Lo conocí hace varios años en un seminario sobre cultura de
medios, en el Museo Guggenheim de Bilbao, España, y mi primera impresión fue
que me topaba con el ser humano más difícil de tratar por pedante y
malencarado. No he sido el único en opinar así de Gerard Mortier, el más controvertido
director artístico de ópera en el mundo y quizá la mayor celebridad viva de la
alta cultura europea. Sin embargo, este belga de sabiduría inagotable y modales
refinados ha sido también la principal víctima de la burocracia cultural
española y del maquiavelismo de los ignorantes (que también los hay en la Madre
Patria), al grado de agudizarle la metástasis de su cáncer de páncreas que lo
tiene a un paso de la tumba.
En mitad de una comilona de chipirones, pitxos de bacalao y
txangurro a la donostiarra, Mortier opinó con tacto pero de forma inapelable que
la mejor gastronomía del mundo era la belga flamenca. Luego pidió la carta de
vinos y aunque el gobierno vasco pagaba la cena, aclaró a voz en cuello que convidaría
a los presentes con el Cabernet Sauvignon más optimo de la cava. Mientras
atendía la enumeración, el somellier sudaba la gota gorda (bien advertido de
los clásicos desplantes de Mortier) los meseros iban y venían a la bodega
esperando no fallar con la botella elegida y los pocos plebeyos que
presenciamos la escena (y que no tendríamos para pagar tamaño lujo)
pedimos al cielo larga vida para nuestro espontáneo mecenas.
Mortier soltó entonces una retahíla de marcas y determinadas
añadas de vinos de las más variadas regiones, Toscana, Burdeos, Alsacia, valle
de Loira, Ribera del Duero y con cada negativa del sommellier, su rostro se ponía de un rojo subido. Aún recuerdo que
tan expectantes estábamos los testigos al penoso interrogatorio que no se
escuchaba alrededor nuestro ni siquiera el vuelo de una mosca (que por otro
lado no había). Finalmente, con el histrionismo contenido de un moderno Rigoletto, nuestro mecenas se sentó,
sentenciando con español impecable: “No hay nada para mí. Tráiganos agua”. Todos
pusimos una cara de circunstancia. Sólo un amigo mío, también mexicano, rompió
la solemnidad del hecho susurrando una frase que nada más yo entendí: “pinche
belga”.
Pocos años después, me enteré por los periódicos que Gerard
Mortier había sido nombrado director artístico del Teatro Real de Madrid, y me
dio mucho gusto su designación. Seguramente a Mortier le daba “una pura y dos
con sal” mi dichoso gusto pero con su ejemplo comprendí que en el arte, la
política o el periodismo, toda excelencia implica exigencia y defender
convicciones no es lo mismo que defender dogmas. También entendí que el talento
artístico es un camino doloroso donde la inspiración ocupa apenas el menor
trecho.
En el breve lapso que duró en el cargo (tres años) Mortier
gestionó óperas tradicionales, a la manera convencional, junto con
experimentalismos de alto riesgo: verdaderas provocaciones como “Cosí fan
tutte” de Mozart, montado por el cineasta Michael Haneke. Y lo más interesante
fueron las óperas que planeó basadas en textos de García Lorca, Carlos Fuentes,
Octavio Paz, además de sus declaraciones en el sentido de que prefería a Lou
Reed que a Pavarotti, que el Metropolitan Opera House de Nueva York es una compañía
anticuada y que le pediría a Almodóvar dirigir una de las piezas más locas de Giuseppe Verdi.
En respuesta a tanta polémica, el ministerio de cultura de
España aprovechó una incapacidad de Mortier para combatir en Alemania los
avances de su cáncer pancreático y discretamente lo destituyó de su cargo en el
Teatro Real. Así, el hacha burocrática cayó sobre uno de los mejores modelos de
transgresión artística que he conocido, en una medida oportunista propia de un
Maquiavelo vulgar. La respuesta del enfermo ha sido desoladora y guerrera poco
antes de ingresar al quirófano: “todavía no me muero”. Hace unos días Mortier
por fin reapareció en los ensayos de la ópera “La conquista de México”, aunque
no podrá estar en el estreno de hoy, 9 de diciembre, en el Teatro Real. Brindemos
por su salud aunque sea con agua.
No hay comentarios:
Publicar un comentario