Okinawa fue
un golpe mortal para la lucidez de los veteranos gringos de la Segunda Guerra
Mundial: literalmente los trastornó por el resto de sus días. Mucho peor si a
ese dato se le añade el remordimiento que guardó por décadas uno estos
veteranos, Warren Wilhem, ex oficial naval del Pacífico, porque sus antecesores
eran de origen alemán. Cuando volvió a Nueva York, con una pierna amputada y la
cabeza puesta al revés, Warren comprendió que no quería a su esposa, María, y
que tener un hijo a quien mantener no era el estilo de vida que quería para sí.
Warren exigió la libertad, o eso creyó, cuando abandonó a su familia, pidió el
divorcio en 1969 para casarse en segundas nupcias con el alcohol y se pegó un
tiro en la sien diez años después, tras el diagnóstico de un cáncer de pulmón.
Un hogar
disfuncional es un golpe mortal para la crianza de cualquier menor que sufre la
sinrazón del mundo. Mucho peor si a ese dato se le añade el remordimiento que
guardó uno de estos niños, Wilhem Junior, que se creyó culpable de la
separación de sus padres. El día en que se quedó sin progenitor, Warren Junior se
fue a vivir a casa de sus abuelos maternos, inmigrantes napolitanos, creció
casi dos metros de altura y pidió que la gente lo apodara Bill. Ahí empezó una
carrera a marchas forzadas en contra de la contradicción interior que le
incubaron desde niño y que le hizo dar un paso al vacío. O varios. O todos.
Warren Junior
se asumió como hombre rebelde en contra del absurdo. Y luego pretendió darle un
sentido al enredo metafísico que era su juventud. Creyó encontrarlo en la
Nicaragua de los años ochenta, a donde viajó y se volvió sandinista. Su enemigo
declarado sería el presidente Ronald
Reagan (encarnación de la figura paterna). Regresó a Nueva York más flaco, más
alto, más adoctrinado. Defendió desde entonces a los enfermos de Sida, a los
inquilinos de viviendas precarias, a las madres solteras, a los huérfanos y
desmparados. Abordó la política desde su ala marginal, en la periferia de los
escalafones burocráticos, representando el distrito 39º en el Consejo de Nueva York por tres períodos
consecutivos hasta que se postuló como defensor del pueblo frente a la alcaldía
del poderoso magnate Michael Bloomberg. Éxito nada despreciable en EUA para un radical
de izquierda como Bill.
Pero la
mayor contradicción que experimentó Bill para exorcizar a su padre o compensar
su absurdo metafísico, fue casarse con Charline McCray, afroamericana seis años
mayor que él, feminista, lesbiana (muy enamorada en aquel entonces de su novia
de turno) y escritora de poemas de protesta. A pesar de eso, o quizá por eso, Bill
cayó rendido a sus pies. La boda religiosa la oficiaron dos pastores gays y
como luna de miel escogieron Cuba. Tuvieron dos hijos mulatos, ahora hippies y
vegetarianos: la mayor se llama Chiara, que ha iniciado una campaña en contra
de la depilación y usa piercing en la cara, y un niño llamado Dante, que se ha
dejó una enorme melena afro, gracias a no lavársela más que una vez al mes.
Con familia
tan peculiar, Bill se fue a vivir a una casita muy humilde de ladrillo, en
Brooklyn, de las llamadas brownstone,
e inició hace meses una campaña electoral ilusa y demencial para la alcaldía de
Nueva York. Su plan era evidenciar el establishment partidista, bajo un lema
que tomó prestado de una novela de Charles Dickens: “Historia de dos ciudades”.
Pero los electores, lo mismo regios que newyorkinos, son impredecibles y
comienzan a tenerle fe a la originalidad sincera. Bill ganó las primarias
demócratas en septiembre y venció al contendiente republicano con un margen de
hasta 40 por ciento. Tomará posesión en unos días como alcalde de Nueva York.
La vieja clase
política corrupta e hipócrita, sin distinción de partidos, es un golpe mortal
para cualquier ciudad. Mucho peor si a ese dato se le añade que Nueva York es
una megalópolis de 8 millones de habitantes que ha experimentado varias formas
de gobernarse, la mayoría de ellas fracasadas. Ahora, esta ciudad da un paso al
frente y se propone ser administrada por un outsider,
hijo de un veterano de guerra, padre de familia multirracial y ejemplo viviente
de que las contradicciones de la vida bien pueden producir el milagro de la superación
personal.
Warren Wilhem
Junior, que de adulto adoptó el apellido materno y ahora se llama Bill de
Blasio, iniciará su gestión en Enero próximo. Ojalá que al menos una parte de
su modelo pueda seguirse en otras ciudades, como Monterrey, donde los políticos
están cortados por la misma tijera de la mediocridad y son convencionales,
huecos, oportunistas y aspirantes a figurines de televisión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario