03 diciembre 2013

CARMEN ARISTEGUI: ¿PERIODISMO DE FICCIÓN?

La anécdota es de realismo mágico: cierto periodista (Marco Levario) se levantó una mañana decidido a desenmascarar a una farsante: dedica días, semanas, meses enteros a recabar hechos, evidencias, datos verificables. El periodista escribe a fondo sobre un asunto vital que lo desvela: no sobre las reformas legislativas a medias, no sobre el pacto fracturado, no sobre la economía estancada, sino en contra de su colega Carmen Aristegui.

Tras un par de semanas de revisión -- ¿acaso exhaustiva? – una editorial aprueba el inédito de Levario y lo publica en menos que canta un gallo bajo el título “El periodismo de ficción de Carmen Aristegui”. La cuarta de forros evidencia las motivaciones del autor: “para mejorar el intercambio público del rejuego democrático” (sic).

El libro de Levario es un despliegue tesonero de descalificaciones a Aristegui, sostenido en tres patas: la parcialidad, la manipulación informativa y el encono personal en contra del poder político, disfrazado de supuesta objetividad periodística.

El caso es que esas tres patas también sostienen el frágil entramado del libro de Levario: es parcial en la mayoría de los casos (¿no halló un solo dato favorable a Aristegui?)  manipula la información (¿nunca le ha atinado Aristegui en ninguna de sus crítica al gobierno?) y delata encono personal, disfrazado de objetividad, en contra de la periodista.

De entrada puede inferirse que Marco Levario forma parte de un complot bien orquestado por los enemigos de Aristegui. Pero no lo creo: resulta candoroso difamar a Aristegui mediante un libro, en un país donde sólo lee el 2 por ciento de la población. Los mecanismos del poder para linchar moralmente a un crítico serían otros muy distintos. Con este libro, sólo los malquerientes de Aristegui se autoafirman con más municiones para pronunciarse en contra suya. Pero dudo que alguna otra alma vacilante se persuada y se apunte en favor de la tesis de Levario.

¿Entonces cual era el objetivo de su publicación? No lo se y no importa. Acaso quedar bien con alguien importante, acaso un legítimo prurito del autor por perseguir la verdad – la diga Agamenón o su porquero --, acaso un cierto “deleite de la desgracia pública de los otros”, aderezado por el mezquino complemento de la envidia, que los alemanes denominan schadenfreude, vocablo que por extrañas razones no tiene su equivalente en español o en inglés.


Pero no publicaré un libro similar en extensión al de Levario, de 239 páginas, sólo para desentrañar los impulsos subconscientes de su autor. Más porque entre “perro que come perro” y “perro que ladra fuerte”, prefiero al segundo… aunque a veces se equivoque en sus ladridos.        

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