01 diciembre 2013

VETERANOS, POLÍTICOS, LESBIANAS Y OTRAS LEYENDAS URBANAS

Okinawa fue un golpe mortal para la lucidez de los veteranos gringos de la Segunda Guerra Mundial: literalmente los trastornó por el resto de sus días. Mucho peor si a ese dato se le añade el remordimiento que guardó por décadas uno estos veteranos, Warren Wilhem, ex oficial naval del Pacífico, porque sus antecesores eran de origen alemán. Cuando volvió a Nueva York, con una pierna amputada y la cabeza puesta al revés, Warren comprendió que no quería a su esposa, María, y que tener un hijo a quien mantener no era el estilo de vida que quería para sí. Warren exigió la libertad, o eso creyó, cuando abandonó a su familia, pidió el divorcio en 1969 para casarse en segundas nupcias con el alcohol y se pegó un tiro en la sien diez años después, tras el diagnóstico de un cáncer de pulmón.

Un hogar disfuncional es un golpe mortal para la crianza de cualquier menor que sufre la sinrazón del mundo. Mucho peor si a ese dato se le añade el remordimiento que guardó uno de estos niños, Wilhem Junior, que se creyó culpable de la separación de sus padres. El día en que se quedó sin progenitor, Warren Junior se fue a vivir a casa de sus abuelos maternos, inmigrantes napolitanos, creció casi dos metros de altura y pidió que la gente lo apodara Bill. Ahí empezó una carrera a marchas forzadas en contra de la contradicción interior que le incubaron desde niño y que le hizo dar un paso al vacío. O varios. O todos.

Warren Junior se asumió como hombre rebelde en contra del absurdo. Y luego pretendió darle un sentido al enredo metafísico que era su juventud. Creyó encontrarlo en la Nicaragua de los años ochenta, a donde viajó y se volvió sandinista. Su enemigo declarado sería el  presidente Ronald Reagan (encarnación de la figura paterna). Regresó a Nueva York más flaco, más alto, más adoctrinado. Defendió desde entonces a los enfermos de Sida, a los inquilinos de viviendas precarias, a las madres solteras, a los huérfanos y desmparados. Abordó la política desde su ala marginal, en la periferia de los escalafones burocráticos, representando el distrito 39º  en el Consejo de Nueva York por tres períodos consecutivos hasta que se postuló como defensor del pueblo frente a la alcaldía del poderoso magnate Michael Bloomberg. Éxito nada despreciable en EUA para un radical de izquierda como Bill.

Pero la mayor contradicción que experimentó Bill para exorcizar a su padre o compensar su absurdo metafísico, fue casarse con Charline McCray, afroamericana seis años mayor que él, feminista, lesbiana (muy enamorada en aquel entonces de su novia de turno) y escritora de poemas de protesta. A pesar de eso, o quizá por eso, Bill cayó rendido a sus pies. La boda religiosa la oficiaron dos pastores gays y como luna de miel escogieron Cuba. Tuvieron dos hijos mulatos, ahora hippies y vegetarianos: la mayor se llama Chiara, que ha iniciado una campaña en contra de la depilación y usa piercing en la cara, y un niño llamado Dante, que se ha dejó una enorme melena afro, gracias a no lavársela más que una vez al mes.

Con familia tan peculiar, Bill se fue a vivir a una casita muy humilde de ladrillo, en Brooklyn, de las llamadas brownstone, e inició hace meses una campaña electoral ilusa y demencial para la alcaldía de Nueva York. Su plan era evidenciar el establishment partidista, bajo un lema que tomó prestado de una novela de Charles Dickens: “Historia de dos ciudades”. Pero los electores, lo mismo regios que newyorkinos, son impredecibles y comienzan a tenerle fe a la originalidad sincera. Bill ganó las primarias demócratas en septiembre y venció al contendiente republicano con un margen de hasta 40 por ciento. Tomará posesión en unos días como alcalde de Nueva York.

La vieja clase política corrupta e hipócrita, sin distinción de partidos, es un golpe mortal para cualquier ciudad. Mucho peor si a ese dato se le añade que Nueva York es una megalópolis de 8 millones de habitantes que ha experimentado varias formas de gobernarse, la mayoría de ellas fracasadas. Ahora, esta ciudad da un paso al frente y se propone ser administrada por un outsider, hijo de un veterano de guerra, padre de familia multirracial y ejemplo viviente de que las contradicciones de la vida bien pueden producir el milagro de la superación personal.


Warren Wilhem Junior, que de adulto adoptó el apellido materno y ahora se llama Bill de Blasio, iniciará su gestión en Enero próximo. Ojalá que al menos una parte de su modelo pueda seguirse en otras ciudades, como Monterrey, donde los políticos están cortados por la misma tijera de la mediocridad y son convencionales, huecos, oportunistas y aspirantes a figurines de televisión.

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