30 diciembre 2013

LOS BÁRBAROS QUE INVADIERON LOS BANQUETES REFINADOS

Mario Vargas Llosa levanta su espada en ristre en contra de los chef: los destierra de la élite cultural para confinarlos en “La civilización del espectáculo” según titula su más reciente ensayo. Ignoro en cuál cocinero estaría pensando el Premio Nobel, pero Wolfgang Puck podría ser su mejor ejemplo. Este chef de origen australiano, afincado en EUA y pionero en exhibir su nombre como señal de excelencia culinaria, es el prototipo de la frivolidad. Sin embargo, es también un artista consumado de los fogones. ¿Cómo salva esta aparente contradicción?

Muy simple: usa el marketing más comercial para vender alta cocina. Y le funciona. Puck no es por supuesto un genio en la comida fusión como sí lo es Thomas Kepler, dueño del legendario “French Laundry”, de Yountville, California, justo en el corazón de Napa Valley, pero sabe prender expectativas en torno a sus platillos (nunca mejor considerados como artículos de consumo).

Quien tenga suficiente plata podrá visitar cualquier sucursal del lujoso restaurante “Spago”, montado lo mismo en Las Vegas que en San Francisco y Chicago. Pero para los menesterosos (y cualquiera lo somos si no nos sobran mil dólares para consumirlos en pareja, comiendo prosciutto di Parma), podemos matar el hambre comiendo fine food fast en uno de los múltiples establecimientos de “Wolfgang Puck Express”, especie de McDonald´s de alta cocina que el célebre chef fundó en los años noventa.

Los críticos puristas han terminado por desacreditar los “Wolfganf Puck Express”, alegando que son la banalización del refinado arte de cocinar. Los bárbaros –entre quienes me incluyo – trivializan las trufas y el caviar, antes bocatto di cardinale, para servirlos masivamente en mostradores, listos para consumirse en casa. Pero mi opinión es diferente: nunca como ahora la alta cocina está al alcance de la gente común, de igual manera que el vino tinto de excelencia es accesible al vulgo gracias al marketing vinífero de Napa Valley.

Siempre he dudado de las ventajas globales de la democratización del gusto. Sin embargo, la expansión de la cultura, así sea a través de la demonizada “civilización del espectáculo” es una ruta alterna para que más ciudadanos accedamos a los beneficios, muchas veces intangibles pero innegables, que brinda la cultura en sus múltiples expresiones formales, gracias a chef comerciales como Wolfgang Puck.


Que nos perdone Vargas Llosa –en otras facetas tan admirado—pero más afortunada es la cultura con bárbaros en shorts y camiseta comiendo un pato al orange, que hamburguesas de plástico en el Burger King. O tomando un cabernet sauvignon a precio accesible, que un jaibol con coca y Presidente. Por algo se empieza. ¿No?

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