Ella, morena y menuda de cuerpo, se
indignó tanto por la explosión en la empresa Ternium, que decidió crear un
blog. “Los medios masivos están comprados, los periódicos no destapan culpables,
el gobierno está sometido a la voluntad de esa industria contaminante”. Sus
quejas me inspiran a regalarle una de las mejores obras dramáticas de Henrik
Ibsen: “Un enemigo del pueblo”.
Es apenas una muchacha recién salida
de la facultad de Comunicación y alimenta su frustración vocacional con el
desempleo: “los egresados de esa carrera sólo aspiran a aparecer a cuadro,
frente a las cámaras” se queja. “No hay pretensiones de ser diestros
periodistas, acuciosos reporteros, buenos investigadores, Para ellos, gente de
medios es sinónimo de lector de noticias en un canal de televisión”.
Dice que venía de jugar billar con
unos amigos, ella como única mujer. Me gusta que practique sobre el paño, que
pegue una de las 15 bolas con el taco, porque el pool pide la misma cualidad extraña que el periodismo más
autentico: precisión en el golpe. A ambos, periódico y mesa de billar, los
rodea el aroma a alcohol barato. “No tendría por qué ser así” le digo, “pero
las cosas son como son y punto”. Ella sólo se encoge de hombros.
Me cuenta cómo desparramó su bilis
en el garito de billar: “Son muchos años de que Ternium pudre el ambiente, el
suelo y los acuíferos. Igual que las colonias próximas, el campus universitario
se baña de un amarillo óxido que envenena a los alumnos; proliferan en silencio
las enfermedades pulmonares, la torre administrativa tuvo que ser remodelada
porque a su antigua estructura expuesta la carcomían manchas sepias”. Hizo una
carambola y levantó el taco en señal belicosa; los amigos le aplaudieron y un
viejo en silla de ruedas, con una manta en las rodillas, se acerca curioso a
verla.
“Carece Ternium de las mínimas
condiciones de seguridad, su maquinaria es obsoleta, sin mantenimiento, como lo
está todo en esa planta acerera desde hace más de 50 años. Vende más de 7 mil 400
millones de dólares; lo suficiente para comprar a cualquier gobierno y acallar
a cualquier medio. De ahí a que fallara una válvula, a que hubiera una fuga, a
que pendiera una chispa que detonara una explosión, a que murieran 10
trabajadores, no había más que un paso.”
Para ella, el billar es más sacrifico
que deporte: su cuerpo pequeño, sus cortas extremidades, le impiden sostener
bien el taco, casi la obligan a acostarse sobre el paño. Admite su estoicismo:
“Pero nadie hizo nada contra Ternium que es ya un sepulcro blanqueado. Las
autoridades la multaron con una cantidad ridícula. Indemnizaron a las familias
de las víctimas con sólo 324 mil pesos. Los periódicos silenciaron cualquier
queja. La sensibilidad de Nuevo León está adormecida”.
Por mero instinto, ella levantó el
taco cuando el viejo en silla de ruedas se le acercó desafiante: “Usted es una
chamaca y por eso no entiende nada. Esta comunidad creció con las empresas. Los
terrenos donde estudió usted los donaron empresarios; si consigue trabajo lo
obtendrá en negocios creados por emprendedores. Claro, todo tiene un costo y nadie
debe tomar las cosas por su propia cuenta. Pero chamacas como usted no quieren
pagar el precio. Son quejosas, protestonas, subversivas y parásitas”.
Ella no supo qué pensar. Perdió
precisión en el billar el resto de la tarde. No quiso despedirse de sus amigos.
Se sintió más pequeña de lo que era. Ahora intenta convencerse de que el viejo
de la silla de ruedas y la manta en las rodillas, es más pueblo que ella misma.
Quizá a nada conduce su posición de desafío.
Yo tampoco sé que responderle, por
eso le regalé el libro de Henrik Ibsen que contiene su obra de teatro “Un
enemigo del pueblo”, publicada en 1882, en Noruega. Es la historia del médico
Thomas Stockmann, marginado por sus ciudadanos cuando descubre que el balneario
de su ciudad, principal motor económico del desarrollo local, es una fuente de
aguas infectas que ponen en riesgo la salud pública. La prensa, el gobierno y
finalmente la opinión pública lo obligan a retractarse de su descubrimiento.
La obra de teatro concluye con un
doctor Stockmann convencido de arrastrar eternamente su propia Piedra de
Sísifo, sin depender de la opinión pública. Pero a la larga entendió que no
bastaba un simple acto de denuncia para reivindicar sus principios, “porque
apenas ha empezado la verdadera batalla”, que es la de los hombres “más
poderosos del mundo”: la de los hombres autónomos y libres.
“Vengo de hacer otro gran
descubrimiento” remata Stockmann al final del tercer acto: “…helo aquí.
Escuchad. El hombres más poderoso del mundo es el que está más solo”. No sé si
con resignación u optimismo le di ese mismo consejo a la jovencita que quiere
poner un blog para denunciar a Ternium: “La persona más poderosa de Nuevo León
no serán los empresarios, ni las autoridades ni los periódicos; serás tú y
acabarás siendo la más solitaria”.
¿Acepta el reto señorita Stockmann?
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