23 octubre 2013

EN FAVOR DE LA ECONOMÍA GUERRILLA


Emprender es arriesgar. Eso lo sabe bien cualquier inversionista en un país civilizado cuando se juega parte o todo su patrimonio en una apuesta empresarial: la sociedad se lo valora. Pero en México emprender es sinónimo de abusar. Si el negocio que montaste es exitoso es porque evadiste impuestos, exprimiste a tu personal y vendes caro (“nadie se hace rico por las buenas”, dice un refrán mexicano).

En el fondo, una parte de la sociedad mexicana – tan permisiva, anestesiada y retorcida a la vez– casi celebra que el gobierno maltrate con papeleos, trabas, moches, costos burocráticos y regulación excesiva el camino del pequeño y mediano emprendedor. Basta comparar los formularios simplificados en Alemania, Inglaterra e incluso Francia para la puesta en marcha de cualquier proyecto empresarial, frente a la eternidad sufrida en México para gestionar cualquier trámite administrativo. En Alemania, en cambio, la ley obliga al gobierno a dar de alta a cualquier nueva empresa que lo solicite, en un plazo máximo de dos días.

La Secretaría de Economía destina “paquetes de estímulos” para pequeñas y medianas empresas que nadie entiende, con convocatorias enredadas y difusas y beneficios reales a sólo unas cuantas. Son programas gubernamentales nacidos para cloroformizar; diseñados para la foto. En cambio, estos estadistas de segunda, incompetentes, prefieren priorizar la beneficencia pública y las ayudas asistenciales, aunque se reduzcan a otorgar mil pesos por mes a los ancianos. “Lo importante de los subsidios no es el monto sino la mera intención” se opina en México en un claro síntoma de la destrucción de la clase media y a la larga, un signo de la decadencia general.

Descalificamos sin más en México a la economía informal y olvidamos que es otra forma de emprendimiento emergente, con su alta dosis de riesgo, igual a la de una S.A. bien establecida; aunque con una salvedad: el microemprendedor de la economía subterránea se aventura a un nuevo negocio no para ganar más dinero, sino para sobrevivir. Muchos emprendedores no lo son por vocación sino por necesidad, porque no tienen otro remedio. En otras palabras, de la necesidad hacen virtud.

Así se explica que irónicamente en México, Colombia o Paraguay, el número de emprendedores sea en promedio muy superior al registrado en cualquier país del Viejo Continente. ¿Por qué? Por una simple razón: la casi inexistencia de prestaciones sociales – o su deficiencia criminal—; la falta de subvenciones o ayudas reales del gobierno federal para que un ciudadano monte cualquier negocio por pequeño o mediano que sea, activan nuestra creatividad y nos obligan –querámoslo o no -- a levantarnos todos los días de la cama y a no esperar la mesa servida. No nos queda de otra. Yo a eso le llamo economía guerrilla.

No se imagina el lector el placer que experimento cuando una señora, por su cuenta y riesgo, capacitándose sobre la marcha, improvisa una vaporera en la cochera de su casa para vender tacos mañaneros; el gusto de ver a un mecánico abrir un nuevo tallercito de enderezado y pintura; la alegría de saber que un joven montó una agencia de diseño gráfico en su propio cuarto. Desde luego estos guerrilleros de la economía no representan el mundo ideal, pero sí el real, iniciando un reto calculado que acabará formando un cambio de paradigma en el país.

Sin duda el gobierno acusará tarde o temprano a la taquera, al mecánico y al diseñador gráfico de ser evasores fiscales hasta volverlos una especie en extinción. Sin mencionar el derecho de piso que ya sabemos quién les pedirá. Y usted, lector, ¿cómo ve a estos paisanos, como potenciales defraudadores o como emprendedores visionarios?

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