recomiendas hacer? ¿Morir de inanición?  

--Tampoco te veo vocación de faquir. Pero si vas a cometer un fracaso más (porque la vida se compone de pequeños fracasos que siempre terminan en uno definitivo que es la muerte), hazlo pronto y dale vuelta a la página. No te estanques en este fracaso transitorio, estrictamente profesional. Guarda tu resistencia y suficientes fuerzas para aquellos otros fracasos más grandes, más íntimos, que sí nos dejan marcados, que no cicatrizan nunca.

Mi amigo sorbe su café y suelta la pregunta esperada:

--¿Crees que guardo un fracaso más grande, más intimo, además de mi despido del periódico como crítico musical? No me respondas. Yo mismo te digo que sí. Cuando era muy joven viví con una muchacha. La amé y tuvimos una hija. Pero ganábamos apenas para sobrevivir. Yo sufrí el desprecio de mis padres. Pasé hambre varios meses. Fue idea de mi pareja, no mía, que diéramos en adopción a la niña. A mí me daba igual. Ella, en cambio, mi novia, no volvió a dormir por culpa del remordimiento. Lloraba todas las noches. La depresión la venció. Murió al poco tiempo.

Siento pena por mi amigo, el crítico musical, pero más por esa pequeña que ahora debe ser una mujer entrada en años. Qué curiosas son algunas cosas que pasan en el mundo. Y qué pocos aptos somos para sortear los infortunios.

--¿Volviste a ver a tu hija?

--Sí. Terminó como diseñadora de software en Nueva York. Vive con su pareja, una muchacha guapa. Un día me buscó. Desde entonces la apodé “La Marciana Verde”. La veo muy contadas veces, como un ser distante, una extraterrestre. En el fondo la culpo de la muerte de su madre. Entiendo que no es responsabilidad suya, pero no puedo quitarme de la cabeza que ella fue la causa de que se ausentara para siempre la mujer que más he querido en mi vida.

--¿Te acuerdas de una canción de Joni Mitchell, titulada Little Green? Esta melodía tiene la misma edad de nosotros dos. Y la cantábamos justo cuando nació la hija que no quisiste, que regalaste a no se quién. Su letra es misteriosa: “So, you sign all the papers in the family name / You´re sad and you´re sorry, but you´re not ashamed/ Little Green have a happy ending”.

--Sí, “así que firmaste todos los papeles en nombre de la familia / Estás triste y lo sientes pero no estás avergonzada / La Pequeña verde tiene un final feliz”. Joni Mitchell también dio en adopción a su hija en 1965 porque no podía mantenerla. Había sido un error suyo de juventud. Eso lo supimos muchos años después, en 1993, cuando la canción ya era un clásico. Pero no es lo mismo. Yo no estoy avergonzado, estoy encabronado con ella. No debería estarlo, pero uno no es dueño de sus sentimientos.

Me incorporo de la silla para tomarlo de los hombros, sin esperar a que termine su taza de café.

--Sin embargo, a esa hija, a quien conociste ya mayor, le apodaste “La Marciana Verde”. ¿Acaso porque la ves muy contadas veces? ¿Porque la supones un ser distante, como una extraterrestre? No. Lo hiciste por la canción de esa pobre cantante folk con quien te identificas inconscientemente. Lo hiciste porque sabes que, como dice la letra de Joni Mitchell, a veces habrá dolor, pero finalmente todas las huérfanas, que son pequeñas niñas verdes como el pasto, como el césped, like the color when the spring is born, tendrán un final feliz. Y eso te da un poco de consuelo, aunque me digas que no.   


Mi amigo se va sin despedirse.        

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