09 febrero 2014

LA TRAGEDIA DE LA HERMANDAD TALIESIN

Nos sentamos a tomar café en Plaza 401, sobre Vasconcelos. Ella es arquitecta de San Pedro y me explicaba las nuevas tendencias para construir un local. Estaba acostumbrada a dictar cátedra en restaurantes y cafeterías: locuaz y extrovertida, pero a veces, entre el barullo de su monólogo, displicente con los comentario de los demás.

--En la obra mando yo, pero mis ayudantes, incluso tú mismo, pueden opinar – me decía en tono doctoral --. No me engaño: acabo de egresar del Tec, pero se trata de que aprendamos juntos. Ganemos en experiencia mientras construimos.  

--Esa es la filosofía del pragmatismo norteamericano – le advertí yo, pero ella, enemiga de intelectuales, no me escuchó y siguió tomando su café – De ese credo se inspiró tu colega, el arquitecto Frank Lloyd Wright para fundar su hermandad Taliesin.

Entonces sí ella dio un brinco de gusto: a las nuevas profesionistas les agrada detectar datos que coincidan con su parco acervo académico: les galvaniza su cerebro. Terminó su café y pidió otro al mesero. Pero nadie se le acercó.

--Frank Lloyd Wright es mi arquitecto preferido –aplaudió infantil, con la taza vacía en la mano --. Mis papás me llevaron unas vacaciones a su casa Taliesin, en Wisconsin, sin saber que ahí había fundado una secta.

Sigue llamando al mozo que no acude a la mesa. La mujer y sus hijos se impacientan. Mariah Borthwick sale en busca del empleado renuente y deja a sus hijos sentados. Su amante, Frank Lloyd Wright trabaja a varias millas de ahí, y cada vez que se ausenta, como ahora, la casa Taliesin, sobre una colina de Spring Green, se torna algo desamparada, como si le faltara su pieza principal. Pero ella trata de imponerse con la servidumbre: es reacia como todas las feministas y erótica como todas las amazonas que abandonan a sus maridos por el amor verdadero. Fue el escandalo de principios del siglo XX.

--¿Pero por qué no viene este flojonazo?—reclamó ella y yo traté de tranquilizarla: está atendiendo otras mesas. Luego le señalé que la hermandad Taliesin no era una secta sino una hermandad de trabajo. Lloyd Wright la fundó años después de la tragedia que sufrió ahí su amante Mariah Borthwick, en 1914. Ella no me escuchó, resuelta a traer al mesero de las orejas si era posible.

Así lo hace: sus hijos sonríen por el gesto remolón del sirviente Julian Carlton que actúa como niño malcriado. A regañadientes les sirve el desayuno, no mira a la señora Borthwick, ni al niño de 12 años ni a la niña de nueve: parece sumido en trance hipnótico.

--Este tipo me da miedo – me confió la arquitecta y yo sonreí. Retomé el hilo: la hermandad Taliesin la formaban aspirantes a arquitectos que aprendían construyendo. La supervisión la conducía el propio Lloyd Wright, pésimo maestro, ególatra a morir pero ya reconocido como el mejor constructor de América: una leyenda en vida que creía en la experiencia personal como la única fuente de la verdad. Las mesas se desocupaban pero el mesero seguía ausente. Ella se levantó de la silla y lo encaró sin miramientos. Le gustaba imponerse.

--A mi nadie me hace desprecios – se frota las manos sudorosas --. No quiero problemas con usted. Cualquier queja, diríjase con el señor Lloyd Wright, el amo de esta casa.

Julian Carlton pide disculpas. Se aleja de ella. Echa mano de su experiencia como sirviente: rocía con petróleo la chimenea y continúa bañando la sala, el comedor, las habitaciones. Cierra con llave cada puerta menos una. Y prende fuego. Experimentado con el hacha, frente a la señora Mariah Borthwick, corta la cabeza a los dos niños, mata a 4 criados y luego remata su orgía de sangre destripando a hachazos a la señora Borthwicks. Cuando Frank Lloyd Wright regresa por la tarde a Taliesin, su casa se ha reducido a cenizas y su amante es una amasijo irreconocible de huesos y pedazos de piel.

--¿Entonces ese fue el motivo por el que fundó su hermandad?

Le respondí que sí a la arquitecta, aunque en realidad, por más que quisiera a su amante Mariah, Lloyd Wright tenía un corazón insensible: más bien instituyó su escuela de la experiencia en Taliesin debido a otras razones, por ejemplo, para cobrar caras colegiaturas: era un apasionado del dinero y los lujos. Fue entonces cuando por fin se acercó a nuestra mesa el mesero y nos preguntó si no se nos ofrecía alguna otra cosa.

-- Nada – respondió de inmediato la arquitecta --. De hecho le pido que me disculpe si le provoqué alguna molestia. ¿Nos da la cuenta?

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