22 febrero 2013

JE T'AIME... MOI NON PLUS



Una generación pasada de padres de familia se enamoraron acurrucados en la hamaca musical de Serge Gainsbourg y cantando “Je t’aime… moi non plus”. Una nueva generación de Internautas se enamoran en el colchón digital de Mark Zuckerberg y escribiendo en Facebook. Ambas generaciones coinciden en el titulo de aquella famosa canción francesa que define las relaciones de parejas líquidas y que por primera vez escuché hace más de 20 años, por recomendación de Javier Noyola Fuentes (fallecido ayer y esposo en aquel entonces de Susana Valdés Levy): “Yo te amo… yo tampoco”.

Buscar pareja sentimental por Internet es moda reciente y extendida entre regiomontanas. Como todo, tiene sus bemoles. Paga uno por ver como en el póquer. Y la enamorada puede recibir gato por liebre: no se puede estar exento de sorpresas. Lo que aparece en una red social puede no serlo en realidad. Lo real lo mata, o lo envilece, o lo reduce al mínimo estético y eso cala en el enamorado internauta. Cara a cara con el prospecto puede caerse el velo virtual y quedar expuesto el saco de carne y hueso. Esto porque las relaciones humanas prenden o se extinguen a partir del tacto, el cruce de miradas, latidos cercanos que no registran los monitores, o los mails, o Twitter.

Por eso las tradicionales amas de casa de Monterrey suelen despreciar los sitios web para buscar pareja: alejan a sus hijas del maleficio posmoderno. La buena ama de casa, cuya única educación sentimental la aprendió en las telenovelas, se emociona (así lo dice) con el tacto, yema de los dedos en la espalda, lengua explorando el punto G. Y sólo si lo practica con su marido. A la antigüita pues. La epidermis es su fuente de placer. La sensualidad, opinará ella, no navega por los bytes, o por la nube, o por iTunes. Pero se equivoca.

Un sitio web para buscar pareja no es una cita; es apenas una deliberada coincidencia; especie de amigo cibernético que te prepara un “blind date”. En ésta pre-cita la dosis de expectativa es similar a la de una pre-cita convencional. Desconocemos bien a bien quien es la persona que nos aguarda; quién estará frente a nosotros. La “escaneamos” con la misma ansiedad con que nuestros abuelos revisaron a la abuela, o a aquellas que pudieron fungir (pero no se dio) como abuelas nuestras. Contamos, sí, con referencias, rasgos generales, una o dos fotos, certificados verbales de buena conducta. Pero seguirá por fuerza un segundo acto: cuando la seducción se despliegue. A la larga o a la corta, uno acaba por volver a lo clásico: al Libro del Buen Amor.

¿Y qué pasa con los que se casan en Internet sin verse nunca en persona? Son los exóticos apresurados que hacen de las pre-citas una pedida de mano formal. En los albores de Internet en esas páginas web se apuntaban discretamente los buscadores de pareja que excluía el circuito ordinario de relaciones amorosas. Un darwinismo del amor: la ley del más fuerte. Quienes buscaban pareja en los años noventa por la vía virtual eran acomplejados, lisiados, tímidos, pobres de solemnidad e inválidos mentales. Y en la mayoría de casos, así pasaba realmente.

El concepto, como todo en las redes sociales, evolucionó para bien. Quedó el prejuicio de ciertas muchachas: si mis amigas me ven en Internet buscando novio me verán como acomplejada, lisiada, tímida, pobre de solemnidad e inválida mental. El hecho rebasado se convirtió en simple prejuicio de algunas “quedadas”. Fue un avance corto pero significativo. No era bien visto publicitar las razones del corazón en el ciberespacio. Pero las formas de las relaciones amorosas se transformaron. Cada vez son más las relaciones sentimentales que nacen y se reproducen en Internet. Los sitios web para buscar pareja dejaron de ser tabú. Cierto: en las redes sociales es factible ocultarse tras otra identidad, inventarse un pseudónimo, un currículum distinto, otra personalidad.

Sin embargo, también así pasa con frecuencia en la vida real. Más en los flirteos amorosos: la seducción nos modifica el gesto y los ademanes. Nos disfrazamos de otra persona. Dejamos de ser auténticos sin dejar de ser nosotros. Es la magia del amor. La alquimia de Cupido. Ante el ser a conquistar nos volvemos nobles, tolerantes, simpáticos y magnánimos. Unos con más acierto que otros. El engaño amoroso en pleno. Y es igualmente válido tanto en Internet como en la seducción en vivo: no ser quienes somos, sin dejar de ser auténticos. La gran paradoja sentimental del siglo XXI se reduce en el título de la canción que hace más 20 años me recomendó Javier Noyola Fuentes: “Je t’aime… moi non plus”. 

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