Sería curioso que en esta primera reunión de Enrique Peña Nieto y Barack Obama, ambos estadistas (bueno, es un
decir) intercambiaran experiencias sobre sus respectivos manejos electorales en
redes sociales, ahora que vivimos el fenómeno de la digitalización de la vida
pública. Los dos han sido marcados, entre otras cosas, por la forma como
operaron en Internet, aunque por razones no necesariamente similares.
El éxito de Obama en redes
sociales no fue sólo de comunicación sino de matemática aplicada. El comité del
partido demócrata quitó preeminencia a los tradicionales asesores de campaña
para darles un espacio a los matemáticos y los programadores. Éstos se valieron de motores digitales
y de cruce de variables con software, no para clasificar a millones de
electores –como suelen hacerlo las buenas campañas electorales en México—sino
para precisar en cada elector sus preferencias políticas, gustos musicales,
hábitos de consumo, valores familiares.
En suma: fijaron patrones:
levantaron una radiografía de cada perfil, para luego agruparlos y dividirlos
en zonas, condados, nichos de indecisos, gremios, seguidores de similares
tendencias, posibles donantes, etcétera. Todo con el auxilio de filtradores de
contenido o “big data” (sistemas inteligentes que manejan abundantes conjuntos
de información). Meses antes de las elecciones de noviembre, Obama ya tenía la
imagen clara de cómo se inclinarían los estados-clave, a su favor o en contra.
Jim Messina, comandante en jefe de
la campaña de Obama lo explica con sencillez desarmante: “El presidente de
Google, Eric Schmidt nos pidió prescindir de políticos y reclutar matemáticos
que supieran dibujar lo que queríamos y luego construirlo”. El consejo lo
siguió al pie de la letra y milimétricamente.
¿Qué construyeron? Un ejército de
voluntarios con el número exacto de ciudadanos a quienes convencer, qué
decirles, proponerles, inducirles, de acuerdo al contexto mental propio de cada
persona. Fue la red de implicación de voluntades más impresionante que tenga
noticia en la historia de las campañas electorales. El “data-mining”, o lo que
en este espacio he explicado en anteriores artículos como “minería de datos”,
operó en movimiento creciente hasta el día “D”.
Y lo mejor: el comité de Obama lo
hizo al margen de los medios masivos de comunicación. ¿Cuánto influyó la
televisión y la radio en el resultado electoral? Difícil saberlo. Acaso tampoco
importe en un futuro próximo cuando las campañas vuelvan a ser “de tierra”
(como ya pasa en EUA) y no primordialmente “de aire” (como ocurrió en la pasada
elección en México).
Ahora bien, la hazaña matemática
de Obama no fue flor de un día: se gestó desde la pasada campaña de 2008, con
14 millones de mails, multiplicados año tras año, , con datos agregados:
actualización telefónica, listado de amigos, gustos en Twitter y Facebook y
sobre todo actualización de patrones y ajuste de mensajes segmentados. Si a las
mujeres de clase media de Denver les atraía entre todas las estrellas de moda,
George Clonney, ahí se presentaba el actor con sus argumentos a favor de Obama.
Nada improvisado, ni que tuviese que ver la intuición: matemática aplicada sin
margen alguno de discrecionalidad.
En cambio ¿cuál fue la hazaña de
los hackers mexicanos reclutados en las pasadas campañas presidenciales?
Programar infinidad de bots (programas informáticos robots) para enviar tuits y
volverlos falsos mensajes en los trending topics de Twitter. Es decir,
inventaron tendencias maliciosas a favor de cierto candidato, o al menos
desviaron la atención de ataques a la reputación de su cliente presidencial. O
sea, les valió madre descubrir patrones de conducta ciudadana: prefirieron
inventarlos.
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