En México nunca hemos vivido una
maniobra política tan de alta escuela como la que llevó al recientemente
fallecido Adolfo Suarez a la Presidencia del Gobierno español. Vale la pena
conocerla, porque en sí misma destila una sabiduría maquiavélica que engrandece
a un personaje ahora desconocido (Torcuato Fernández Miranda, presidente del
Consejo del Reino y de las Cortes), y a otro personaje ahora tan devaluado (el
rey Juan Carlos).
Tras la muerte del dictador Franco el
Consejo del Reino tenía que proponer un candidato al Rey para que éste lo
designara Presidente de Gobierno. El problema consistía en que todos los
miembros del Consejo del Reino eran franquistas de la vieja guardia,
dinosaurios que habían sido nombrados por dedazo por el difunto Francisco
Franco y que se creían con derecho a seguir chupando de la ubre del poder hasta
su muerte.
Juan Carlos tenía la intención
secreta de nombrar al joven reformista Adolfo Suárez (su “tapado” como quien
dice), pero los viejos consejeros estaban decididos a boicotear la decisión del
monarca. Entonces, el Rey ordenó a un sabio de colmillo retorcido, Fernández
Miranda, que inventara un sofisticado sistema de votación para los consejeros
del Reino, capaz de manipular sutilmente la intención de voto de estos ancianos
testarudos.
¿Cómo operó Fernández Miranda este
truco de elección interna para que ganara el desconocido Adolfo Suárez? Primero
diseñó un sistema de ternas con grupos de candidatos. Torcuato le dijo a los
consejeros que la línea era que no había línea y que ellos eligieran de esos
grupos a quienes más quisieran. En cada grupo de candidatos ubicó a dos
consejeros de corrientes opuestas, peleados a muerte (católicos y tecnócratas,
por ejemplo, o falangistas y tecnócratas) y en el lugar que quedaba coló
despistadamente a Suárez. Así realizó sucesivamente varias tandas de
eliminatorias.
Por tal de descartarse las corrientes
unas a otras, los consejeros que votaban a cada grupo terminaban
momentáneamente decidiendo por el desconocido Adolfo Suárez. Obviamente, cada
consejero hubiera preferido votar al candidato de su propia corriente, pero
para evitar que ganara el adversario, le daban por lo pronto su voto al
descolorido Suárez, metido “de relleno”. Al cabo (pensaban los consejeros) en
la siguiente eliminatoria “de ninguna manera va a salir este pobre chico”.
Finalmente, Fernández Miranda, luego de sucesivos descartes, logró hacer
vencedor al candidato con más escasas preferencias: Adolfo Suárez, quien fue
nombrado al día siguiente presidente de Gobierno por el rey Juan Carlos.
Ninguno de los franquistas del
Consejo del Reino se dieron cuenta de que habían sido manipulados finamente por
Fernández Miranda, hasta que fue designado el “tapado” y entonces sí,
sarcástico y perverso, el viejo manipulador declaró ante la prensa una frase
que hizo época porque despertó de su letargo a los incautos: “Estoy en
condiciones de ofrecer al Rey lo que me ha pedido”. Muchos franquistas no le
perdonaron a Fernández Miranda la burla y lo odiaron hasta el final de sus
días. Ya desde el gobierno, Adolfo Suárez junto con el Rey Juan Carlos
encabezaron la célebre transición democrática de aquél país.
Sólo por este hecho vale la pena mantener
la memoria de don Adolfo Suárez. Sólo por este hecho, vale la pena perdonarle
la matanza de elefantes y las metidas de pata constantes a un anciano chiflado,
conocido como el Rey Juan Carlos. ¿No cree usted, lector, que quedan muchas
lecciones para la forma de hacer política en nuestro país?
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