Nos
sentamos a tomar café en Plaza 401, sobre Vasconcelos. Ella es arquitecta de
San Pedro y me explicaba las nuevas tendencias para construir un local. Estaba
acostumbrada a dictar cátedra en restaurantes y cafeterías: locuaz y
extrovertida, pero a veces, entre el barullo de su monólogo, displicente con
los comentario de los demás.
--En la
obra mando yo, pero mis ayudantes, incluso tú mismo, pueden opinar – me decía
en tono doctoral --. No me engaño: acabo de egresar del Tec, pero se trata de
que aprendamos juntos. Ganemos en experiencia mientras construimos.
--Esa es la
filosofía del pragmatismo norteamericano – le advertí yo, pero ella, enemiga de
intelectuales, no me escuchó y siguió tomando su café – De ese credo se inspiró
tu colega, el arquitecto Frank Lloyd Wright para fundar su hermandad Taliesin.
Entonces sí
ella dio un brinco de gusto: a las nuevas profesionistas les agrada detectar
datos que coincidan con su parco acervo académico: les galvaniza su cerebro.
Terminó su café y pidió otro al mesero. Pero nadie se le acercó.
--Frank
Lloyd Wright es mi arquitecto preferido –aplaudió infantil, con la taza vacía
en la mano --. Mis papás me llevaron unas vacaciones a su casa Taliesin, en Wisconsin,
sin saber que ahí había fundado una secta.
Sigue
llamando al mozo que no acude a la mesa. La mujer y sus hijos se impacientan.
Mariah Borthwick sale en busca del empleado renuente y deja a sus hijos
sentados. Su amante, Frank Lloyd Wright trabaja a varias millas de ahí, y cada
vez que se ausenta, como ahora, la casa Taliesin, sobre una colina de Spring
Green, se torna algo desamparada, como si le faltara su pieza principal. Pero
ella trata de imponerse con la servidumbre: es reacia como todas las feministas
y erótica como todas las amazonas que abandonan a sus maridos por el amor
verdadero. Fue el escandalo de principios del siglo XX.
--¿Pero por
qué no viene este flojonazo?—reclamó ella y yo traté de tranquilizarla: está
atendiendo otras mesas. Luego le señalé que la hermandad Taliesin no era una
secta sino una hermandad de trabajo. Lloyd Wright la fundó años después de la
tragedia que sufrió ahí su amante Mariah Borthwick, en 1914. Ella no me
escuchó, resuelta a traer al mesero de las orejas si era posible.
Así lo
hace: sus hijos sonríen por el gesto remolón del sirviente Julian Carlton que
actúa como niño malcriado. A regañadientes les sirve el desayuno, no mira a la
señora Borthwick, ni al niño de 12 años ni a la niña de nueve: parece sumido en
trance hipnótico.
--Este tipo
me da miedo – me confió la arquitecta y yo sonreí. Retomé el hilo: la hermandad
Taliesin la formaban aspirantes a arquitectos que aprendían construyendo. La
supervisión la conducía el propio Lloyd Wright, pésimo maestro, ególatra a
morir pero ya reconocido como el mejor constructor de América: una leyenda en
vida que creía en la experiencia personal como la única fuente de la verdad.
Las mesas se desocupaban pero el mesero seguía ausente. Ella se levantó de la
silla y lo encaró sin miramientos. Le gustaba imponerse.
--A mi
nadie me hace desprecios – se frota las manos sudorosas --. No quiero problemas
con usted. Cualquier queja, diríjase con el señor Lloyd Wright, el amo de esta
casa.
Julian
Carlton pide disculpas. Se aleja de ella. Echa mano de su experiencia como
sirviente: rocía con petróleo la chimenea y continúa bañando la sala, el
comedor, las habitaciones. Cierra con llave cada puerta menos una. Y prende
fuego. Experimentado con el hacha, frente a la señora Mariah Borthwick, corta
la cabeza a los dos niños, mata a 4 criados y luego remata su orgía de sangre
destripando a hachazos a la señora Borthwicks. Cuando Frank Lloyd Wright
regresa por la tarde a Taliesin, su casa se ha reducido a cenizas y su amante
es una amasijo irreconocible de huesos y pedazos de piel.
--¿Entonces
ese fue el motivo por el que fundó su hermandad?
Le respondí
que sí a la arquitecta, aunque en realidad, por más que quisiera a su amante
Mariah, Lloyd Wright tenía un corazón insensible: más bien instituyó su escuela
de la experiencia en Taliesin debido a otras razones, por ejemplo, para cobrar caras
colegiaturas: era un apasionado del dinero y los lujos. Fue entonces cuando por
fin se acercó a nuestra mesa el mesero y nos preguntó si no se nos ofrecía alguna
otra cosa.
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