20 agosto 2013

VICIOS PRIVADOS; ¿VIRTUDES PÚBLICAS?



En la era de Internet la privacidad ha dejado de ser un valor defendible. Sus contornos se diluyen con la moda reciente de hacer públicas cosas que antes eran de índole estrictamente personal. Los reality shows, los paparazzis, el talk show, los testimonios de vivencias en Facebook, Instagram, Pinterest, La Academia, Operación Triunfo, el matrimonio Fox, son campañas explícitas en contra de los espacios reservados que solían protegerse de cualquier intromisión externa.

El anonimato se evapora con un simple video en Youtube que se viraliza al millar. Incluso el término socialité no define ya a la celebridad que se eleva a la fama por la riqueza familiar sino a la que transparenta su hábitat privilegiado, destapando su intimidad con todo y perrito Yorkshire bajo el brazo. ¿Quién cree de verdad, a estas alturas, que aquel video casero de 2003 de Paris Hilton fornicando con su novio fue un robo y no un bien elaborado montaje publicitario de la propia afectada?

El Big Brother podría inspirarse en la novela “1984”. Pero George Orwell imaginó el espionaje permanente a los ciudadanos sin el consentimiento (ni siquiera tácito) de los espiados. En cambio. muchos vigilados piden ahora la exposición sistemática de su vida diaria como pasaporte de entrada a la sociedad del espectáculo, al país de los espejos, o simplemente al Canal de las Estrellas. De esta manera, son cualquier cosa menos víctimas. Otros vigilados no se enteran de su condición exhibicionista pero si lo supieran tampoco les importaría mucho: dirían que la privacidad ha perdido relieve como valor.

Incluso Jeff Jarvis –el periodista que narró en un blog su lucha contra el cáncer de próstata sin omitir detalles-- escribió un libro, Public Parts: How Sharing in the Digital Age Improves the Way We Work and Live  en la que explica cómo el concepto de privacidad no lo viven las nuevas generaciones de la misma manera cómo la entendían sus padres. Ningún nuevo profesionista evitará subir en redes sociales fotos comprometedoras suyas (borracheras, situaciones pecaminosas, actitudes fanfarronas en antros) por temor a complicar su “curriculum profesional” en la búsqueda de empleo. Simplemente asumen que sus posibles empleadores sabrán distinguir entre destreza laboral y vida personal del contratado.

Entonces: ¿por qué causó tanto revuelo la reciente declaración de Google de que ninguna persona tiene expectativa legítima de privacidad en la información que de manera voluntaria le entrega a esta empresa? ¿En qué quedamos? ¿No nos daba igual que nos espiaran hasta en la bañera? Mayoritariamente a los individuos nos da igual, siempre y cuando la exhibición de nuestros actos íntimos no sea materia de investigación gubernamental. Ahí sí cambia la cosa.  

El poder público, tan opaco, tan falto de transparencia, tiene la obligación moral de no escudriñar la vida de sus gobernados. El problema es que el poder público no tiene moral. El derecho a hacer con el cuerpo propio lo que se nos pegue la gana no da por sentado nuestro consentimiento de que una agencia de gobierno nos espíe bajo el pretexto de que al entrar a Internet el ciudadano acepta prácticamente la perdida de su privacidad.

No se vulnera nuestra intimidad cuando nos abrimos de capa soslayando prejuicios ancestrales; se vulnera y se destruye cuando el gobierno ostenta su vicio ancestral de meterse en nuestra casa y en nuestras vidas “como ladrón en la noche”, diría la Biblia, buscando terroristas, opositores al régimen, o periodistas independientes. Y es que hasta en esto de los hurtos hay de ladrones a ladrones.

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