Sheldon Adelson es un viejo regordete
octogenario, de origen ucraniano con más mañas en su historial personal que
dinero en sus cuentas bancarias, ya de por sí abundantes. Es dueño de una
porción importante de Las Vegas y de un modelo de complejos casineros que
pretende exportar al resto del mundo. Esta ambición íntima y desaforada por
perpetuar su apellido en el negocio de los dados y las cartas, el juego y las
apuestas, a veces le sale bien (fundó un casino gigante en Singapur y otro en
Macao, China) y a veces le sale mal (fracasó en su intento de crear otro casino
gigante en Madrid).
Pero la última novedad del viejo ucraniano
fue pretender invertir la delirante suma de cientos de millones de dólares para
fundar en España lo que bautizó como Eurovegas: seis megacasinos, 12 resorts,
teatros, centros de espectáculos y campos de golf. Un paraíso terrenal a cambio
de reformas legales que correrían por cuenta del gobierno español, incluyendo
dispensas fiscales (que en España son la excepción y en México son la regla
cuando se trata de grandes empresas). Además de un favorcito extra: la cesión
en comodato de casi 8 millones de metros cuadrados de terrenos públicos.
Gracias a su oferta de inversión, Adelson prometía acabar con el desempleo,
incentivando la economía deprimida de ese país.
El principal estorbo para los planes
colonizadores de Adelson fue la rígida ley laboral española. Sin contar con que
en España también se prohíbe fumar en espacios cerrados, condición principal
para el buen funcionamiento de un casino. En el primer caso, los cambios a la
ley laboral que negociaba Adelson ya los operó el Congreso mexicano. Y en el
segundo caso, la flexibilidad comprada de las autoridades en nuestro país, toleran
que muchos casinos se hagan de la vista gorda cuando sus clientes fuman.
Tengo entendido que la empresa de Sheldon
Adelson, las Vegas Sands, está analizando a fondo (due diligence se dice en
inglés) traer sus planes de complejo casinero a México, país donde las
componendas fiscales se resuelven “en corto”, y se blanquean (así dice Adelson)
los contratos colectivos de trabajo, negociando con las grandes centrales.
¿Hacer de alguna ciudad de México una capital del juego semejante a Las Vegas?
¿Llevar el proyecto a algún poblado apartado del suelo norteño?
Para algunos economistas de buena
reputación, que yo conozco, la idea de Adelson no suena descabellada. El crimen
organizado y enfermedades mentales como la ludopatía, entre otros males
relacionados con el boyante negocio de los casinos, ya existe en México con el
agravante de su dispersión y descontrol en casi todos los grandes municipios.
Concentrarlos todos en un solo polo comercial podría acarrear más ventajas que
perjuicios, sin descartar el potencial turístico que detonaría a muchos
kilómetros a la redonda.
Por mi parte, no tengo una opinión
fundamentada sobre el tema, y más preferiría proyectar en alguna región de la
patria un conjunto de museos de arte e historia, o un complejo de bibliotecas
públicas con Wi-Fi integrado, pero ya se ve que el romanticismo lo han barrido
los jugadores cada vez más numerosos, que pueblan esos garitos que, según decía
Frank Sinatra, “son el único lugar donde el dinero de uno habla realmente y nos
dice bye bye”.
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