Hace unos días, una típica ama a de casa de Inglaterra quiso
cambiar los enseres de su cocina por nuevos modelos. Por imprudente, temeraria
o desvergonzada emprendió una búsqueda en sitios web de ollas de presión a
mitad de precio. Por su parte, el marido de esta mujer, otro aspirante a
delincuente sin saberlo, buscó en su Ipad una mochila para comprarla en línea. Y
para empeorar la situación legal de esta familia de potenciales criminales, su
hijo de 20 años entró horas más tarde a un diario digital y leyó de entre toda
la información, la nota más indebida: una breve reseña de los atentados
reciente en Boston.
La inocencia le costó cara. O su mala suerte. O su necio
afán de navegar en Internet. O el juego del azar que a veces nos pone en el
lugar y el momento equivocado. Un operativo antiterrorista tomó por asalto su
hogar. El marido y el hijo dormitaban a esa hora de la mañana cuando el comando
de agentes federales entró con fusiles en ristre. La casa fue cateada sin
miramientos. Interrogaron a ambos inquilinos. Al final, los agentes
reconocieron que recibieron un aviso de alerta contra esta familia que había
buscado en Google una olla de presión, comprado en línea una mochila y leído
una nota sobre los atentados de Boston. Pero, dado que no eran terroristas, los
agentes los dejaron libres y se fueron. Cuando la ama de casa se enteró del
cateo policiaco a su domicilio, se desmayó del susto.
El miedo colectivo se ha vuelto sofisticado. Y no son casos
aislados: los guardianes del orden de los países del mundo libre lo hacen
cientos de veces por semana. Claro, el 99% de estos cateos antiterroristas son
falsos. ¿En México estamos al margen de este espionaje oficial en contra del
ciudadano? No: hay evidencias de que nos vigilan órganos de inteligencia del
gobierno federal. Y buenos indicios de que también lo hacen las autoridades
locales. Sé de lo que hablo: a todas luces es un asunto controvertido, pero a
raíz de la revelación del espionaje en otros países, los usuarios de las redes
sociales en México tenemos que cumplir medidas de protección para nuestros
equipos de cómputo y teléfonos
inteligentes.
Circula incluso como trending
topic en Twitter un dossier de doce páginas escrito por un grupo terrorista
árabe denominado Al-Minbar Jihadi Media
Network al que algunos programadores hemos tenido acceso. Por increíble que
parezca la popularidad underground de
este documento no se debe a nuestra adhesión en masa de los tuiteros mexicanos al
radicalismo musulmán (¡líbrenos el cielo de tamaño despropósito!) sino a la
lucha soterrada pero irreversible por defender nuestro legítimo derecho a la
privacidad personal, al menos de este lado del Río Bravo.
Difundir las medidas preventivas que consigna este documento
clandestino no implica infringir la ley ni mucho menos, sino ponernos a salvo
de intentonas autoritarias en el universo digital que cada vez son más
explícitas y menos camufladas por muchos gobiernos del supuesto “mundo libre”,
empezando por la torva administración de Barack Obama.
¿Cuáles son estos consejos transmitidos por Al-Minbar Jihadi
que circulan en la periferia de los canales convencionales? Se los daré sin
orden ni concierto al lector de este artículo. En principio de cuentas, cubra
con una cinta adhesiva la cámara frontal de su Iphone o su Galaxy, porque la
mayoría de estos teléfonos están programados para tomar fotos de su rostro. No
ponga información verdadera en ningún sitio web que le solicite registro. Evite
en lo posible cualquier relación en Internet con una persona con identidad
diferente a la de quienes trata usted usualmente. Memorice sus contraseñas, no
las escriba.
Reemplace la batería de su teléfono y su tarjeta SIM cuando
sospeche que sus llamadas son intervenidas y borre lo más posible sus mensajes
de SMS (aquí los pobres terroristas se equivocan porque nada desaparece en el
universo digital: Google nos conoce mejor que nuestra propia madre). Si se vale
de su equipo de cómputo para acceder a Internet no lo use para ningún otro
trabajo.
Entiendo la suspicacia que generan en muchos lectores estos
consejos excesivos, que no tienen ningún sentido más que para quienes mantienen
operaciones encubiertas. Darnos el lujo de cambiar frecuentemente las baterías
y el SIM de nuestro celular nos saldría un ojo de la cara. Igual si se nos pide
contar con una computadora exclusiva para entrar a Internet y otra para
calcular en Excel nuestros gastos domésticos.
Tampoco sería particularmente incómodo que el gobierno cuente con
fotos eventuales que me tome mi propio Iphone sin mi consentimiento. Pero no
deja de ser desagradable para cualquiera sabernos espiados por nuestras
autoridades locales, federales o de otros países y ser sorprendidos en nuestra
vida privada con una versión moderna y altamente tecnificada del Panóptico de
Jeremy Bentham o del célebre Big Brother de George Orwell. En todo caso, no les
allanemos el camino para entrar impunemente a nuestros hogares valiéndose de
nuestros hábitos y comportamientos que reflejamos en las búsquedas de Internet.
Ya se ve que los gobiernos de cualquier condición o ralea se están convirtiendo
en un problema contra la seguridad personal y no en su solución definitiva.
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