Don Avelino es el
hombre más puntual del mundo o cuando menos de Coatepec, Veracruz. En su
negocio de venta de café, que no cafetería, (aleros y balcones forjados,
arrietes de orquídeas vivaces), atiende a su clientela a partir de las doce y
media de la tarde: ni un minuto antes y acaso unos minutos después. Y al que no
le guste se puede ir mucho a cualquier otro comercio o a donde se le pegue la
gana que a él le da lo mismo.
Don Avelino, piel
de tierra mojada, ojos de tejón, espigado como las cañas, se toma su tiempo con
los turistas (“tengo que encender la cafetera eléctrica y eso me lleva un rato”) y
reclama a los clientes que quieren sentarse en su trío de mesitas (“aquí vendo
café de altura, no es cafetería”). Luego acomoda los costales con los granos
tostados, pesa cada bulto en medios kilos y prepara las bolsas de papel
artesanal como si tuviera la tarde entera para terminarlas.
Don Avelino regaña
a la clientela que le pide un poco de leche (“el café se toma solo y si no le
gusta se puede ir mucho a cualquier otro comercio”) y explica los granos que
arrojan las matas de su terrenito: tiene la versión expreso (“con mucha acidez
para que tome cuerpo”) y el vienés ("delicado y de aromas suaves") y
abre el abanico de gamas propia de los catadores expertos, hijos de Zimpizahua.
Don Avelino no sabe
que pescaron al Chapo. Escucha a medias y le importa poco el incremento del
patrullaje militar y de policías estatales por Xico, Naolinco y Perote; no
conoce a los familiares del Chapo que, según los lenguaraces, viven en los
alrededores; ignora a las mujeres que rezan fuerte a San Jerónimo, como
plañideras de fiesta patronal, frente a su negocio de café, “que no cafetería”.
Don Avelino habla
puntual de sus granos de café como si fuera maestro de escuela. Y de las
cerezas que al secarse toman consistencia de cáscara fina hasta crepitar entre
los dientes. Fluye entonces el brebaje exótico que él bautiza después de las
doce y media como bebida solar, aunque crezca en la sombra húmeda, para dar
sentido a su existencia como caficultor en uno de los cientos de pueblos
profundos veracruzanos.
Don Avelino no
comprende muy bien que agarraron al Chapo. No interpreta los informes
policiales ni explica los misterios de lo que carece de nombre (¿qué ganaría con
especular?) porque no es como esos sabihondos de Xalapa que suelen fantasear
sobre lo que no conocen. Sólo sabe que en Coatepec, lo importante son sus
granos de café y que aquí, en la vida verdadera, “no pasan cosas de mayor
trascendencia que las rosas”.
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