03 enero 2013

FLEET STREET DIGITAL


Hubo una época mítica, de cronología improbable, para la prensa londinense. Por un dejo de nostalgia aderezada con cierta curiosidad turística, en un viaje relámpago de fin de año que hicimos un grupo de regiomontanos a Londres, deambulé durante la madrugada por Fleet Street, la histórica calle de los periódicos y las agencias de noticias. No era una noche particularmente neblinosa pero el ambiente espectral que dibujó mi imaginación bastó para revivir los recuerdos de la última vez que visité estos rumbos, a mediados de los años noventa.
Desde entonces Fleet Street padece una decadencia irreversible, simbólica del ocaso de la gran prensa inglesa, sometida a las trivialidades de un periodismo mercenario que prefiere el espectáculo a la verdad y que acabó por privilegiar como casi única fuente de información el espionaje a celebridades y a hacer de la difamación el género periodístico por excelencia. Fenómeno muy similar al que vivimos en México, con el agravante de que las instancias legales no operan en nuestro país para enderezar entuertos sino para ratificar agravios.
No es fortuito que el ejemplo del periodismo más ramplón e ideologizado del mundo, como es el practicado por el magnate Rupert Murdoch haya sido el causante del declive de Fleet Street. Desde qué Murdoch decidió trasladar The Sun y New of The World al barrio de Wapping, al este de Londres, y luego de que ambos medios fueran procesados por tribunales británicos (dados sus vergonzosos excesos), Fleet Street se precipitó a su final ineluctable.
A los periódicos de Murdoch le siguieron en su diáspora otros imperios de papel, hasta culminar con la migración de la agencia de noticias Reuters, del edificio con número 85 que ocupó poco después de la Primera Guerra Mundial, a Cannary Wharf, en los antiguos muelles del Támesis. Pero Cannary Wharf no tendrá nunca el añejo esplendor que por siglos guardó Fleet Street desde 1702, año en el que por primera vez se editó Daily Courant, con notas reprocesadas de todos los países de la Europa de entonces.
En Monterrey no existe una calle representativa de la pujanza de la prensa escrita, que por lo general acompaña como hermano siamés al desarrollo industrial. Acaso en la Ciudad de México sí la halla con la célebre Rotonda a Colón, donde se erige El Universal y Excélsior, a pocas cuadras del Palacio de Bucareli, y del Café La Habana, donde los genios de la pluma urdían los titulares de la próxima edición, al menos en su versión verbal. Pero lo cierto es que no llegó a cuajar como zona sagrada del notable periodismo que por décadas se escribió en nuestro país.
Quizá lo que podemos esperar en un futuro será la inserción del mejor periodismo, ahora ciudadano y mediante otros formatos, a una especie de Fleet Street digital, con edificios de bites y no de ladrillos, donde la prensa de antaño recobre su lustre, potenciada por la indexación y los links, los hipervínculos y el feed. Se extrañará el recorrido sagrado por la calle física cargada de historia pero nos ahorraremos muchas libras, el cansado viaje en avión y el jet lag. Lo dicho: una cosa por otra.

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