Un grupo de amigos pensamos abrir un negocio de
consumo y entretenimiento. Hace meses nos asesoramos con un especialista
comercial: “¿quieren que su establecimiento se convierta en franquicia?
Inviertan lo mínimo, comida rápida, servicio automatizado y mucha publicidad”.
Consejo totalmente opuesto al menú de alta cocina que diseñamos, al concepto
que urdimos y al ambiente sofisticado que queremos construir.
“Recuerden que cualquier negocio es efímero; no
se enamoren de su creación”. Insistió el especialista comercial. Le dimos por
su lado, pero recordé al instante una frase del cantante Freddie Mercury: “Mis
canciones son pop desechable”. Es decir, melodías efímeras. Sin embargo, a
varias décadas de distancia, las melodías de Queen siguen siendo el rock más
refinado que haya compuesto una banda musical desde The Beatles en adelante y
su intervención en Live Aid, de 1985 es, en mi opinión, el concierto de rock más
fulgurante del que tenga memoria.
¿Por qué? Muy simple: Freddie y el resto de sus
compañeros construían arquitectura musical con unos cimientos de inspiración y
maestría por encima de lo ordinario, aunque su género lo sabían efímero. Así se
entiende la frase de Mercury: enamórate del proceso de tu creación, cualquiera
que sea el giro que elijas. Muéstralo a la gente y estampa ahí la huella de tu
paso por la vida. Ya la duración de tu obra la decidirá ese jugador irónico que
se llama tiempo.
¿Un ejemplo al revés? Las dos obras sólidas y
monumentales (todo lo contrario al pop supuestamente “desechable” de Queen), de
un arquitecto de origen japonés, bajito y taciturno, llamado Minoru Yamasaki.
La primera de sus mega-obras fue un proyecto de viviendas que construyó en
Saint Louis, Misouri, en 1955, de cara a su inmortalidad como artista y que
bautizó como Pruitt-Igoe: un complejo urbano elegante, que le auguraba la
gloria, pero que fue demolido a los pocos años porque Yamasaki no calculó bien
su presupuesto de mantenimiento.
Incansable en la búsqueda de su inmortalidad,
Yamazaki se sacó de la manga otro proyecto aún más grande, en 1973, de alturas
vertiginosas y colosales: dos torres gemelas, en el corazón de Manhattan, que
encabezarían el complejo del World Trade Center. A diferencia de la música de
Queen, que según Mercury no sería recordada por tanto tiempo, las Torres
Gemelas se erguirían como modelo de eternidad: un desafío a la inmortalidad de
los dioses. Yamazaki murió de cáncer en 1986, seguro de que su última creación
sí lo trascendería.
Nos despedimos del especialista comercial con un
apretón de mano, y nos fuimos sin aceptar que pusiera frenos a nuestra
imaginación. No lo hemos vuelto a visitar.
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