
2018 tampoco será un buen año para que los
sampetrinos impresionemos al mundo con un rascacielos “medianito”: la firma Gordon Gill Architectura inaugurará ese
mismo año en Yeda, Arabia, Saudita, una construcción vertical de más de un
kilómetro de altura, muy por encima de los 828 metros del hasta ahora más
grande del mundo: Burtj Khalifa, en Dubái. O sea, hay que ponerle más metros a
los metros si queremos “apantallar” globalmente.
Pero toco el punto más importante: hace
años, unos empresarios de Panamá me invitaron a conocer el Trump Ocean Club Internacional (284 metros de altura, de los edificios
más grandes en América Latina). Opiné entonces lo mismo que ahora: construir
rascacielos en un entorno de edificios chaparros, suele provocar un impacto
contraproducente; desagradables en vez de armónicos; parches en el cielo que
opacan los alrededores, sin asimilarse a ellos, por lo que se vuelven brutales en
el peor sentido del término.
De no atender el arte visual antes que a su
mero estiramiento faraónico, un rascacielos acaba por blasonar la arrogancia
privada: de los billetudos y no del pueblo. A cada metro de altura se le
empalmará la vulgaridad del gigantismo. Una especie de machismo estético que,
con el pecho salido y los hombros echados para atrás, reta la discreción del
paisaje circundante. Si “lo bueno, breve, dos veces bueno”, decía Gracián,
entonces si lo malo, altísimo, dos veces malo. Eso, descontando que un edificio
de tal magnitud acarrea riesgos de seguridad, es mero alarde mercantil y
concesión a las leyes de uso de suelo. No es casualidad que los chinos –ejemplo
de pueblo actual con pésimo gusto arquitectónico tras siglos de excelencia como
constructores – ostenten en su país más de 200 edificios nuevos tan
desmesurados como feos.
En San Pedro estuvimos a punto de librarnos
de los prejuicios del gigantismo visual: pero con este proyecto que rebasa
nuestra situación límite, donde lo grandote equivale a lo innovador, sumaremos
un rascacielos más a los 73 construidos solo en 2013 en el mundo, cuyas alturas
rebasan los 300 metros. Lo cual no es por fuerza una moda mala si cuidamos las
formas y mantenemos la estética de la mesura, advertencia válida en esta tierra
norteña tan propensa a romper records globales como la rosca de reyes más
grande de todos los tiempos, la carne asada más concurrida que se tenga noticia
y el machacado más abundante en cualquier lugar del planeta donde se cocine
machacado.
Esperemos que no pase lo mismo con la
arquitectura, arte tan respetable como el culinario.
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