Abrir
un bar no es fácil. El giro está condenado y el inversionista se debate entre
pagar el derecho de piso legal, luego el ilegal, y la manda de ser extorsionado
por el inspector del municipio cada vez que se apersona en el local. Uno de
estos comerciantes “antreros” me pidió asesoría libre de honorarios. Me quedé
atónito, sin saber qué contestar.
Animal
de costumbres fijas, que recurre a los mismos bares de siempre como el Indio
Azteca, y que por prevención farmacodependiente suele tomar una copa con los
amigos no sin antes ingerir a escondidas un Pepto-Bismol, le expresé mi total
ignorancia sobre la diversidad de negocios de este tipo. De manera que se
presentaba ante la persona equivocada.
El
antrero me refutó con un abanicar de brazos: se trataba de escuchar a quien sería
su gerente, un experto en administración de bares y restaurantes con más de 20
años de experiencia en el oficio. El sujeto de marras era un espécimen igual
que yo, modelo 1970, aunque correteado en terracería y sin aceite. Apenas
estreché su mano, me acribilló sin clemencia con tantos datos e información
sociológica sobre los hábitos de los jóvenes regios que a duras penas pude
espaciar algunas objeciones.
“Habrá
poca luz”, me aseguró, “para que los chavos puedan sentirse cómodos con su
movida, antes de hacer la siguiente escala en el motel. Nada de fotos en el
interior, para que los clientes retozen a sus anchas en su clandestinaje: como
en Las Vegas, lo que pase en nuestro bar, aquí se queda. Cero karaoke, por
lo tedioso de escuchar berridos de borracho. Mucho volanteo, para que se corra
la voz del sitio. Y en el fondo, respetar la privacidad de los comensales, que
es lo que más cuidan en su vida personal”.
Apenas
contuve el impulso de aplaudirle. Ha sido la mejor exposición que he escuchado
sobre cómo debe atenderse en un bar exitoso a todos los jóvenes… pero de los años
setenta, es decir, de quienes somos orgullosos cuarentones o cincuentones como él
o como yo. Porque lo que son los jóvenes actuales, son otra cosa.
Para
empezar (con las obvias excepciones de rigor), los jóvenes de ahora, bien
llamados “Generación Y”, o “Milennials”, cuya edad oscila entre los 18 y 30 años,
no suelen coleccionar parejas a ocultas ni amparados en tinieblas. Cuando no
les gusta la pareja de turno, se buscan otra y listo (“amores líquidos” les
dice Zygmunt Bauman).
Prohibir
fotos de celular adentro del bar, es un tiro en el pié para el dueño de
cualquier negocio. Los jóvenes actuales “viven en público”: lo que no contaron
en Facebook, ni lo subieron a Instagram, ni lo propalaron en Twitter, no les
sucedió, punto. Viven en otra escala de valores, donde la identidad se forja
bajo el lema: “soy lo que comparto, no lo que me guardo” (“privacidad líquida”
decreta Bauman).
¿Qué
su contratante de empleo les verá las fotos subidas en Facebook con los
pantalones en la mano y zombis de borrachos? Un mantra a la mexicana les conjura el maleficio de la vergüenza que tanto oprimió las mentes de mi generación: “Me vale
madres”. La frustración es no consignar en las redes sociales lo que hicieron
la noche de ayer, o de antier, o del verano pasado (vida líquida).
¿Cero
Karaoke? Gran error: en esta sociedad hiperconectada, la “Generación Y” dejó de
ser mero consumidor de productos de entretenimiento, para volverse “prosumidor”
(productor más consumidor a un tiempo). Si los chavos no cantan en sintonía con
sus ídolos, malo el cuento para sus supuestos ídolos (fans líquidos).
El
marketing de volanteo es la peor de las estrategias para convocar jóvenes. Las
citas a fiestas y reuniones se hace con instantánea velocidad de reacción vía
Facebook., en invitación abierta, a veces hasta universal, y con riesgo probado
de que se esperen diez invitados y lleguen cien. O mil. O diez mil. Lo mismo en
Madrid, Nueva York o Monterrey. Ningún chavo actual caerá en pánico escénico
como nosotros de que no aparezca nadie en su festejo (publicidad líquida).
Terminé mi sermón al antrero con la conclusión improvisada de
que, si quería tener éxito en su modelo de negocio, pensara primero en los
gustos de la “Generación Y” (de 18 a 30 años) antes que en los gustos de la
Generación X (de 40 a 50 años). A menos de que su nicho de mercado no sean los
jóvenes actuales, sino los jóvenes de antaño como uno, que si de estar cómodos
se trata, más nos vale no imaginar nuestro hedonismo futuro en un antro
ruidoso y de ambiente asfixiante, sino en un asilo de ancianos pacífico y de
entorno higiénico. Al cabo, siempre he dicho que quien empieza piropeando
meseras, terminará elogiando enfermeras. Y eso si bien le va.
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