01 enero 2014

SCHUMACHER: EL LECHO DEL GUERRERO

El virtuoso es sinónimo del hombre más fuerte, del mejor en su rama. Decimos que un pianista es virtuoso porque es el mejor en su modalidad, sus interpretaciones al piano están por encima de la media. Hablamos de un virtuoso del balón al referirnos a un futbolista excepcional. Muchos practicantes pueden destacar en cada disciplina, pero el virtuosismo es condición de unos cuantos.

Todos podemos entender la virtud, pero casi nadie podemos asumirla con sus consecuencias de riesgo y sacrificio. Por eso el virtuoso en la música, en el deporte, en las letras, es un modelo a seguir para nuestra conducta personal: queremos ser como él aunque no podamos serlo. Nos gustaría emular sus hazañas, acompañarlo a escalar el Everest, emparejarlo en un maratón, seguirlo por las dunas arábigas para encabezar su ejército de beduinos. Pero en los hechos sólo puedo repetir la vieja sentencia latina: “video meliora proboque” (veo lo mejor y lo apruebo). Hay algo que pocos saben: los seres humanos aprendemos por comparación y, sobre todo, por admiración.

No es de ilusos ver a Michael Michael Schumacher tripulando su Ferrari en una carrera de F1 y sentirnos que somos él. Ese es el principio de la ética: veo lo mejor y lo apruebo; veo lo mejor y quiero ser lo que veo, aunque en mi sano juicio no podría rebasar los límites de velocidad que consiguió el legendario Schumacher. Quizá esa sea la condición principal del virtuoso: superar los límites, rebasar cualquier frontera. La gente común somos seres fronterizos, pero nos quedamos del lado de acá. Schumacher no, porque es el Kaiser, el Barón Rojo, o simplemente Schumi.

El virtuoso – virtus significa viril, coraje, fuerza de carácter – está dominado por el hambre de absoluto: la voluntad inconformista de ir plus ultra, más allá. ¿Hasta donde? Si no me lo preguntan lo se, pero si me lo preguntan lo ignoro. Sin embargo, las hazañas de la virtud, la fascinación del vértigo, gozar la carrera tras marcar la vuelta rápida, tienen un costo muy alto; todo guerrero sufre el maleficio de la tragedia. Otros le llaman destino.

Un fuera de serie es ejemplo ético; un superdotado es materia de fantasía. Y Michael Schumacher es un fuera de serie, no un superdotado. Ver a un guerrero de la alta velocidad, en un lecho hospitalario, inmóvil, tan frágil, es un contrasentido: le devuelve su sentido humano de vulnerabilidad. También lo engrandece más ante nuestros ojos: es un guerrero que lucha desafiando la vida. Ojalá (así lo deseamos todos), salga de este duro trance.  

        

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