25 marzo 2015

Acta de defunción de las campañas electorales

¿Es válido que un periodista haga pública su preferencia por algún candidato a cargo de elección popular? No. Perdería objetividad. El ejemplo más reputado de periodista objetivo fue Walter Cronkite: durante 19 años al frente del noticiero norteamericano más importante, los televidentes nunca supieron si Cronkite era demócrata o republicano. Terminaba sus programas televisivos con un ambiguo “y así son las cosas”. El secreto de su inclinación política se lo llevó a la tumba.

Claro, muchos periodistas maliciosos de Nuevo León revelan su preferencia por un candidato frente a los otros por descarte: hablan mal de todos menos de su predilecto: plan con maña. Lo cierto es que en el actual proceso electoral sería difícil que cualquier periodista objetivo tuviera un candidato de su entera predilección. Imposible. Las campañas no acaban de prenden. Así de simple. Los mítines están desangelados, los spot de televisión carecen de la mínima creatividad, el entusiasmo de los electores es prácticamente nulo. ¿Por qué?  re usuarios de redes sociales eslectoress incompetenciasferido: las campañas simplemente no prenden. le 

La enumeración de las causas de esta apatía electoral sería interminable, pero mencionemos las más evidentes: la degradación del mercado político (símbolo de la descomposición de casi todo lo que tenga que ver con gobierno), el político como figura carismática venida a menos, la mala comunicación entre candidatos y electores, la soberbia que les impide ampliar su red de aliados, la brecha digital entre usuarios de redes sociales y los administradores de las páginas del candidato (aburridas, tediosas, mal escritas y limitadas a dar los buenos días, las buenas noches y el soso “andamos recorriendo colonias populares, raza”).

Pero la causa principal de la apatía generalizada es la inmadurez que ostentan la mayoría de los políticos en activo para relacionarse con sus semejantes; sus oscilaciones constantes que van de la negación o minimización de cualquier crítica periodística, a la despiadada incapacidad para ser juiciosos en cualquier tema que tengan frente a sus narices. Suelen opinar vaguedades y puros lugares comunes.  

Lo peor de la inmadurez de los políticos la podría explicar Witold Gombrowicz, si leemos su novela Ferdydurke: consiste en el interés que tienen los candidatos a gobernador por empujar a sus posibles votantes a ser tan inmaduros como él: a pensar ingenuamenteden. lesu frivolidadchos, regalos de despensa y apariciones en televisiden. le que los convencerá con el poder milagroso de su sonrisa, apapachos, despensas y apariciones en televisión. “Amor por la inmadurez”: tomo esta definición del escritor polaco para ilustrar el afán del político por contagiar a todo el mundo su frivolidad. Las campañas infantilizan al elector, “porque tienden a desarrollarse mecánicamente y por tanto se alejan de él”.

El mercado del espectáculo y la farándula ha enajenado nuestra sensibilidad política, mutilando aquellos rasgos auténticos que podría tener el político. Esa tendencia a la frivolidad, a aparecer en la revista Hola! como si fuera la más importante de sus gestiones públicas, conduce las relaciones sociales de los políticos a la contemplación de su propio ombligo. Los demás, los otros, son simples puentes para arribar al cargo; y más que puentes, extranjeros, es decir, extraños: han dejado de ser sus semejantes para convertirse en sombras proyectadas en los muros de una caverna por la fogata casi extinguida de sus campañas.

¿Tienen también la culpa de esta degradación política Internet y las redes sociales con sus constantes burlas en forma de memes y su trivialización de los asuntos públicos? No. Si bien es cierto que los medios sociales que creamos después nos recrean a nosotros mismos, la culpa de fondo la tiene la mezquindad personal de quien se mete al juego de la política: el huevo de la serpiente no está en los bites, sino en la cultura cívica que algunas épocas suelen empobrecer hasta el envilecimiento. Y una de esas malas epocas es la que ahora vivimos los nuevoleoneses.

En la obra de teatro Luces de Bohemia (1924), de Ramón María del Valle-Inclán, se narran las últimas horas de su personaje principal, Max Estrella, mientras vaga errático por un Madrid esperpéntico: absurdo, brillante y hambriento. De igual manera, toda proporción guardada, las campañas electorales nuevoleonesas, absurdas aunque nada brillantes, se están convirtiendo en el reporte previo de una defunción en su sentido simbólico: han matado la sensibilidad de los electores. Sin embargo, en este caso, el asesino no es el mayordomo, sino el mercado del espectáculo local y el amor del político por inculcar la inmadurez generalizada. Ante este escenario, ¿quién es el periodista que se atreverá a pronunciarse por un candidato en especial?


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