El señor
Thomas L. Friedman, un popular columnista de The New York Times, acaba de
profetizar, tras una visita rápida a la XXVIII Reunión de Consejeros del
Tecnológico de Monterrey, que México será la primera potencia económica mundial
del siglo XXI. Esto, pese a “los cárteles del narcotráfico, las organizaciones
criminales, la corrupción gubernamental y el débil Estado de derecho que merman
la nación” “(El Norte: 24/II/13).
En ese mismo
artículo, el señor Friedman aclara en desagravio nuestro que “ésa es la mitad
de la historia” y basa su profecía en débiles referencias cuantificables:
“México ha firmado 44 acuerdos de libre comercio, más que cualquier país en el
mundo”. Luego remata: México recupera participación del mercado manufacturero
de manos de Asia y atrae más inversión global que nunca en autos y productos
aeroespaciales y del hogar.
De ciertas
cifras selectivas de la economía mexicana, el señor Friedman deduce una “exuberancia
irracional” (como dice Alan Greenspan) para México, como queriendo quedar bien
con nosotros, sus amables anfitriones. Pero con astucia, o interés pecuniario,
sólo nos cuenta “la mitad de la historia”.
Por ejemplo,
menciona a las compañías de arranque tecnológicas que están surgiendo de la
población joven de México: “el 50% del país tiene menos de 29 años, gracias a
las baratas herramientas de innovación de código abierto y a la computación de
nube”.
Pero estas
cifras se nos caen de las manos cuando las comparamos con otros países de
América Latina como Brasil, Argentina, Chile y Colombia, donde la brecha
digital se ha cerrado mejor y el ancho de banda ha crecido con más rapidez que
en México, un país marcadamente deficiente en ese rubro tecnológico.
No pretendo
tender un manto de sospecha sobre los pronósticos tan halagüeños del señor
Friedman sobre México, ni mucho menos: ¡Qué más quisiera uno ser nativo de la
principal potencia económica mundial! Pero he leído de cabo a rabo las dos
obras más recientes del señor Friedman y no recuerdo ningún párrafo que haga
referencia a México como el país encaminado a ser la primera potencia mundial
como ahora lo proclama. No recuerdo ninguna alusión en ese sentido en “The
World is Flat” y menos en “Hot, Flat and Crowded”.
En el primer
libro se menciona muy de pasadita a nuestro país, pero su modelo de potencia
futura es la India y punto. Curiosamente así lo decretó el muy oportuno señor
Friedman luego de visitar a las principales empresas tecnológicas de Bangalore,
India.
Ignoro qué
tipo de charla privada con los potentados hindúes convenció al señor Friedman,
en aquel entonces, de entronizar de esa manera al pueblo de Gandhi y Nehru,
pero su personalísimo Top Ten le duró sólo un par de años hasta que fue invitado
al ITESM de Monterrey. Entonces, como por arte de magia, desbancó a la India
del podium para otorgarle la medalla de oro a México: un honor que compartimos
todos los mexicanos… si de verdad fuera honesta su apreciación.
¿Pero lo es?
Ojalá, aunque no sería la primera vez que se equivoca el señor Friedman. Ya
metió la pata cuando le dieron el Pulitzer por su célebre teoría “De los actos
dorados”, una tontería académica que decía algo así como que entre países donde
existen sucursales de McDonald´s desaparecen los conflictos diplomáticos.
Luego se
mereció de nuevo un Pulitzer entre otros “hallazgos” intelectuales por acuñar
el término “glocalización”, ya utilizado en Harvard muchos años antes que él.
Es propio de
gente educada agradecer el cumplido que nos extendió a los mexicanos el señor
Friedman. Sin duda lo atendimos en Monterrey con la correspondiente gentileza
regia que suele ser bien remunerada cuando de gurús extranjeros se trata.
Se dice que
pronto el señor Friedman sustentará una conferencia en privado con grupos
empresariales en Colombia. Sólo espero que tras esta última visita a Medellín
no nos desbanque sin más ni más del primer lugar de potencia económica mundial
para sustituirnos por el país de García Márquez.
Porque
entonces sí el señor Friedman será más oportunista que aquellos generales
rebeldes que en “Cien años de soledad” traicionaron al coronel Aureliano
Buendía y que le hicieron perder las 32 guerras por el triste motivo de
comprarles su tan voluble como mercantilizada conciencia.
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