05 noviembre 2012

UN EXPERIMENTO POLÍTICO


¿Qué tan cierta es la frase de Carl von Clausewitz de que el poder absoluto corrompe absolutamente? El famoso experimento de la prisión de Stanford concluye que la célebre frase está en lo cierto. Quienes hayan visto la película The Experiment, con Adrian Brody entenderán a qué me refiero. Los participantes fueron reclutados en 1971 mediante avisos de periódico, por un grupo de investigadores de la Universidad de Stanford. 24 jóvenes seleccionados fueron divididos: a la mitad se les asignó el papel de prisioneros y a la otra mitad se le denominó como guardias.
El primer día se desarrolló normalmente, pero el segundo fue un caos: los prisioneros recibieron un tratamiento sádico por parte de los guardias ficticios: fueron maltratados y humillados. Ambos grupos terminaron por “internalizar” sus roles a grado tal que los prisioneros llegaron a sufrir graves desordenes emocionales y enfermedades psicosomáticas. El experimento fue cancelado apenas seis días de iniciado. ¿Conclusión? El poder corrompe. Y el poder absoluto, corrompe absolutamente.
Pero contrario a lo que uno suele leer en periódicos donde el poder es un vicio inherente a cualquier gobernante, una reciente investigación ha comprobado que el poder puede sacar lo mejor, no lo peor, de los seres humanos. Esta es una paradoja optimista. Al menos a esa conclusión ha arribado Katherine A. DeCelles, profesora de management en la Universidad de Toronto: cuando la gente experimenta una sensación de poder, se vuelve más compasiva, justa y generosa. Esta deducción da al traste con la opinión pública de que todo político es un tramposo, un vividor sin principios que abusará del cargo público que se le encomiende.
La investigación de DeCelles se basa en fijar puntuaciones sobre los cualidades éticos de dos grupos de voluntarios. Al primer grupo se le invitó a escribir un texto sobre una jornada normal y al otro se le exhortó a redactar un ensayo sobre un día en el que se sintió poderoso. La idea era precisar el balance de los dos grupos entre los beneficios personales con el bien común.
¿La conclusión de DeCelles? El grupo que escribió sobre el día en el que sus integrantes se sintieron poderosos pensaron más en términos de empatía social que en términos personales. Es decir, eran más generosos en la medida en que se sintieron con más poder. Lo cual significa que el poder amplifica las tendencias éticas de la gente. Es decir que si una persona es moralmente solvente, con poder será más ética que cuando carecía de él.
Pero entre nosotros esta formula no aplica. ¿Cual es el motivo psicológico de que los funcionarios públicos no amplifiquen sus tendencias éticas cuando detentan el poder? ¿Cuál es la causa de que se roben dinero del erario público? Muy simple: estos servidores públicos no amplificaron sus tendencias éticas cuando llegaron al poder porque carecían previamente de tendencias éticas. Katherine A. DeCelles tiene razón en sus recientes investigaciones: lo que la ética no da, ni en Salamanca se aprende. En otras palabras, el poder corrompe a quienes previamente ya estaban corrompidos. 

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