¿Le
crees a un político cuando dice que ya no le interesa el poder? Yo tampoco.
Llega mi amigo político a nuestra mesa del Heaven,
en San Agustín, donde convivo con dos
amigas, simplemente para saludar, pero se sienta un rato con nosotros. Mis
amigas lo critican con saña por su fama de corrupto.
Pero mi amigo
político, tan acostumbrado a ser blanco de críticas, es un caballero con las
damas y les rebate divertido sus epítetos. Por eso mis amigas no lo dejan irse.
Acaba por caerles bien. Sólo me confiesa, fuerte y claro, que ya no le interesa
el poder, porque ya no lo necesita.
Entorno
irónico los ojos y me acuerdo de aquel poema de Fray Luis de León: “¡Que
descansada vida/ la del que huye del mundanal ruido/ y sigue la escondida/ senda,
por donde han ido/ los pocos sabios que en el mundo han ido”.
No le
creo nada a mi amigo político. La célebre frase beatus ille (que en español quiere decir “dichoso aquel”) con la que
se inspiró Fray Luis de León para escribir ese poema y que significa ausencia
de pasiones y amor por la vida en paz, no va con mi amigo político sentado en
nuestra mesa. Hasta que renunció a su último cargo fue uno de los pocos hombres
verdaderos que gozan del poder. Pero se cansó del gobierno. O lo cansaron.
“Es que
ya no me interesa el poder, porque ya no lo necesito”. Como a otros ya no les
interesa el amor porque ya no lo necesitan. Y sigue la yunta andando. Poder y
amor, dos caras de una misma moneda pasional. Una de mis amigas le acerca el
brazo, luego el hombro. Y él no se da por aludido; sigue con su letanía
tediosa: ya no quiere mediar en asuntos públicos. Ahora escribe mejor un libro:
sus memorias. Confesará dos o tres verdades sobre su paso por el gobierno
estatal.
Ya
está; por fin le descubro a mi amigo político su maquiavelismo: al carajo eso
de su huida del mundanal ruido. ¡De nuevo al poder pero por otra vía! De seguro
el libro no le gustará a los dueños y mandones del gobierno estatal. Y bien
vale responderles desde otros terrenos donde no compiten los ignorantes: la
escritura de memorias personales.
Ignoro
si será un best seller el libro de mi
amigo político. Sé que estará bien escrito porque además de ser hombre de
poder, tiene buena pluma y cultura, como pocos: fatiga con los ojos su
biblioteca personal, y un par de veces me lo topé deambulando por horas en la Gandhi.
Mis
amigas le preguntan: ¿por qué si es político es bueno con la pluma? ¿por qué si
es un pragmático prefiere arrastrar el lápiz? ¿por qué si ya no tiene cargo
público se ve tan descansado y feliz? Preguntas que, supongo, no tienen
respuesta fácil, y menos para dos chicas tan suspicaces. Él, en cambio, entrará
de nuevo al mundanal ruido del poder; ése que dejó por un lapso menor al que
quisieran sus malquerientes.
Mi
amigo político se despide de nosotros y se mete al baño del Heaven cantando la hermosa vida; cree
que ya no siente nostalgia por el poder, lo mismo que otros ya no sienten
nostalgia por un poder mucho más morboso: el amor.
Pero
escéptico que soy del mundanal ruido, no creo ni en una cosa ni en otra.
Y sigo
bebiendo en paz.
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