¿Qué
tan cierta es la frase de Carl von Clausewitz de que el poder absoluto corrompe
absolutamente? El famoso experimento de la prisión de Stanford concluye que la
célebre frase está en lo cierto. Quienes hayan visto la película The Experiment, con Adrian Brody
entenderán a qué me refiero. Los participantes fueron reclutados en 1971
mediante avisos de periódico, por un grupo de investigadores de la Universidad
de Stanford. 24 jóvenes seleccionados fueron divididos: a la mitad se les
asignó el papel de prisioneros y a la otra mitad se le denominó como guardias.
El
primer día se desarrolló normalmente, pero el segundo fue un caos: los
prisioneros recibieron un tratamiento sádico por parte de los guardias
ficticios: fueron maltratados y humillados. Ambos grupos terminaron por
“internalizar” sus roles a grado tal que los prisioneros llegaron a sufrir
graves desordenes emocionales y enfermedades psicosomáticas. El experimento fue
cancelado apenas seis días de iniciado. ¿Conclusión? El poder corrompe. Y el
poder absoluto, corrompe absolutamente.
Pero
contrario a lo que uno suele leer en periódicos donde el poder es un vicio
inherente a cualquier gobernante, una reciente investigación ha comprobado que
el poder puede sacar lo mejor, no lo peor, de los seres humanos. Esta es una
paradoja optimista. Al menos a esa conclusión ha arribado Katherine A.
DeCelles, profesora de management en
la Universidad de Toronto: cuando la gente experimenta una sensación de poder,
se vuelve más compasiva, justa y generosa. Esta deducción da al traste con la
opinión pública de que todo político es un tramposo, un vividor sin principios
que abusará del cargo público que se le encomiende.
La
investigación de DeCelles se basa en fijar puntuaciones sobre los cualidades
éticos de dos grupos de voluntarios. Al primer grupo se le invitó a escribir un
texto sobre una jornada normal y al otro se le exhortó a redactar un ensayo
sobre un día en el que se sintió poderoso. La idea era precisar el balance de
los dos grupos entre los beneficios personales con el bien común.
¿La
conclusión de DeCelles? El grupo que escribió sobre el día en el que sus
integrantes se sintieron poderosos pensaron más en términos de empatía
social que en términos personales. Es decir, eran más generosos en la medida en
que se sintieron con más poder. Lo cual significa que el poder amplifica las
tendencias éticas de la gente. Es decir que si una persona es moralmente
solvente, con poder será más ética que cuando carecía de él.
Pero
entre nosotros esta formula no aplica. ¿Cual es el motivo psicológico de que los
funcionarios públicos no amplifiquen sus tendencias éticas cuando detentan el
poder? ¿Cuál es la causa de que se roben dinero del erario público? Muy simple:
estos servidores públicos no amplificaron sus tendencias éticas cuando llegaron
al poder porque carecían previamente de tendencias éticas. Katherine A.
DeCelles tiene razón en sus recientes investigaciones: lo que la ética no da,
ni en Salamanca se aprende. En otras palabras, el poder corrompe a quienes
previamente ya estaban corrompidos.
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