Es
el 7 de enero de 2014 y Emiel, un corredor nonagenario, organiza en su casa “la
travesura más grande de mi vida”. Eddy, su único hijo, no está de acuerdo con
la idea pero respeta la decisión de su padre, más ahora que sufre cáncer y se
obliga a consentir al viejo. Emiel llama por celular a sus compinches del club
de atletismo, uno por uno, y les cuenta su juego absurdo con una sonrisita de
niño malcriado. Algunos lo secundan, otros prefieren mandarlo a volar; los más
cercanos le llevan resignados las botellas de champán.
El
viejo recibe a sus invitados como si fuera una velada de verano. Hace cumplidos
atrevidos a las mujeres porque siempre ha sido mujeriego y sabe que tiene la
gracia de levantar suspiros y hace latir con fuerza los corazones femeninos:
por eso se volvió deportista.
Hay
una canción de Queen que al viejo le gusta: “I Want It All”. La escuchan todos
varias veces en un iPad. Dicen que la tarareaba cuando ganó hace meses el campeonato
de veteranos de 60 metros planos. Como la canción, el viejo es un aventurero en
las calles vacías, un joven guerrero con luz en los pies.
Juntos,
brindan con champán como en los viejos tiempos, por los tenis gastados, por las
camisetas sudadas, por los callejones sin salida, por la ansiedad irresistible
de quererlo todo, y de quererlo ahora: “it ain´t much I´m asking if you want
the truth/ here´s to the future for the dreams of youth”.
El
viejo Emiel se cuelga sus medallas de corredor, acerca a sus amigos a su sillón,
sonríen a la cámara y toman la foto del recuerdo. Algunos se limpian las lágrimas.
El viejo Emiel los abraza y un poquito mareado por el alcohol, con los brazos
en alto, como si llegara primero a la meta, grita que ha sido la fiesta más
hermosa de su vida.
Casi
al final de la fiesta algunos amigos le ruegan que no lo haga. Él les sonríe
burlón. “Estoy viviendo por completo el momento y lo estoy dando todo”, dice la
canción de Queen. Los despide en punto del amanecer y se queda a solas con su
hijo hasta que llega la enfermera. Él mismo, sin ayuda, se enfunda la camiseta,
los short y los tenis.
Quizá tararea de nuevo la canción de Queen mientras se recuesta
en la cama, extiende el brazo derecho y recibe sonriendo las tres inyecciones
que lo matan en un par de minutos. Lo quiso todo, lo quiere todo y lo quiere
ahora.
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