05 noviembre 2012

LA INTELIGENCIA ES COLECTIVA


Visito a un distinguido neurólogo regiomontano, y discutimos sobre el libro más reciente del experto en ciencia cognitiva Vilayanur S. Ramachandran. Un comentario de este genio hindú es el más  revelador: si la ciencia médica nos quisiera convencer sobre las ventajas de un nuevo indicador de salud, donde la enfermedad de un paciente se midiese por puntos, cualquiera de nosotros daríamos un salto de desconfianza: la salud no se mide numéricamente.
A diferencia de este caso hipotético (me comenta el neurólogo regio), la mayoría de nosotros acepta sin chistar puntuaciones ridículas como las del test estandarizado que pretende medir el cociente intelectual (IQ). Incluso llegamos a barbaridades como suponer que las nuevas generaciones han subido una media de tres puntos por década desde hace algunos 50 años (el IQ de cualquier político de Nuevo León, cada vez más mediocre, rebatiría este argumento).
Quizá una salida a tanta fantasía disfrazada de ciencia sería el concepto de “inteligencias múltiples” que formuló el psicólogo de la Universidad de Harvard, el célebre Howard Gardner, en su libro Frames of Mind: The Theory of Multiple Intelligences, en 1990. Dice Gardner que no existe una sola inteligencia sino muchas, de acuerdo con pruebas psicométricas.   
Ahora bien, lo único incontestable en este caso de medición psicológica sería la conclusión a la que arribó el ruso Lev Vygotski, en su teoría del desarrollo (descubierta ya tarde por el mundo occidental en los años sesenta): el entorno social define en buena medida el coeficiente intelectual, por lo que la evolución de la mente humana solo puede explicarse en términos de interacción social y no basándose en pautas numéricas.
Si realmente el desarrollo social es interiorizado por cada uno de nosotros, entonces como grupo humano hemos progresado también en inteligencia individual, porque ya lo hicimos previamente en inteligencia colectiva. Claro que si uno ejerce el insano ejercicio de la política, y se despega de la gente de carne y hueso por volar permanentemente en helicóptero, la inteligencia colectiva no nos influenciará y nuestra mente se deteriorará indefectiblemente. A las pruebas me remito.
¿A qué se debe este crecimiento relativamente reciente de la mente social? Aventuro uno hipótesis: el Internet, las redes sociales y su resultante cultural que incide en el desarrollo neuronal. Mientras las redes sociales se incrementan de manera exponencial, el avance colectivo se replica en cada cabeza, siempre y cuando las oportunidades sean iguales para todos las personas, sin distinción de sexo, o condición social.
Restemos relevancia a las conclusiones numéricas del IQ, y apliquemos pautas de detección de desarrollo social mediante el uso y viralización de las redes sociales. Está comprobado que la inteligencia individual se inspira en la inteligencia colectiva, y la determina más lo que hacemos entre todos, que lo que nos fija nuestro ADN personal e intransferible. El entorno, pues, marca para bien a los seres humanos.
¿Un ejemplo? La gente de la tercera edad –entre los 65 y 75 años—con una inteligencia notable resiente un claro deterioro cognitivo (especialmente en  habilidades verbales), cuando se jubila y se aparta de su entorno laboral. Obvio: la interacción social actúa en beneficio de nuestra salud neuronal. Nos despegamos de esa poblada orbita y las consecuencias son dañinas para el cerebro. Así de simple.  
Sobre este punto, la OECD tiene investigaciones muy interesantes: en Francia, por ejemplo, el 80% de la gente se jubila entre los 55 y 65 años, por lo que su capacidad cognitiva se reduce a partir de los 65 años, a diferencia de Suecia, donde el 80% sigue trabajando a esa edad y mantiene en forma, sus capacidades mentales. ¿Y en México? Tenemos pendiente un estudio al respecto. 
En suma, la inteligencia individual está conectada al contexto. No pretendo dar conclusiones por anticipado, pero sí advierto que gracias a la moderna neurociencia, la inteligencia sigue siendo una cosa aún indefinible y sobre este tema – valga la ironía – nos falta mucho por pensar. 

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