La anécdota
es de realismo mágico: cierto periodista (Marco Levario) se levantó una mañana
decidido a desenmascarar a una farsante: dedica días, semanas, meses enteros a
recabar hechos, evidencias, datos verificables. El periodista escribe a fondo
sobre un asunto vital que lo desvela: no sobre las reformas legislativas a
medias, no sobre el pacto fracturado, no sobre la economía estancada, sino en
contra de su colega Carmen Aristegui.
Tras un par
de semanas de revisión -- ¿acaso exhaustiva? – una editorial aprueba el inédito
de Levario y lo publica en menos que canta un gallo bajo el título “El
periodismo de ficción de Carmen Aristegui”. La cuarta de forros evidencia las
motivaciones del autor: “para mejorar el intercambio público del rejuego
democrático” (sic).
El libro de
Levario es un despliegue tesonero de descalificaciones a Aristegui, sostenido
en tres patas: la parcialidad, la manipulación informativa y el encono personal
en contra del poder político, disfrazado de supuesta objetividad periodística.
El caso es
que esas tres patas también sostienen el frágil entramado del libro de Levario:
es parcial en la mayoría de los casos (¿no halló un solo dato favorable a
Aristegui?) manipula la información
(¿nunca le ha atinado Aristegui en ninguna de sus crítica al gobierno?) y
delata encono personal, disfrazado de objetividad, en contra de la periodista.
De entrada
puede inferirse que Marco Levario forma parte de un complot bien orquestado por
los enemigos de Aristegui. Pero no lo creo: resulta candoroso difamar a
Aristegui mediante un libro, en un país donde sólo lee el 2 por ciento de la
población. Los mecanismos del poder para linchar moralmente a un crítico serían
otros muy distintos. Con este libro, sólo los malquerientes de Aristegui se autoafirman
con más municiones para pronunciarse en contra suya. Pero dudo que alguna otra
alma vacilante se persuada y se apunte en favor de la tesis de Levario.
¿Entonces
cual era el objetivo de su publicación? No lo se y no importa. Acaso quedar
bien con alguien importante, acaso un legítimo prurito del autor por perseguir
la verdad – la diga Agamenón o su porquero --, acaso un cierto “deleite de la
desgracia pública de los otros”, aderezado por el mezquino complemento de la
envidia, que los alemanes denominan schadenfreude,
vocablo que por extrañas razones no tiene su equivalente en español o en
inglés.
Pero no
publicaré un libro similar en extensión al de Levario, de 239 páginas, sólo
para desentrañar los impulsos subconscientes de su autor. Más porque entre “perro
que come perro” y “perro que ladra fuerte”, prefiero al segundo… aunque a veces
se equivoque en sus ladridos.
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