Hace un par de meses pedí a “Barnes
and Noble” el libro “Imagine” de Jonah Lehrer, un joven autor experto en
neurociencia. Cuando por voluntad propia lo fui a recoger a una de las
sucursales de McAllen, la dependienta me informó que no podía surtírmelo. Por
motivos inexplicables el libro había sido retirado repentinamente, ese mismo
día, de todas las librerías de EUA.
Indignado, investigué el motivo de
estas confiscación bibliográfica hasta dar con la verdad legal: Jonah Lehrer,
jefe editor nada menos que de The New Yorker, y neurocientífico de reputación
en ascenso, se había dejado llevar por los excesos de su creatividad, hasta
cometer un delito aparentemente menor: falsificó el remate de una cita de Bob
Dylan en alguno de los capítulos de su obra.
El escándalo fue mayúsculo:
Lehrer, uno de los más prometedores divulgadores científicos de Estados Unidos,
de escasos 30 años, se hundió en la desgracia: fue vilipendiado por académicos e
intelectuales, fue presionado para renunciar a su cargo en The New Yorker, lo
rechazaron las editoriales que antes lo cobijaron como autor selecto y muy pocos
de sus lectores habituales reconocieron haber sido cautivados alguna vez por
sus argumentos claros y su prosa chispeante.
Cierto día, previo a la
defenestración de Lehrer, pude hojear en “Barnes and Noble” su libro maldito,
que no compré en su momento por simple flojera. Pero recuerdo casi al pie de la
letra un párrafo que entonces llamó mi atención. Escribía Lehrer que la empresa
Pixar construyó su edificio central ubicando las oficinas de trabajo creativo
cerca de las máquinas de café y de las zonas de descanso, áreas donde más
frecuentemente se genera el “insight” creativo.
Los estados mentales de divagación
son excelentes fuentes de creatividad. Dejarse llevar por el subconsciente,
pensar en distintas cosas a la vez, conocer diversas disciplinas, asociar ideas
inconexas y no encorsetarse en ninguna especialización, fomenta de manera
óptima la creatividad. La gente que más divaga es más hábil en la solución de
conflictos, a diferencia de quienes se ajustan a tareas concretas y se limitan
a procesar información ajena.
Jonah Lehrer es ahora un paria
entre los círculos académicos de donde ha sido expulsado sin miramientos. Pero
nadie negará que su cita de Bob Dylan con todo y su remate falsificado fue más
creativa que muchos epígrafes fielmente transcritos de infinidad de académicos
cuadrados y aburridos de universidades gringas y mexicanas.
Al fin y al cabo, como dijo Paulo
Freire (y si no lo dijo tal cual expúlseme a mí también del paraíso
intelectual) reproducir citas citables no es un acto de consumir ideas, sino de
crearlas y recrearlas. O sea, al diablo con el copyright.
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