
La opinión adquiere tesitura de
tesis si rascamos en la historia reciente: ¿qué era Steve Job sino un mero
aficionado a las computadoras que desconocía casi todo del lenguaje de la
programación? ¿No fueron acaso meros divertimentos sin trascendencia rentable las
primeras páginas web? En palabras del propio inventor de la web, Tim O´Really:
“las ideas creativas nacen de diversas fuentes, pero las tecnologías más
disruptivas las crean los hackers, los geeks y los aficionados”.
Estos innovadores aficionados a
los que se refiere O´Really suelen adelantarse a las inversiones cuantiosas de
los emprendedores: ponen un pie por delante en el terreno inhóspito de las
utopías. Lo explica más ampliamente Linus Torvalds, una de las mentes más brillantes
detrás de la revolución de Internet, en un libro de culto que se anticipó a su
tiempo: “Sólo por divertirse”.
En esta obra, publicada en 2001,
Torvalds reconocía que de joven era un nerd, un geek, cuando estas
denominaciones no eran consideradas como valores “per se” de la genialidad sino
adjetivos descalificativos. Su metamorfosis de niño retraído y enjuto a
celebridad internacional del underground, es descrita como el desarrollo de un
simple hobby hogareño que pronto se convirtió en el fenómeno masivo de código
abierto mejor conocido como sistema operativo LINUX, que tomó al mundo por
sorpresa.
La manera como el propio Torvalds
narra su vida fascinante y su filosofía empresarial desde un enfoque de mero
aficionado, sólo la he leído como hazaña moderna en la muy entretenida
biografía que Walter Issacson publicó sobre Steve Job y su obsesivo afán de elevar
a la altura del arte y con esfuerzo de titanes, la convicción de que la vida
trata simplemente de pasar un buen rato.
Lo más revelador en esta sarta de
aficionados geniales, consiste en saber que ninguno de ellos buscó
intencionalmente –al menos en sus inicios—la fortuna como finalidad
existencial. Lo hicieron, eso sí, por un egoísmo evidente que se resume en una
palabra clave: diversión.
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