Alan Turing, una de las mentes más
poderosas de la historia humana, fue pionero en varios campos científicos,
entre ellos, la Inteligencia Artificial (IA). Como sucede en muchos avances de
la ciencia, Turing desenredó la complejidad de las matemáticas a partir de una
simple pregunta: ¿pueden pensar las máquinas? Publicó sus conclusiones en el
artículo: “Computing Machinery and Intelligence” (1950).
Turing aportó algunas pistas al respecto:
la informática es una red de nodos o “neuronas artificiales”, parecidas al
córtex cerebral. Luego predijo: “podremos hablar de que las máquinas piensan
sin esperar que nos contradigan”.
A su corta edad (vivió 41 años), Turing
estuvo a punto de descubrir cómo los organismos crecen, desde las combinaciones
químicas que disponen la regularidad de los pétalos de una margarita, hasta la
composición del cerebro humano. Y cuando procedía a publicar sus
investigaciones, el gobierno inglés lo indujo al suicidio: se mató (o lo
mataron) comiendo una manzana con cianuro.
Habrá quién rechace la hipótesis de Turing:
los androides no piensan realmente porque la conciencia humana no puede
reducirse a la simple física. De hecho, casi todo puede explicarse
reductivamente menos la conciencia.
Un estado mental se vuelve consciente si se
liga a una sensación. Y los robots nunca podrán experimentar sensaciones. No
saben lo que es amar ni vivirán el mal de amores. Esto porque las máquinas
contienen sintaxis pero no semántica.
Es más: para algunos científicos modernos,
la conciencia ni siquiera está alojada en el cerebro o en cualquier otro órgano
en particular. Se dice que es una propiedad integral del organismo por lo que
es irreducible a una sola de las partes que la componen. Por ejemplo, ningún
androide (sintaxis pero no semántica) hubiera procesado la presión exterior
para suicidarse con una manzana envenenada.
Pese a lo anterior, uno no puede sino
ponerse del lado de la máquina en la película de ciencia ficción “Yo Robot”(2004):
el protagonista, un ser humano de cabo a rabo, cuestiona a un androide sobre su
deseo de ser persona y airado le reclama:
-- No eres más que una máquina, una
imitación de la vida. A ver: ¿acaso puedes componer una sinfonía? ¿Acaso puedes
convertir un lienzo en una hermosa obra de arte?
El androide calla unos segundo para luego
responderle en tono neutro:
--Yo no… ¿Y tu?
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