18 marzo 2015

El viejo que odiaba a las tecnólogas

--Quisiera ayudarte, pero tu startup no me convence. Seré franco contigo, mijita. Diseñar una plataforma para que convierta cualquier canción en música salsa va contra el buen gusto. Además, es una mentada de madre a los compositores del género latino.

Fuensanta me miró turbada. Estaba a apunto de levantarse de la mesa, dejar a medio tomar su zumo de pepino con limón, vitaminado, y salir por la puerta de entrada del Mandela. Su amiga, en cambio, que tomaba te verde con la mitad de un sobre de Stevia, se envalentonó con mis desdenes.

--Por otra parte – insistí -- tampoco estaría dispuesto a escuchar la transformación de los lieder de Schubert en merengue dominicano. Imagínate tamaña cosa abominable. Un Frankenstein de notas musicales. 

Conozco desde hace años a Fuensanta; fui muy amigo de su padre hasta que murió de una trombosis cerebral hace varios años. Ella acababa de llegar de Nueva York, donde vive en Chelsea con su pareja y parece una réplica funky de los Pet Shop Boys, versión mujer. Me cae bien su adicción al fitness, su blusa Abercrombie & Fitch, sus Converse All Star, su condescendencia con los “no straight people”, su actitud indie, art-hipster, pero no podía aceptar su startup sólo por darle gusto, renegando de mis opiniones tecnólogas y menos, musicales. De eso vivo y con eso me mantengo.

--No es nada abominable, Eloy. Estuvimos a punto de convencer a los jueces del concurso Accelerator en el South By Southwest (SXCW) de Austin. Una recomendación tuya con cualquier celebridad de música salsa hubiera marcado la diferencia. Supe que vendrá al Mandela Oscar d´León. Él nos hubiera ayudado. Claro, si tú hubieras querido, pero veo que no te gusta apoyar las iniciativas de los jóvenes.

De nuevo, el conocido chantaje de las nuevas generaciones. Pero no podía dar reversa: nada hay más sagrado en la vida de uno que el negocio propio, de donde se come. Y la forma de pensar de uno tiene que ajustarse al negocio propio, de donde se come. Sin embargo, no quise desacreditar del todo el startup de Fuensanta. Los jóvenes son muy sensibles al juicio de sus mayores, sobre todo en sus planes profesionales. Opté por la cautela.

--Mira, mijita, lo del startup puede mejorarse, lo que en realidad no puedo tolerar son tus hábitos raros, esa extravagancia de flagelarte el cuerpo y la mente. Cuando seas mayor y sufras las consecuencias de esta moda exótica que sigues, te arrepentirás hasta tu muerte.

La pareja de Fuensanta saltó de su silla como un resorte. Golpeó la mesa encabronada, con la determinación de quien defiende sus derechos y por poco vuelca su taza de te verde con medio sobre de Stevia. Se había convertido de un instante a otro en una especie de Martin Luther King pero en blanco, en mujer, y en lo que sospeché es una bioqueen declarada de las noches clandestinas de East Village, Greenwich Village o Hell´s Kitchen.

--Ahora me va a escuchar – gritó la joven, anteponiéndose a Fuensanta – Desde que se liberó la diversidad sexual en Nueva York, los retrógradas como usted sólo sirven para adornar vitrinas de museo. Las lesbianas tenemos nuestros derechos.

Fuensanta tuvo que serenar a su pareja que estaba con los ojos desorbitados, a punto de sufrir un shock nervioso. Su actitud contestataria me había provocado pena ajena. Y, por una curiosa conexión mental, que no viene al caso analizar, me hizo sentir viejo.

--Te confundes amor – le dijo Fuensanta, meciéndole los cabellos a su pareja --. Este señor es tolerante. De hecho es muy abierto en esos temas. A lo que se refería es a nuestro gusto por la cocina vegana.

Tuve que agregar que tampoco me gustan los ovoveganos, los macrobióticos ni los crudívoros y sí, me encanta el Rib Eye, el lechón al ataúd y el cabrito en salsa. Pero fuera de eso, no tengo objeción alguna si cualquiera de las dos chicas se enrollaba en la rainbow flag para arrojarse como Niño Héroe del Castillo de Chapultepec. Digo, ojalá no lo hicieran porque son muchachas guapas y emprendedoras aunque un poco temperamentales.

-- De cualquier forma rechazó nuestra startup, amor – trató de corregir su error la pareja de Fuensanta --. Por eso te dije que la aplicación debía convertir canciones en reguetón y no en música salsa. Pero todo por tu afán de darle gusto a viejitos anticuados.         

Se fueron y me quedé pensando solo. Confieso que ninguna de sus injurias me ofendió, ni siquiera la de viejito anticuado. Pero tan pronto me despedí de ellas entré al baño para verme en el espejo y cerciorarme de que, entre todas las canas y arrugas prematuras (según yo), se puede estar escondiendo, solapadamente, el fantasma cada vez más corpóreo de la vejez.

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