En la vida real la venta de droga
es un negocio tan ilegal como despiadado. La guerra de cárteles es algo más que
una transacción comercial: es el canibalismo en estado puro; sus protagonistas
tejen una red de poder paralelo al gobierno legítimamente establecido. Pero la
mayoría de las veces – como pasa en México – Estado y organizaciones
delincuenciales se imbrican en un entramado de complicidad y beneficios mutuos.
Por eso, aunque es difícil aceptarlo, los sustratos psicológicos y económicos de
este delito boyante se nutren más del Estado asistencial que del neoliberalismo
prístino.
Pero en Internet el comercio de la
droga opera de forma diferente. Navegando por la web es posible atracar –en el
sentido marítimo no delictivo del término – en bazares de venta de drogas duras
como la cocaína, el éxtasis y el crack. Ya no se diga la marihuana, el producto
más socorrido por los ciber-adictos.
Lo más interesante, atractivo o
aberrante de este comercio del vicio on
line –elija el lector el adjetivo que mejor convenga a su rango moral –
estriba en que está al alcance de la mano de cualquier hijo de vecina con los
mínimos conocimientos de programación hacker, con la única condición de que
viva en EUA, por lo que así se entiende a plenitud el eslogan histórico de que “América
es la tierra de las oportunidades”.
El más popular de estos sitios web
es el bazar denominado Silk Road (Ruta de la Seda) mercado negro en línea,
nacido en febrero de 2011 y regenteado como garito clandestino por un fulano de
quien no se le conocen generales, ni rostro, ni suele dejar el menor rastro en
sus movimientos por las redes sociales ni la mínima pista en sus
desplazamientos por el mundo real. Se autonombra “El Pirata Robert” y hay
sospechas de que puede ser más una asociación que una sola persona.
Para acceder al sitio de este
bucanero sin cara basta con ejecutar el software libre Tor, acrónimo de The Onion
Router, una red de comunicación superpuesta sobre Internet, creada en el
lejano año de 2003, donde los mensajes intercambiados por usuarios no revelan
su dirección IP, es decir, guardan su anonimato y viajan a través de routers
clandestinos. Como si fuera un país, Tor
ha acuñado su propia moneda (Bitcoin),
con la que puede comprarse entre otros productos y servicios ilegales,
cualquier droga al gusto del cliente, que la recibirá empaquetada al vacío a
través del Servicio Postal, o sea, con el envío subsidiado irónicamente por el propio
gobierno federal que dice combatir estos ilícitos. Aclaro además que Tor es un proyecto académico patrocinado
por la Electronic Frontier Foundation
(EFF), ONG defensora de las libertades civiles en el mundo digital.
No es casualidad el origen
libertario de la EFF y la extracción anarco-capitalista de Silk Road, dos caras de una misma moneda ideológica. Ambos
sostienes principios capitalistas, de libre mercado y proclaman sin ambages su
fe en la máxima de Henry David Thoreau: “Nadie está obligado a obedecer una ley
que considere injusta”. Y en ese cúmulo de leyes injustas contra la autonomía
individual y la propiedad privada, gravitan en primer lugar las que restringen
el derecho de hacer con nuestro cuerpo lo que nos venga en gana, en tanto no
afectemos a terceros.
Si Silk Road comenzó sus operaciones ganando 1.2 millones de dólares
al mes durante el primer semestre de 2012, ahora espera terminar el 2013 con
ingresos superiores a 45 millones de dólares según cálculos de Forbes,
principalmente con la venta de drogas y cigarrillos no regulados. Y como en
cualquier territorio donde se practica el libre mercado, vive asediado por
competidores comerciales como Atlantis,
un sitio web dirigido por traficantes tan libertarios como “El Pirata Robert”,
al margen de cualquier régimen fiscal y regulatorio y bajo una agresiva campaña
de marketing viral que se sintetiza en una frase: “somos el mejor mercado
global de drogas en línea”.
¿Cuál es el futuro para este comercio
de estupefacientes en línea? Un primer escenario es que la estructura de poder
mundial cambiará de paradigma: se suplantará a mediano plazo el arquetipo de
gobierno por la figura de la mano invisible del mercado, en todos los órdenes
de las transacciones comerciales, incluyendo la venta legal de drogas. Un
segundo escenario consistirá en que los gobiernos del mundo meterán tarde que
temprano orden en la web, y con el pretexto de combatir el mercado libre de
drogas en Internet, frenarán de pasada los avances de los derechos civiles en
esta última frontera humana.
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