Hubo una época mítica, de cronología improbable,
para la prensa londinense. Por un dejo de nostalgia aderezada con cierta
curiosidad turística, en un viaje relámpago de fin de año que hicimos un grupo
de regiomontanos a Londres, deambulé durante la madrugada por Fleet Street, la
histórica calle de los periódicos y las agencias de noticias. No era una noche
particularmente neblinosa pero el ambiente espectral que dibujó mi imaginación
bastó para revivir los recuerdos de la última vez que visité estos rumbos, a
mediados de los años noventa.
Desde entonces Fleet Street padece una decadencia
irreversible, simbólica del ocaso de la gran prensa inglesa, sometida a las
trivialidades de un periodismo mercenario que prefiere el espectáculo a la
verdad y que acabó por privilegiar como casi única fuente de información el
espionaje a celebridades y a hacer de la difamación el género periodístico por
excelencia. Fenómeno muy similar al que vivimos en México, con el agravante de
que las instancias legales no operan en nuestro país para enderezar entuertos
sino para ratificar agravios.
No es fortuito que el ejemplo del periodismo más
ramplón e ideologizado del mundo, como es el practicado por el magnate Rupert
Murdoch haya sido el causante del declive de Fleet Street. Desde qué Murdoch
decidió trasladar The Sun y New of The World al barrio de Wapping, al este de
Londres, y luego de que ambos medios fueran procesados por tribunales británicos
(dados sus vergonzosos excesos), Fleet Street se precipitó a su final
ineluctable.
A los periódicos de Murdoch le siguieron en su diáspora
otros imperios de papel, hasta culminar con la migración de la agencia de
noticias Reuters, del edificio con número 85 que ocupó poco después de la
Primera Guerra Mundial, a Cannary Wharf, en los antiguos muelles del Támesis.
Pero Cannary Wharf no tendrá nunca el añejo esplendor que por siglos guardó
Fleet Street desde 1702, año en el que por primera vez se editó Daily Courant,
con notas reprocesadas de todos los países de la Europa de entonces.
En Monterrey no existe una calle representativa
de la pujanza de la prensa escrita, que por lo general acompaña como hermano
siamés al desarrollo industrial. Acaso en la Ciudad de México sí la halla con
la célebre Rotonda a Colón, donde se erige El Universal y Excélsior, a pocas
cuadras del Palacio de Bucareli, y del Café La Habana, donde los genios de la
pluma urdían los titulares de la próxima edición, al menos en su versión
verbal. Pero lo cierto es que no llegó a cuajar como zona sagrada del notable
periodismo que por décadas se escribió en nuestro país.
Quizá lo que podemos esperar en
un futuro será la inserción del mejor periodismo, ahora ciudadano y mediante
otros formatos, a una especie de Fleet Street digital, con edificios de bites y
no de ladrillos, donde la prensa de antaño recobre su lustre, potenciada por la
indexación y los links, los hipervínculos y el feed. Se extrañará el recorrido
sagrado por la calle física cargada de historia pero nos ahorraremos muchas
libras, el cansado viaje en avión y el jet lag. Lo dicho: una cosa por otra.
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