Siete presos del campo de concentración de Westhofen se
fugan una noche: son alemanes disidentes del Tercer Reich. El general nazi al
mando maquina un castigo ejemplar como escarmiento para los demás prisioneros:
ordena a sus tropas que poden siete árboles hasta dejarlos pelones y cada uno sea
atravesado por un madero para darles forma de cruz. El general nazi se fija
como plazo una semana para detener a cada uno de los prófugos, colgarlos como Santo Cristo de cada madero y
ejecutarlos.
La anciana que entrevista un famoso crítico alemán de prensa
y televisión llegó como refugiada a México huyendo de Hitler y una tarde fue
atropellada por un vehículo en Coyoacán. O fue arrojada al asfalto desde un
coche. Y ella, tan contadora de cuentos, tan narradora de miedos y osadías
ajenas, calló de por vida ese incidente personal. Se llama Anna Seghers, una de
tantas escritoras anónimas que deambulan por el mundo y una de las novelistas
más grandes que ha dado la literatura universal. No se preocupe el lector si no
ha escuchado o leído antes su nombre: Anna Seghers es una más entre los cientos
de genios olvidados, cuyas obras se empolvan en las bibliotecas públicas, pese
a que sus páginas rezuman sentimientos y emociones tan cercanas ahora a los
mexicanos como el miedo, los instintos básicos, el llamado a la sangre y la
violencia más tribal.
Sólo el séptimo de estos prisioneros, Georg Heisler, sigue
vivo poco antes de cumplirse esa semana de persecución salvaje. Su cruz es la
única que permanece desnuda en el campo de concentración de Westhofen. Heisler
hace lo imposible para no ser atrapado y sobrevivir a toda costa. Se esconde
como perro bajo las bancas de una iglesia y los santos de mármol y bronce que
lo miran desde sus nichos son para él como la representación de ese poder frío,
distante, que lo cerca hasta acabar con los restos de su dignidad humana. Para
atajar el miedo recuerda sus días felices, pero siente que cada recuerdo le rasga su alma en jirones hasta
dejar salir la bestia en que nos convertirnos todos ante situaciones de peligro.
Heisler grita en silencio porque quiere vivir.
El famoso crítico alemán interroga a su entrevistada, Anna
Seghers. Quiere conocer los motivos por los que huyó de Alemania perseguida por
Hitler, hasta recalar en la ciudad de México. Le pregunta la razón de su
silencio tras ser atropellada o arrojada de un carro en marcha. Le pregunta por
sus libros quemados por la Gestapo y por las privaciones que padeció en nuestro
país. Anna Seghers calla y medita. Finalmente, el crítico le pregunta por esa
novela perfecta que escribió en la ciudad de México, en alemán, su idioma
nativo, aunque la novelista domina bien el español. Ahora sí la mujer se
desvive por explicar, interpretar, desmenuzar las tripas de su obra maestra.
Georg Heisler, el séptimo prisionero, cae en la cuenta de
que alrededor suyo pende la suerte no sólo de sus demás hermanos presos en
Westhofen, sino de los mismos militares nazi de quienes se escapa
momentáneamente. Entiende que su sobrevivencia es un símbolo de la esperanza en
contra de la crueldad y los instintos criminales del Führer. Nunca ha sido más
libre que ahora, acorralado por sus implacables perseguidores.
La anciana, Anna Seghers, sigue hablando sobre “La Séptima
Cruz”, su obra maestra. Explica los motivos de su personaje principal, Georg
Heisler, para sobrevivir. Se emociona detallando el trasfondo filosófico de su
novela, de los militares nazis, en especial de ese general miserable del campo
de concentración y los presos de Westhofen que gravitan en su trama. El rostro
sudoroso de Anna Seghers delata sus esfuerzos mentales por hacerse comprender. Pero el crítico literario de prensa y televisión, Marcel Reich Ranicki
percibe que aquella
anciana modesta y simpática no había entendido en absoluto su propia novela, “la
Séptima Cruz”, y concluye que “la mayoría de los escritores no entienden de
literatura más de lo que las aves entienden de ornitología”. Pero los genios
(que lo son aunque no se den cuenta) merecen el respeto de los demás mortales,
así que Marcel Reich Ranicki se inclina caballerosamente y besa la mano de su
entrevistada. Ella agradece el gesto.
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