17 enero 2014

MICHOACÁN: UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO

De todas las campañas electorales recientes, la de Michoacán del año 2011 fue una de las más peligrosas. Fui a cubrirla con Obed Campos Junior dos semanas previas a que se cerrara el proceso comicial y no nos quedaron ganas de volver. Desde entonces se apreciaba un deterioro social que culminó con un estallido de sangre dos años más tarde. Pero antes que un estallido, fue una degeneración: la seguridad descendió a límites intolerables hasta casi rozar la guerra civil. No exagero. Michoacán es la esencia tenebrosa de lo que se vive en todo México. La vida allá no vale nada; tampoco los políticos.

Una madrugada, dos días antes de la jornada electoral, Obed Junior se tropezó en el pasillo del hotel con una pequeña mujer alcoholizada: era la candidata a gobernadora del PAN, Cocoa Calderón. El candidato vencedor, el priista Fausto Vallejo, estuvo a punto de no declarar su triunfo porque sufrió una recaída de su salud en su propio comité de campaña (quién sabe por qué ganó si su campaña iba al garete). El entonces gobernador Leonel Godoy era un fantasma mudo, distante de los problemas cotidianos.

Luego, recorriendo los municipios por carreteras abandonadas, nos detuvo un retén militar, paramilitar o de los Caballeros Templarios, nunca supimos bien. Nos quisieron confiscar los equipos de cómputo, las cámaras fotográficas y detener a Obed Junior quizá porque lo confundieron con un sublevado. El incidente no pasó a mayores pero vivimos en carne propia la represión oficial.

Comenzaba allá la barbarie en estado puro y fuimos testigos de los primeros intentos de autodefensa comunitaria en Tierra Caliente. A estos combatientes civiles les sienta bien una obra teatral de Günter Grass: “Los plebeyos ensayan la rebelión”. A la gente pobre de Michoacán no les queda de otra, asolados por gobiernos corrompidos, cárteles sanguinarios y la siempre flagrante miseria. Quién sabe cuál de estas tres amenazas es la peor, pero ya rebasaron lo que entonces, hace tres años, se confinaba a tierras michoacanas. Presiento así una metástasis del cáncer de la ingobernabilidad a Guerrero, Jalisco y Estado de México, tierras broncas del México profundo.

¿Deben deponer las armas los grupos de autodefensa y regresar a sus lugares de origen? No: saben que sería un suicidio para sus más de 7 mil civiles armados. Tampoco el gobierno puede agudizar su campaña de deslegitimación en contra de ellos: su principal error ha consistido en enviarles señales contradictorias de negociación y hostilidad a un tiempo. Hasta ahora, las autoridades federales no operan una estrategia, caminan en zigzag. El remedio definitivo no puede focalizarse exclusivamente a ese estado: en realidad, la violencia del crimen organizado es un infierno nacional, con flamas más vivas e intensas en unas regiones más que en otras.


Sin embargo, la espiral descendente de la inseguridad nunca toca fondo: siempre puede empeorar y esparcirse como la pólvora, hasta penetrar en nuestras casas. ¿Tendremos entonces que tomar las armas para defender a nuestras familias? Los grupos de autodefensa nos han dado la pauta para responder a este dilema. Todos podemos llegar a ser, en un hipotético instante de vida o muerte, plebeyos que ensayan la rebelión. Sí, como los rebeldes de Michoacán.

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