--Quisiera
ayudarte, pero tu startup no me
convence. Seré franco contigo, mijita. Diseñar una plataforma para que convierta
cualquier canción en música salsa va contra el buen gusto. Además, es una
mentada de madre a los compositores del género latino.
Fuensanta
me miró turbada. Estaba a apunto de levantarse de la mesa, dejar a medio tomar
su zumo de pepino con limón, vitaminado, y salir por la puerta de entrada del
Mandela. Su amiga, en cambio, que tomaba te verde con la mitad de un sobre de
Stevia, se envalentonó con mis desdenes.
--Por otra
parte – insistí -- tampoco estaría dispuesto a escuchar la transformación de
los lieder de Schubert en merengue
dominicano. Imagínate tamaña cosa abominable. Un Frankenstein de notas
musicales.
Conozco
desde hace años a Fuensanta; fui muy amigo de su padre hasta que murió de una
trombosis cerebral hace varios años. Ella acababa de llegar de Nueva York,
donde vive en Chelsea con su pareja y parece una réplica funky de los Pet Shop
Boys, versión mujer. Me cae bien su adicción al fitness, su blusa Abercrombie
& Fitch, sus Converse All Star, su condescendencia con los “no straight people”, su actitud indie, art-hipster, pero no podía
aceptar su startup sólo por darle
gusto, renegando de mis opiniones tecnólogas y menos, musicales. De eso vivo y
con eso me mantengo.
--No es
nada abominable, Eloy. Estuvimos a punto de convencer a los jueces del concurso
Accelerator en el South By Southwest (SXCW) de Austin. Una
recomendación tuya con cualquier celebridad de música salsa hubiera marcado la
diferencia. Supe que vendrá al Mandela Oscar d´León. Él nos hubiera ayudado.
Claro, si tú hubieras querido, pero veo que no te gusta apoyar las iniciativas
de los jóvenes.
De nuevo, el
conocido chantaje de las nuevas generaciones. Pero no podía dar reversa: nada
hay más sagrado en la vida de uno que el negocio propio, de donde se come. Y la
forma de pensar de uno tiene que ajustarse al negocio propio, de donde se come.
Sin embargo, no quise desacreditar del todo el startup de Fuensanta. Los jóvenes son muy sensibles al juicio de
sus mayores, sobre todo en sus planes profesionales. Opté por la cautela.
--Mira,
mijita, lo del startup puede
mejorarse, lo que en realidad no puedo tolerar son tus hábitos raros, esa
extravagancia de flagelarte el cuerpo y la mente. Cuando seas mayor y sufras
las consecuencias de esta moda exótica que sigues, te arrepentirás hasta tu
muerte.
La pareja
de Fuensanta saltó de su silla como un resorte. Golpeó la mesa encabronada, con
la determinación de quien defiende sus derechos y por poco vuelca su taza de te
verde con medio sobre de Stevia. Se había convertido de un instante a otro en una
especie de Martin Luther King pero en blanco, en mujer, y en lo que sospeché es
una bioqueen declarada de las noches
clandestinas de East Village, Greenwich Village o Hell´s Kitchen.
--Ahora me
va a escuchar – gritó la joven, anteponiéndose a Fuensanta – Desde que se
liberó la diversidad sexual en Nueva York, los retrógradas como usted sólo
sirven para adornar vitrinas de museo. Las lesbianas tenemos nuestros derechos.
Fuensanta
tuvo que serenar a su pareja que estaba con los ojos desorbitados, a punto de
sufrir un shock nervioso. Su actitud contestataria me había provocado pena
ajena. Y, por una curiosa conexión mental, que no viene al caso analizar, me hizo
sentir viejo.
--Te
confundes amor – le dijo Fuensanta, meciéndole los cabellos a su pareja --.
Este señor es tolerante. De hecho es muy abierto en esos temas. A lo que se
refería es a nuestro gusto por la cocina vegana.
Tuve que
agregar que tampoco me gustan los ovoveganos, los macrobióticos ni los crudívoros
y sí, me encanta el Rib Eye, el lechón al ataúd y el cabrito en salsa. Pero
fuera de eso, no tengo objeción alguna si cualquiera de las dos chicas se enrollaba
en la rainbow flag para arrojarse
como Niño Héroe del Castillo de Chapultepec. Digo, ojalá no lo hicieran porque
son muchachas guapas y emprendedoras aunque un poco temperamentales.
-- De
cualquier forma rechazó nuestra startup,
amor – trató de corregir su error la pareja de Fuensanta --. Por eso te dije
que la aplicación debía convertir canciones en reguetón y no en música salsa.
Pero todo por tu afán de darle gusto a viejitos anticuados.
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