Nos quieren hacer creer que el más alto jerarca de la CIA,
el general David Petraeus, sembró de pruebas legales de e-mails su infidelidad
matrimonial. Nos quieren hacer creer que el mayor experto en espionaje
cibernético del mundo dejó miles y miles de evidencias autodelatoras en su
bandeja de Gmail propias de un muchacho calenturiento y despistado.
Y no fue el único general de alta graduación que
supuestamente pecó de ingenuo en estas escaramuzas sexuales; lo acompaña el
general John Allen, Comandante en Jefe de las fuerzas militares norteamericanas
en Afganistán, otro erotómano vasto y profuso de mails que nunca sospechó que
sus divertimentos en Internet con mujeres casadas pudieran ser más públicos de
lo que suponía.
En este juego de espías espiados, o burladores burlados,
pasan dos cosas: o estos grandes militares expertos en espionaje digital en
realidad no lo eran tanto, o alguien nos está falseando información de este
affaire tan o más cachondo que las propias dunas arábigas.
Si pasa lo primero, ahora se entiende que la seguridad
mundial y en especial le intervención militar occidental en el Cercano Oriente
está al garete con tamaños estúpidos al frente. Si pasa lo segundo (como lo
creemos muchos), la información que circula en los medios masivos es falsa. ¿En
qué sentido? Simple: si usted tuviera una amante, guapa y sexosa como lo es la
señora Paula Broadwell, sería absurdo que guardara en su computadora personal (como
dicen los investigadores que lo hizo Petraeus) miles y miles de mails que envía
y recibe de su enamorada a lo largo de 10 o más horas diarias, incluso en
horario de trabajo.
Además, nada más un viejo rabo verde anticuado y cascajo
escribiría a su amante sus parrafadas eróticas por mails, cuando lo normal
y moderno sería mandarle
mensajitos “subidos de tono” por SMS, Inbox de Facebook, Pin de Blackberry, o
algún otro sistema sofisticado de telecomunicaciones exclusivo para gente tan
importante como Petraeus o Allen. Puro sentido común. ¿Por qué no lo hicieron
por esas vías? Con toda seguridad por ignorantes.
Pero ¿y si en realidad sí lo hicieron? ¿Si en verdad (como
es lo más lógico de pensar) David H. Petraeus, John Allen, Paula Broadwell y
Jill Kelley intercambiaron sus escritos “sucios” vía Inbox de Facebook y SMS?
Entonces ¿por qué no reconocen los investigadores que les descubrieron sus
tórridos amoríos por estos medios?
Ofrezco una conjetura: porque entonces el mundo caería en la
cuenta de que quienes nos espían y fijan patrones no son ya los gobiernos (cosa que sería
ofensivo pero comprensible) sino un par de empresas privadas como Facebook o
Twitter o Pinterest que finalmente han privatizado el espionaje universal a
base de algoritmos, Big Data y sistemas biométricos que aplican mediante cruces
de reconocimiento de conductas y hábitos a cada uno de los usuarios de Internet
de los países supuestamente libres y democráticos.
Pero esto lo silenciaron los investigadores del caso; lo
callan los medios masivos; se lo guarda el gobierno de Obama. ¿En manos de
quién estamos? La respuesta nos la puede proporcionar el ex mayor jerarca de la
CIA, general David H. Petraeus: en las manos suyas al menos no, pues ya se ve
que no puede cuidarse ni él solito.
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