
Para empezar. hay dos tipos de
fraudes digitales: los que se meten a su información personal y se la roban, y
los que esperan a que usted trague el anzuelo y se las enseñe sin querer. En el
primer caso, el delincuente apela a la habilidad de ellos, en el segundo caso,
el delincuente apela a nuestra ingenuidad. En el primer caso, ganan ellos por
abusados; en el segundo caso, pierde uno por pendejo.
Al segundo de estos casos de
estafa financiera se les denomina phishing (pesca) y a estos estafadores de
usuarios de la web les decimos phisher (pescadores), expertos defraudadores en
dejar anzuelos en mails, o sitios web falsos donde enganchar incautos y
robarles así sus datos confidenciales. ¿Le ha pasado? No tenga pena en
reconocerlo.
Como en muchas hazañas ilegales,
los mexicanos somos campeones mundiales en phishing. Y en Nuevo León no
cantamos mal las rancheras. El robo de identidad de parte de estos phisher que
esperan tan campantes a que cualquier usuario muerda su anzuelo digital es una
moda en Monterrey y San Pedro. Y va creciendo día con día. De esto no se habla
en los periódicos, sabrá Dios por qué.
Hace un semana pregunté a un
experto en seguridad pública cómo combaten este tipo de delitos. “Fácil”, me
dijo, “detectando las computadoras donde operan estos fraudes, donde diseñan
sus páginas y las programan. Incluso hace poco dimos con varios phishers
clandestinos en Cumbres, tercer sector”. Pobre: da igual que hubiese dicho que
los atrapó en la Presa de la Boca con todo y cañas de pescar.
El problema de nuestros agentes
policiacos no es que vean mucha televisión; es que se quedaron estancados en
los inventos informáticos del “Santo, el Enmascarado de Plata”, y no son
aficionados a series de TV como “Person of Interest (CBS). Si así fuera,
aprenderían que los fraudes cibernéticos suelen operarse desde una dirección IP
(protocolo de Internet) que está en un país, en contra de una víctima que suele
vivir en otro país. En otras palabras, no se trata de hallarles sus casas de
seguridad.
A usted le pueden piratear la
cuenta de su tarjeta de crédito que aperturó en San Pedro, Nuevo León, desde
una IP que está en San Antonio, Texas. Y el dinero lo pueden cobrar en una IP
ubicada en Montreal, Canadá. Para un phisher de medio pelo es muy simple
disimular digitalmente la localización física de sus equipos de cómputo, por lo
que ya no basta con que el Santo queme la Super-Computadora de las
Mujeres-Vampiro (con antenitas y foquitos de colores incluidos) para acabar con
estos delitos cibernéticos. Hasta a las bellas hermanas Velázquez, las mejores
mujeres-vampiro que uno haya visto volar en los cielos, les hubieran robado sus
ahorritos de Bancomer de haberlos tenido en el cielo digital de Internet.
Por lo general, los phishers
regios no suelen dejar anzuelos en cuentas bancarias gringas. Al hacerlo se
pondrían bajo la jurisdicción legal de Estados Unidos, al margen del país donde
hagan su operación. Por eso, las víctimas preferidas en esta zona geográfica
suelen ser vecinos de Monterrey o San Pedro, sujetos a una jurisdicción con más
lagunas y deficiencias legales de la que pueden aprovecharse los delincuentes
digitales, que cada vez proliferan más en estas ciudades norteñas.
¿Qué quiero decir con esto? Que en
Nuevo León lo más probable es que ni el Santo pueda dar nunca con el phisher
delincuente. Además, a diferencia de las fuerzas de seguridad pública de
México, los órganos de seguridad de EUA cuentan con atribuciones para acceder
en cualquier momento a los datos de todas las compañías privadas de
telecomunicaciones. El ciberespacio está mejor vigilado allá.
Incluso Google puede ser
intervenido legalmente por el gobierno norteamericano mediante una simple orden
judicial. En México no podemos hacer eso. Por tal motivo, aunque en los dos países
abundan los fraudes cibernéticos y los mails-anzuelo para delinquir, en EUA
suelen iniciarse averiguaciones judiciales con posibilidades de hallar a los
culpables y en México siguen operando en total impunidad. Los vampiros
digitales hacen lo que se les pega la gana aquí, sin un enmascarado de plata
que los ponga en su lugar.
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