
Sin
embargo, Alfonso Reyes lo describió como una “personalidad literaria que
debería ser mejor conocida en México, que es la mitad de su patria”. Leí
algunos ensayos literarios suyos y doy fe de que son magistrales. Fue dueño de
una prosa tan precisa y depurada que deslumbró a los más grandes escritores del
siglo XX, quienes lo elogiaron sin reservas y le auguraron un lugar en la
pléyade de los inmortales. Entonces, ¿qué le pasó?
Hijo de
diplomáticos mexicanos – su madre fundó la revista Vogue -- , nació en 1894, se
afincó en Paris y ahí se codeó con la alta burguesía de su época. En Europa lo
veían como un charro de levita que dominaba Saint-Germain-des-Prés como
cacique, con unas maneras rancheras que acentuaban su exotismo y un semblante
moreno de emperador azteca que, pese a estar casado con Liliane Chomette,
enamoró a infinidad de francesas de alta sociedad, solteras y casadas
indistintamente.
Un tipo
bien parecido y modelo de seductor de alta escuela: él mismo se definía
exageradamente como playboy “de origen bárbaro y salvaje”. En realidad era lo
más cercano a un Casanova de Jalisco. Su nacionalidad mexicana – que defendió
toda su vida – lo libró de participar como soldado en la Primera Guerra
Mundial.
Ramon
partió a Inglaterra asombrando a sus admiradoras británicas con sus
conferencias sobre Joseph Conrad y el Cardenal Newman. Viajó por toda la campiña
inglesa tripulando a toda velocidad su motocicleta, y con su amante en turno
desnuda en el asiento de atrás. ¿Cómo las atraía a sus brazos? Simple: las
enseñaba a bailar tango, género en el cual era un maestro.
Nunca
lo nubló en serio la política, así que, más por moda que por convicción, se
volvió socialdemócrata, creyendo que impresionaría mejor a sus amantes. Y no
estaba tan equivocado: coleccionó casi el mismo número de mujeres que carros
deportivos, sobre todo Bugattis (“nada tan hermoso, nada tan costoso”) que
manejaba como piloto de pruebas. Un bon vivant aficionado a la buena mesa y a
los vinos de Borgoña, sobre todo el Pinot Noir de Auxey-Duresses, potente y
aterciopelado. Pero donde de verdad lucía sus dones casi místicos era en el
ménage à trois.
Hasta
que un día, en 1941, Ramon fue invitado a recorrer Alemania. Su anfitrión se
llamaba Joseph Goebbels, ministro de propaganda de Hitler. El gran seductor
regresó seducido. Ya se había afiliado poco antes al partido fascista francés
pero a su regreso de Alemania solicitó convertirse en censor literario contra
cualquier publicación judía.
Eran
los años de la ocupación de Francia por los nazis en 1940, con la resistencia
del general Charles de Gaulle en la clandestinidad. Ramon se enfundó desde
entonces el uniforme de la Gestapo y se volvió colaboracionista. Sospecho que
no fue nunca fanático del Tercer Reich pero suscribió abiertamente su
ideología. De ahí que sus antiguos amigos lo tildaran de payaso farsante.
En 1944
Francia fue liberada por los Aliados que desembarcaron en Normandía y los
intelectuales franceses fieles al nazismo acabaron procesados: muchos fusilados
y otros sentenciados a duras condenas. Ramon se salvó por un pelo de ser
encarcelado por los Aliados: el 5 de agosto de ese mismo año murió de un
derrame cerebral en su casa de Saint Benoit, donde vivía divorciado y solo. Lo
sepultaron un par de familiares suyos, más por humanitarismo que por afecto y
en absoluta discreción en el cementerio de Montparnasse. Ningún periódico de la
época publicó su esquela.
Desde
entonces sus restos reposan en el más completo olvido. Se lo merece, aunque el
recuerdo de sus ensayos magistrales bien valen una rosa.
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