José Jaime
Ruiz concibió un proyecto literario que me parece genial: convencer a jóvenes
intelectuales mexicanos para que se monten en un carro y cumplan el último de
los itinerario que hace más de cincuenta años emprendieron Jack Kerouac y su
amigo Neal Cassady (personajes de culto), y cuyos pormenores constituyen la
novela “On the Road”. El mismo itinerario, sí, pero al revés.
El plan de
José Jaime consiste en tomar las carreteras por donde circularon aquellos miembros
legendarios de la generación beat, que partieron de Nueva York hasta arribar a
la ciudad de México, pasando por San Luis Misuri, San Antonio, Texas, Nuevo
Laredo, Sabinas Hidalgo, Montemorelos, etcétera, pero de atrás para adelante,
comenzando por la ciudad de México. Un camarógrafo contratado ex profeso grabaría el viaje completo
para editarlo después como documental.
Como muchos
adolescentes de mi generación, quise convertirme en escritor leyendo una y otra
vez “On the Road”, de Jack Kerouac (padre putativo de los hippies y abuelo del hard rock). Recuerdo como se me estrujó
el alma al leer: “Esta carretera es también la ruta de los antiguos forajidos
americanos que se escurrían a través de la frontera y bajaban hasta el viejo
Monterrey”. Y luego una frase premonitoria que espanta: “Entrar en Monterrey es
como entrar en Detroit”.
Recorrí hasta
la madrugada las páginas de “On the Road” ahítas de sol, alcohol, jazz y droga,
como si fueran el Santo Grial, buscando cómo salvar la disyuntiva entre vivir o
crear. Luego comprendí que ese aprendizaje conduce a un callejón sin salida. Su
meta es el fracaso: Kerouac murió a la misma edad que tengo ahora y el mismo año
en que yo nací, de una cirrosis mal cuidada. Pero su modelo de creación fue
epopéyico: “On the Road” es literatura pura y dura que puede inhalarse,
inyectarse o tomarse en las rocas o con chaser. No es coherente, no respeta
cronología, no cuenta una historia. Mientras la lee, el lector percibe que ese
libro es cualquier cosa menos una novela. ¿Entonces cuál es su encanto? Kerouac
es como un jazzista dejándose llevar por sus improvisaciones. “On the Road” es
la versión literaria del free jazz.
Sin
embargo, el viaje en carretera, el magic
trip que simbólicamente abrió paso a la contracultura de los sesenta y a
los movimientos de protesta de los noventa, no es tanto “On The Road” (cuya
rebeldía es más literaria que política) sino el que emprendió en esa misma
época el célebre autobús psicodélico, pintado con mil colores fluorescentes,
llamado Further (cuya rebeldía es más
política que literaria). Lo planeó Ken Kesey, el autor de “One Flew Over the
Cuckoo´s Nest”, y 1964 cruzó EUA de este a oeste, y de costa a costa, conducido
por el mismo personaje de la novela de Kerouac: Neal Cassady. Los Beatles rindieron
tributo al Further en 1967, con su
disco Magical Mystery Tour.
Cuando yo
era joven, y basándome en el magic trip
del Further, escribí un cuento muy
malo. Narrado en primera persona, su trama era alucinante: convencía a todas
las promesas literarias de mi generación (sólo recuerdo entre los personajes a
Hugo Valdés y David Toscana) para que en la Huasteca subieran a un psicodélico
autobús. Los llevaría a recorrer el mismo itinerario del camión de Ken Kesey.
Pero al pasar por un acantilado, malicié que, si pisaba el acelerador y
aceleraba la marcha, caeríamos al vacío. Entonces Nuevo León se quedaría sin
literatura futura, sin autores creativos, sin cultura, resignado a contemplar
telenovelas churras de Televisa y a leer libros motivacionales y de autoayuda.
Perverso, pisé el acelerador y el camión se hundió en el precipicio. Por
fortuna era sólo un cuento y mis malos augurios no se cumplieron.
José Jaime Ruiz
me pidió buscar mecenas que patrocinen el viaje en carretera para rememorar la
novela “On the Road”. Se trata de conseguir un carro (no de reciente modelo),
algunos viáticos, una cámara de video, y dado que serían jóvenes intelectuales
mexicanos, un periquito comprado en alguna tienda de mascotas, para que se
entretengan los chavos. También me pidió que sea yo el chofer del vehículo. De
ser así, prometo no pisar el acelerador ni acelerar la marcha ni maliciar
perversidades purificantes del mismo tenor.
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