El cierre definitivo de The Daily,
primer diario para iPad del magnate mediático Rupert Murdoch, dueño de News
Corporation, pasó prácticamente desapercibido ayer en los medios masivos
mexicanos, pero es sintomático de un cambio de época global. Apenas rebasaba
sus dos años de vida digital cuando esta publicación, símbolo de los defectos
típicos de quienes no interpretan bien la web, se despeñó al olvido junto con
su inversión de 30 millones de dólares que le destinó su creador desde su
lanzamiento fastuoso en el Museo Guggenheim de Nueva York.
En aquel entonces, cuando ya
Murdoch estaba metido en el berenjenal de litigios ingleses acusado de
espionaje ilegal de celebridades, critiqué The Daily por varios frentes, el
primero, por su testaruda negligencia a actualizar su sitio a lo largo del día:
para ser un diario pretendidamente ultramoderno, se montó en su macho de
mostrar sus notas sólo durante la mañana, como si fuera un periódico impreso más.
Eso le arrojó un saldo penoso: nula venta de publicidad y 90 mil suscriptores
(cifra ínfima) que pagaban no más de 40 dólares mensuales. Pero los errores de
fondo son otros, mismos que reproduce El Norte.
El modelo de negocio de los
periódicos experimenta un giro copernicano que pone de cabeza el actual
paradigma mediático. Muchos medios tradicionales no tienen clara esta lectura
del ecosistema informativo: literalmente han perdido el norte. Por un lado,
están los editores de prensa que exigen al gobierno le imponga una tarifa a
Google por indexar (enlazar) sus contenidos. Esta demanda mediática se da lo
mismo en España que en México (para que se vea que la sinrazón comercial no es
patrimonio de un solo país).
Por otro lado, está el mal hábito
de muchos medios –incluyendo uno que otro de Monterrey—de cobrar a sus lectores
derechos de acceso a sus contenidos digitales, imponiendo barreas digitales a
los usuarios “extraños” que no pagaron su correspondiente cuota para acceder al
portal cerrado. Ambos son errores de apreciación que terminará con la migración
de sus clientes a otro lado. La casa pierde: pa´l baile vamos.
En el primer caso, el periódico
transfiere a sus lectores el déficit de ingreso que no sabe, ni puede, ni
quiere recibir de sus espacios publicitarios. Luego, cuando descubre que cobrar
por sus contenidos tampoco es buen remedio porque el menú de opciones en
Internet es infinita para los usuarios de redes sociales, toma la peor
decisión: negociar al gobierno como su principal fuente de ingresos, por vía
legal o ilegal. Así, se compromete la independencia del medio: no es el caso de
El Norte, pero sí de muchos pasquines grandotes y chiquitos de por aquí.
En el segundo caso, el de la
posible tarifa a Google, la ignorancia de los dueños de periódicos es más
escandalosa. ¿Le cobraría usted a las vendedoras del mercado Estrella, o los
choferes de taxi, o a los vecinos que se juntan a cenar, porque comentan las
noticias de prensa? Sería absurdo condenar una información porque se tornó
viral y todo mundo habla de ella, como si un ciudadano bien informado mereciera
ser casi criminalizado por supuestamente “robar” notas de El Norte cuando
simplemente la menciona en El Mirador, por ejemplo. El modelo de negocio de los
periódicos no funciona así, no opera ya de esa manera por más que lo quieran
forzar los directores de prensa, más anticuados que una rocola con canciones de
Carlos Lico y Lucho Gatica juntos.
En ambos casos, lo malo de estos
medios no es que desconozcan la razón de ser de la web, sino que no calibran el
fin de la era pre-Internet y el origen de un nuevo paradigma que los arrollará
con todo y sus prejuicios comerciales, por no haber sabido adaptarse al entorno
digital actual y a la demanda ciudadana de libre circulación de la información
y las ideas.
Levantar diques a las redes
sociales y prohíban optimizar sus contenidos es como imponer barreras al mar:
una ceguera plena de ingenuidad empresarial. Que aprendan del triste destino de “The Daily” y su coto cerrado
y exclusivo para iPad, desde hoy material de deshecho en los basureros
virtuales: “Requiem aeternam dona eis Domine. Et Lux perpetua luceat eis.
Requiescant in pace”.
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