05 diciembre 2013

EL GENIO ANÓNIMO QUE VIVIÓ EN MÉXICO


Siete presos del campo de concentración de Westhofen se fugan una noche: son alemanes disidentes del Tercer Reich. El general nazi al mando maquina un castigo ejemplar como escarmiento para los demás prisioneros: ordena a sus tropas que poden siete árboles hasta dejarlos pelones y cada uno sea atravesado por un madero para darles forma de cruz. El general nazi se fija como plazo una semana para detener a cada uno de los prófugos, colgarlos como Santo Cristo de cada madero y ejecutarlos.   

La anciana que entrevista un famoso crítico alemán de prensa y televisión llegó como refugiada a México huyendo de Hitler y una tarde fue atropellada por un vehículo en Coyoacán. O fue arrojada al asfalto desde un coche. Y ella, tan contadora de cuentos, tan narradora de miedos y osadías ajenas, calló de por vida ese incidente personal. Se llama Anna Seghers, una de tantas escritoras anónimas que deambulan por el mundo y una de las novelistas más grandes que ha dado la literatura universal. No se preocupe el lector si no ha escuchado o leído antes su nombre: Anna Seghers es una más entre los cientos de genios olvidados, cuyas obras se empolvan en las bibliotecas públicas, pese a que sus páginas rezuman sentimientos y emociones tan cercanas ahora a los mexicanos como el miedo, los instintos básicos, el llamado a la sangre y la violencia más tribal.

Sólo el séptimo de estos prisioneros, Georg Heisler, sigue vivo poco antes de cumplirse esa semana de persecución salvaje. Su cruz es la única que permanece desnuda en el campo de concentración de Westhofen. Heisler hace lo imposible para no ser atrapado y sobrevivir a toda costa. Se esconde como perro bajo las bancas de una iglesia y los santos de mármol y bronce que lo miran desde sus nichos son para él como la representación de ese poder frío, distante, que lo cerca hasta acabar con los restos de su dignidad humana. Para atajar el miedo recuerda sus días felices,  pero siente que cada recuerdo le rasga su alma en jirones hasta dejar salir la bestia en que nos convertirnos todos ante situaciones de peligro. Heisler grita en silencio porque quiere vivir.

El famoso crítico alemán interroga a su entrevistada, Anna Seghers. Quiere conocer los motivos por los que huyó de Alemania perseguida por Hitler, hasta recalar en la ciudad de México. Le pregunta la razón de su silencio tras ser atropellada o arrojada de un carro en marcha. Le pregunta por sus libros quemados por la Gestapo y por las privaciones que padeció en nuestro país. Anna Seghers calla y medita. Finalmente, el crítico le pregunta por esa novela perfecta que escribió en la ciudad de México, en alemán, su idioma nativo, aunque la novelista domina bien el español. Ahora sí la mujer se desvive por explicar, interpretar, desmenuzar las tripas de su obra maestra.

Georg Heisler, el séptimo prisionero, cae en la cuenta de que alrededor suyo pende la suerte no sólo de sus demás hermanos presos en Westhofen, sino de los mismos militares nazi de quienes se escapa momentáneamente. Entiende que su sobrevivencia es un símbolo de la esperanza en contra de la crueldad y los instintos criminales del Führer. Nunca ha sido más libre que ahora, acorralado por sus implacables perseguidores.

La anciana, Anna Seghers, sigue hablando sobre “La Séptima Cruz”, su obra maestra. Explica los motivos de su personaje principal, Georg Heisler, para sobrevivir. Se emociona detallando el trasfondo filosófico de su novela, de los militares nazis, en especial de ese general miserable del campo de concentración y los presos de Westhofen que gravitan en su trama. El rostro sudoroso de Anna Seghers delata sus esfuerzos mentales por hacerse comprender. Pero el crítico literario de prensa y televisión, Marcel Reich Ranicki
percibe que aquella anciana modesta y simpática no había entendido en absoluto su propia novela, “la Séptima Cruz”, y concluye que “la mayoría de los escritores no entienden de literatura más de lo que las aves entienden de ornitología”. Pero los genios (que lo son aunque no se den cuenta) merecen el respeto de los demás mortales, así que Marcel Reich Ranicki se inclina caballerosamente y besa la mano de su entrevistada. Ella agradece el gesto.

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