Mario Vargas Llosa levanta su espada en
ristre en contra de los chef: los destierra de la élite cultural para
confinarlos en “La civilización del espectáculo” según titula su más reciente
ensayo. Ignoro en cuál cocinero estaría pensando el Premio Nobel, pero Wolfgang
Puck podría ser su mejor ejemplo. Este chef de origen australiano, afincado en
EUA y pionero en exhibir su nombre como señal de excelencia culinaria, es el
prototipo de la frivolidad. Sin embargo, es también un artista consumado de los
fogones. ¿Cómo salva esta aparente contradicción?
Muy simple: usa el marketing más comercial
para vender alta cocina. Y le funciona. Puck no es por supuesto un genio en la
comida fusión como sí lo es Thomas Kepler, dueño del legendario “French
Laundry”, de Yountville, California, justo en el corazón de Napa Valley, pero
sabe prender expectativas en torno a sus platillos (nunca mejor considerados
como artículos de consumo).
Quien tenga suficiente plata podrá visitar
cualquier sucursal del lujoso restaurante “Spago”, montado lo mismo en Las
Vegas que en San Francisco y Chicago. Pero para los menesterosos (y cualquiera
lo somos si no nos sobran mil dólares para consumirlos en pareja, comiendo
prosciutto di Parma), podemos matar el hambre comiendo fine food fast en uno de
los múltiples establecimientos de “Wolfgang Puck Express”, especie de
McDonald´s de alta cocina que el célebre chef fundó en los años noventa.
Los críticos puristas han terminado por desacreditar
los “Wolfganf Puck Express”, alegando que son la banalización del refinado arte
de cocinar. Los bárbaros –entre quienes me incluyo – trivializan las trufas y
el caviar, antes bocatto di cardinale, para servirlos masivamente en
mostradores, listos para consumirse en casa. Pero mi opinión es diferente:
nunca como ahora la alta cocina está al alcance de la gente común, de igual
manera que el vino tinto de excelencia es accesible al vulgo gracias al
marketing vinífero de Napa Valley.
Siempre he dudado de las ventajas globales
de la democratización del gusto. Sin embargo, la expansión de la cultura, así
sea a través de la demonizada “civilización del espectáculo” es una ruta
alterna para que más ciudadanos accedamos a los beneficios, muchas veces
intangibles pero innegables, que brinda la cultura en sus múltiples expresiones
formales, gracias a chef comerciales como Wolfgang Puck.
Que nos perdone Vargas Llosa –en otras
facetas tan admirado—pero más afortunada es la cultura con bárbaros en shorts y
camiseta comiendo un pato al orange, que hamburguesas de plástico en el Burger
King. O tomando un cabernet sauvignon a precio accesible, que un jaibol con
coca y Presidente. Por algo se empieza. ¿No?
No hay comentarios:
Publicar un comentario