Visito
a un distinguido neurólogo regiomontano, y discutimos sobre el libro más
reciente del experto en ciencia cognitiva Vilayanur S. Ramachandran. Un
comentario de este genio hindú es el más
revelador: si la ciencia médica nos quisiera convencer sobre las
ventajas de un nuevo indicador de salud, donde la enfermedad de un paciente se
midiese por puntos, cualquiera de nosotros daríamos un salto de desconfianza:
la salud no se mide numéricamente.
A
diferencia de este caso hipotético (me comenta el neurólogo regio), la mayoría
de nosotros acepta sin chistar puntuaciones ridículas como las del test
estandarizado que pretende medir el cociente intelectual (IQ). Incluso llegamos
a barbaridades como suponer que las nuevas generaciones han subido una media de
tres puntos por década desde hace algunos 50 años (el IQ de cualquier político
de Nuevo León, cada vez más mediocre, rebatiría este argumento).
Quizá
una salida a tanta fantasía disfrazada de ciencia sería el concepto de
“inteligencias múltiples” que formuló el psicólogo de la Universidad de
Harvard, el célebre Howard Gardner, en su libro Frames of Mind: The Theory of Multiple Intelligences, en 1990. Dice
Gardner que no existe una sola inteligencia sino muchas, de acuerdo con pruebas
psicométricas.
Ahora
bien, lo único incontestable en este caso de medición psicológica sería la
conclusión a la que arribó el ruso Lev Vygotski, en su teoría del desarrollo
(descubierta ya tarde por el mundo occidental en los años sesenta): el entorno
social define en buena medida el coeficiente intelectual, por lo que la
evolución de la mente humana solo puede explicarse en términos de interacción
social y no basándose en pautas numéricas.
Si
realmente el desarrollo social es interiorizado por cada uno de nosotros,
entonces como grupo humano hemos progresado también en inteligencia individual,
porque ya lo hicimos previamente en inteligencia colectiva. Claro que si uno
ejerce el insano ejercicio de la política, y se despega de la gente de carne y
hueso por volar permanentemente en helicóptero, la inteligencia colectiva no
nos influenciará y nuestra mente se deteriorará indefectiblemente. A las
pruebas me remito.
¿A
qué se debe este crecimiento relativamente reciente de la mente social?
Aventuro uno hipótesis: el Internet, las redes sociales y su resultante
cultural que incide en el desarrollo neuronal. Mientras las redes sociales se
incrementan de manera exponencial, el avance colectivo se replica en cada
cabeza, siempre y cuando las oportunidades sean iguales para todos las
personas, sin distinción de sexo, o condición social.
Restemos
relevancia a las conclusiones numéricas del IQ, y apliquemos pautas de
detección de desarrollo social mediante el uso y viralización de las redes
sociales. Está comprobado que la inteligencia individual se inspira en la
inteligencia colectiva, y la determina más lo que hacemos entre todos, que lo
que nos fija nuestro ADN personal e intransferible. El entorno, pues, marca
para bien a los seres humanos.
¿Un
ejemplo? La gente de la tercera edad –entre los 65 y 75 años—con una
inteligencia notable resiente un claro deterioro cognitivo (especialmente
en habilidades verbales), cuando
se jubila y se aparta de su entorno laboral. Obvio: la interacción social actúa
en beneficio de nuestra salud neuronal. Nos despegamos de esa poblada orbita y
las consecuencias son dañinas para el cerebro. Así de simple.
Sobre
este punto, la OECD tiene investigaciones muy interesantes: en Francia, por
ejemplo, el 80% de la gente se jubila entre los 55 y 65 años, por lo que su
capacidad cognitiva se reduce a partir de los 65 años, a diferencia de Suecia,
donde el 80% sigue trabajando a esa edad y mantiene en forma, sus capacidades
mentales. ¿Y en México? Tenemos pendiente un estudio al respecto.
En
suma, la inteligencia individual está conectada al contexto. No pretendo dar
conclusiones por anticipado, pero sí advierto que gracias a la moderna
neurociencia, la inteligencia sigue siendo una cosa aún indefinible y sobre este
tema – valga la ironía – nos falta mucho por pensar.
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